na parábola del capitalismo tardío. Existe una planta silvestre nativa del actual Estados Unidos, un rastrojo conocido como horseweed o hierba caballo, cola de yegua, Conyza canadiensis, erigerón de Canadá, hierba carnicera, crisantelmo, lirio compuesto y zarramaga entre otros nombres (para la gente común suele no tener ninguno). Es una lata para los agricultores, daña maizales, cañaverales, y ahora los campos de no-labranza y de transgénicos, especialmente soya. Gracias al descubrimiento de América este hierbajo se extendió a los cinco continentes. Suele ser inofensivo. Para la tribu zuñí era una planta sagrada. Posee usos medicinales comprobados: elimina el ácido úrico y combate la gota, alivia reumas y cistitis, controla la diarrea. No vale nada, es decir, no se vende. Crece dondequiera. Llega a medir 50 centímetros, con un sólo tallo. Si se le permite, se vuelve un arbusto de hasta dos metros. En Mesoamérica es una de las hierbas que los milperos eliminan para salud del maíz y el frijolar. Gracias a la tecnología y el mercado, concretamente al RoundUp de Monsanto, el erigerón o coniza (otro de sus nombres) pareció controlado, mas tuvo el mérito de ser la primera planta decididamente resistente al herbicida glifosato, hoy empleado en todo el mundo (aunque Francia lo prohibió recientemente), un producto polémico que, al igual que a los políticos y los famosos, los ataques, las denuncias y las burlas le sirven de espuma. Lo que no mata engorda. Que lo diga la modesta horseweed.
Conforme se industrializó la agricultura a gran escala, los herbicidas químicos y los fertilizantes ídem se volvieron indispensables. Sus usuarios empezaron como con la penicilina y acabaron como la heroína, enganchados a dosis cada vez mayores y sin alternativa. RoundUp ha sido la estrella de Monsanto. Ayudó a lavarle la cara a la empresa, que al concluir la guerra de Vietnam estaba identificada con el letal desfoliante agente naranja. El desarrollo y la comercialización del nuevo producto catapultó la firma al bando de los buenos. Si bien mucho se ha investigado, escrito y difundido en contra suya, mucho más se invierte, publica y publicita en favor del glifosato. Agresivamente llegado el caso, en tribunales o mediante agresiones anónimas, advertencias y cosas así. También debemos a Monsanto la hormona de crecimiento bovina (prohibida en Europa, no en México ni Estados Unidos) y los dichosos transgénicos, un mercado colosal que comparte con otras trasnacionales.
¿Cómo fue que una fábrica de venenos, fundada en 1901, devino protectora de las ciencias de la vida
, santa, verde y todopoderosa? Marie-Monique Robin hizo ya una disección implacable en El mundo según Monsanto (Èditions La Découverte, París, 2008), concluyendo (y no es la única) que la empresa incurre en conductas criminales
mientras se pinta de verde y sin que usted se dé cuenta se hace presente en los alimentos que lleva a su mesa.