Al enterarme de su fallecimiento, no pude menos que recordar su presencia avasalladora, calurosa y envolvente, semejante a sus palabras, orales o escritas.
Busqué en los libreros Poesía en movimiento, ejemplar que cargo desde que salí de México en 1975. Libro usado a fuerza de leerlo. Puedo abrirlo en cualquiera de sus páginas para recuperar todo el espíritu del español en México. Torri, Huerta, López Velarde, Gorostiza o Villaurrutia, ahí están mi territorio y mi lengua. En su lúcido prefacio a esta muestra
de poesía mexicana
que se niega a ser clasificada por sus autores como antología, Octavio Paz confiesa haber utilizado el I King para ayudarse a percibir el movimiento poético de los entonces jóvenes poetas.
La montaña fue el hexagrama que tocó a Eraclio. Así, escribe Paz: La primera y única vez que vi a Eraclio Zepeda me pareció, en efecto, una montaña. Si se reía, la casa temblaba; si se quedaba quieto, veía nubes sobre su cabeza. Es la quietud, no la inmovilidad. Un signo fuerte: la tierra áspera que esconde tesoros y dragones. El lugar donde viven los muertos y los vivos guerrean
.
Zepeda, para mí más un volcán que una montaña, escribiría ahora narrativa. Alguna vez me dijo: la poesía es el territorio de Elva
, y dejó a su mujer la tierra baldía que engendra las lilas, cosecha memorias y anhelos.
Eraclio no puede comprenderse sin admirar el asombro que lo hacía descubrir cada mañana el mundo:
Me entusiasma tu presencia en mis lugares,/ tus descubrimientos de mi ropa vieja,/ el retrato de mi perro que murió/ a los ocho años de mi edad,/ una piedra que recogí no podría explicar por qué/ Y mi asombro de niño por los más leves/ movimientos del fuego.
Pensé, desde luego, también en la excelente poeta, Elva Macías, su esposa y mi muy querida amiga. El destino de los poetas es compartir con todos lo más secreto de su vida: cuando mueren, el luto deviene la tristeza compartida por todos y cada uno.