Enrique Metinides (1934) no solo se dedicaba a retratar crimen, muerte y catástrofe: también fotografió a Pedro Infante, Luis Aguilar, Cantinflas y otras luminarias del cine nacional. “También le tomé tres veces fotos al Loco Valdés; según lo detenían por portación de droga, pero nunca se lo comprobaron. Era simpatiquísimo”. Y cuando le tocaba trabajar con alguna vedette, parecía que las candentes imágenes las había tomado algún fotógrafo de alguna revista para caballeros y no un niño que únicamente cumplía con su trabajo en el periódico.
Metinides tuvo una carrera accidentada: sufrió un infarto, lo atropellaron dos veces, cayó en barrancos, se volcó en una ambulancia…
Ahora vive tranquilamente en su apartamento, rodeado de su colección de 3 mil ambulancias, patrullas y carritos de bomberos, de álbumes repletos de fotografías y recortes de periódico, y con una selección de cine noir y de gánsteres. Aún carga en la bolsa de su pantalón una estampita de la Virgen de Guadalupe y una figurita de rana, para la buena suerte y la protección.
En esta ocasión conversa con MILENIO sobre su carrera y sobre El hombre que vio demasiado, largometraje dirigido por Trisha Ziff que será presentado en el Festival Internacional de Cine de Morelia, el cual aborda su historia desde que se inició por casualidad en la fotografía, hasta el cómo su obra se ha vuelto altamente cotizada en los círculos artísticos en el extranjero —lo cual lamenta porque en México se encuentra olvidado.
Antes de iniciar la charla trae de su cuarto un álbum de fotos que hizo “un día para matar el aburrimiento: también deberían de exponerme estas fotos, ¿a poco no están bien padres?”.
¿Cómo hicieron “El hombre que vio demasiado”?
A Trisha se le ocurrió hacer el documental de mi vida como reportero gráfico de nota policiaca. En él hay entrevistas sobre cómo era mi proceso para tomar las fotos y cuento la historia de varias de ellas en el lugar donde ocurrieron, como la Torre Latinoamericana, donde me tocaron nueve suicidios. También hay mucha foto suelta, entrevistas a gente de la Cruz Roja y a otros que no conozco, y hay videos que yo tomaba de los accidentes. Pero la verdad es que a mí me extrañó que la hicieran porque ¿para qué hacer una película de la vida de un fotógrafo?
¿Por qué le parece extraño?
¿Pues cuándo lo han hecho? Sé que han usado mi historia y lo que yo hacía para dos o tres películas de las que ni me han avisado y ni las he visto. Les ha gustado el modo en que trabajaba, el cómo por casualidad me dediqué a la fotografía, el cómo en vez de jugar con juguetes de niño lo hacía con la cámara y las historias detrás de las fotos, pero que yo salga se me hace extraordinario. Además, me lo tienen como sorpresa: estoy menos enterado que nadie sobre cómo quedó, y la verdad es que por eso no he podido ni dormir.
Sus fotos son muy cotizadas en Europa…
Lo que pasa es que, sobre todo en Londres, me mencionan como el reportero gráfico más joven del mundo porque a los nueve años ya publicaba con mi nombre. También porque mis fotos son de otro tipo, no el horroroso de la nota roja actual. Las hacía así porque de chamaco veía muchas películas de gánsteres como El enemigo público (1931), Little Caesars (1931) y White Heat (1949), y por ello quería dejarlas como si fueran una: siempre tomaba el lugar, el arma, a los mirones y el drama; el cadáver siempre era lo último, mientras que ahora lo único que les interesa es el muerto ensangrentado. Por eso no hay ningún fotógrafo en México de nota roja al que le hagan exposiciones.
¿Cómo ve la nota roja actual?
A mí no me gusta que se le llame “nota roja”; antes era “nota policiaca”, pero el nombre se le cambió por la sangre. Actualmente la gente cree que es ir a retratar un cadáver ensangrentado, pero en realidad puede ser un incendio, un derrumbe, inundación, coques y, claro, los crímenes.
“Ahora los periodistas ya no siguen la nota: hoy hay una cosa y mañana ya no sale nada. Nosotros seguíamos historias que duraban incluso meses. Además, todos los reporteros bautizábamos el caso y lo publicábamos igual; por ejemplo, las órdenes decían: ‘Seguir el caso del baúl negro’, y la policía y el público también lo conocían así, y este se enganchaba porque los reporteros, con las fotos, hacían historias que llevaban al lector de la mano, como si fuera una novela”.
En sus fotos pocas veces había sangre
A pesar de que era en blanco y negro, las fotografías que tenían que salir de cadáveres no se publicaban por la sangre, y era entonces cuando el departamento de dibujo agarraba la foto y con pintura retocaba la imagen quitándole toda la sangre: el dibujante dejaba el piso como si no se hubiera manchado. Además, a la gente semidesnuda le dibujaban ropa, y cuando la imagen salía el muerto se veía limpiecito.
“Cuando en 1973 se cambió de blanco y negro a color, el director del diario me mandó a llamar para decirme que como ya iba salir el impreso a color y yo era el encargado de todo lo policiaco, no quería que salieran en mis fotos una gota de sangre. Totalmente al revés que ahorita”.
¿Por qué no querían sangre?
Había orden de Gobernación de que no se publicara; ahora sí sale porque ya no se mete en nada. Tampoco se permitía que saliera una muchacha desnuda porque para eso ya había revistas, y aun en ellas tenían que taparse. Pero ahora ni se diga de cómo aparecen: hay pornografía todos los días.
DRAMAS DE TODOS LOS DÍAS
En aquella época de la que estamos hablando, ¿cómo se cubría la nota policiaca?
Antes a la prensa la dejaban entrar a la escena de crimen. Los reporteros, como trabajábamos con la policía, éramos muy amigos del procurador, del jefe de los judiciales y del servicio secreto, ¡y hasta le hablaba de tú a Durazo! Éramos toda una familia. Cuando llegábamos a un crimen, nos íbamos con ellos en las patrullas, en las ambulancias, camiones de bomberos. Todos los reporteros investigaban, como si fueran policías, pa’la nota, y todo lo que la policía no podía investigar, ellos se lo daban. ¡Muchas veces agarraban a los delincuentes gracias a nosotros!
“Otra cosa: dejaban que a los detenidos los entrevistaran los reporteros; cuando éstos empezaban a hablar con un presunto delincuente y este decía: ‘Yo no fui, me torturaron y me hicieron confesar’, lo tenían que soltar porque ya nos habíamos enterado todos los periódicos, y ya no se atrevían a matarlo o hacerle algo. Luego se demostraba que, efectivamente, eran inocentes”.
¿Entonces usted era una especie de un fotógrafo-detective?
Sí. Una vez que estaba en la oficina de prensa de la Procuraduría —porque antes sí tenían—, bajó un policía judicial y me dijo: “Metinides, lo busca el señor procurador”. Entonces todos los reporteros fueron conmigo porque pensaron que había una bronca; al llegar le dijeron que qué se traía contra mí, y él dijo que nada más quería agradecerme porque por una de las fotos que les había dado agarraron un asesino, al cual dos testigos le habían dicho que no estaba en México pero que salía en la imagen.
“Además, de gente pobre hacía muchos reportajes. Uno de los que más recuerdo —y que es de mis casos más famosos— es el de la señora del ataúdcito, la cual, como no tenía para sacar el cadáver de su hijita del forense, se quería suicidar. Caminó hasta llegar frente al Hospital General donde vendían ataúdes, y tras pedirle a Dios llorando que la ayudara, entre todas las personas de allí le compraron la cajita blanca”.
Estas historias actualmente casi no aparecen
Dramas como el de esa señora ocurren todos los días, y si nos vamos ahorita al forense hay dos o tres chillando en la calle porque no tienen para llevarse el muerto ni para enterrarlo. Antes había en el forense tres salas para que la gente pobre velara a sus cadáveres. ¿Sabe qué hicieron con ellas? Bodegas de archivos. Los medios pueden ayudar mucho en ello, pero ahora la policía no los deja trabajar; el reportero ya es el enemigo público número uno: no quieren que se sepa que hay crímenes.
“Siempre me preocupé por esas personas que de veras sufren, que no tienen para curarse ni para enterrar a sus muertos, y se mueren o quedan marcadas para toda la vida, y gracias a esos reportajes salieron varios inocentes de la cárcel y niños perdidos regresaron a sus casas. Estos reportajes no los hace nadie y estos casos están en todos lados. Pero nadie ayuda a los jodidos, a nadie le importan”.
¿Qué le recomendaría a alguien que quisiera ser fotoperiodista?
Mucha gente cree que es muy fácil y a toda madre estar en un periódico de fotógrafo. Yo no se los recomiendo: pagan mal y te explotan. Me enfermé del estómago por tomar esas fotos, al grado de que ahorita no puedo comer casi nada.
“Es un ambiente en el que les da coraje que el otro destaque. Tuve muchos amigos en todos los periódicos, pero enemigos en el mío, gente que me odiaba y me tenía envidia; hacían chismes, me hacían trabajar doble turno 15 veces al mes, me escondían los rollos y las fotos o me las rompían, se las firmaban y me saboteaban. Y al final me corrieron.
“Me hicieron todas las chingaderas del mundo. Pero mira: también me han hecho cuatro libros, tengo exposiciones en todo el mundo, ¡y me van a hacer una película! Me reconocen más en Europa y Estados Unidos que aquí, pero ¿qué se va a hacer? En México no se puede hacer nada”.