sistí en estos días a tres inauguraciones de actos culturales tan diferentes que hubiese podido creerme en países a la vez vecinos y distantes, entre los cuales se levantarían fronteras casi infranqueables, pues no hay pasaporte que valga.
La primera, la del renovado Musée de l’homme, en el edificio cuyo frontispicio es coronado con la frase de Paul Valéry grabada en letras de oro:
Tout homme crée sans le savoir
comme il respire
mais l’artiste se sent créer
son acte engage tout son être
sa peine bienaimée le fortifie
(Cada hombre crea sin saberlo/ como respira/ pero el artista se siente crear/ su acto compromete todo su ser/ su pena bien-amada lo fortifica.)
Situado en la plaza del Trocadero, lugar ideal para contemplar entera la torre Eiffel, el Museo del Hombre fue inaugurado en 1938 por Albert Lebrun, presidente de Francia durante el Frente Popular, para sustituir en ese mismo lugar al Museo de la Etnografía. Desde su fundación fue dedicado a la evolución e identidad del hombre: ¿quién es?, ¿cuáles son sus orígenes?, ¿por qué etapas ha pasado para ser hoy lo que es?, siguiendo el pensamiento de su fundador, el etnólogo Paul Rivet: La humanidad es un todo indivisible, no sólo en el espacio, sino también en el tiempo
. Así reúne, a través de representaciones, objetos, cráneos, esqueletos, el desarrollo y transformación del ser humano.
Cerrado hace seis años para restaurarlo, agregar objetos rescatados de colecciones privadas y otros museos, crear una nueva disposición de las salas, darle movimiento, al mismo tiempo simple, profundo y reactivo, para permitir al visitante participar, identificarse y comprender, no sólo con su mente, también con sus sentidos, fue reinaugurado por el presidente François Hollande en una ceremonia oficial. Altos funcionarios, autoridades de la cultura, funcionarios de Estado, periodistas, invitados selectos, formaron el público vestido para la ocasión con un estilo formal, tieso, de uniforme seriedad, en fila tras el recorrido presidencial del museo.