¿Nos acordaremos de Darío solo cada 100 años? La pregunta es de David Huerta, quizá como una manera de quejarse ante su supuesta ausencia en la vida cotidiana y en los medios de comunicación; pero cuando se escribe el nombre del poeta nicaragüense en la página de librerías Gandhi, de Educal o del FCE, aparecen varias de su obras, impresas y electrónicas, antologías u obras individuales.
La respuesta la aporta el propio Huerta: “En la poesía de Darío encontramos una renovación del verso castellano, semejante a la que ocurrió a principios del siglo XVI con Garcilaso de la Vega.
“El enriquecimiento que dio Darío a la poesía de la lengua castellana tiene que ver con su renovación formal y con una actitud de mucho mayor libertad ante los textos, y de una apertura refrescante ante nuevos vientos que empezaban a soplar y que él veía y traía a nuestra casa, a la de los hispanohablantes”, dice el también poeta mexicano.
A esas palabras se pueden sumar las de Juan Domingo Argüelles cuando asegura que “Rubén Darío es el rey de los poetas hispanoamericanos”. Explica: “Nadie como él ha logrado influir tanto en la poesía hispanoamericana. Creó un idioma único y renovó absolutamente la lírica en español. Por algo hay dos poetas que España siempre incluye en sus antologías, como si fueran españoles: sor Juana Inés de la Cruz y Rubén Darío. Se los apropia. En el primer cuarto de su libro Cuadrivio (1965), Octavio Paz dijo que ‘Darío está presente en el espíritu de los poetas contemporáneos. Es el fundador’. No hay una mejor manera de decirlo”.
Renovación
A un siglo de la muerte de Rubén Darío, autores como Huerta, Argüelles, Eduardo Langagne, Jorge Fernández Granados y Víctor Manuel Mendiola no dudan en calificarlo como uno de los personajes fundamentales de la poesía en el siglo XX.
Para Mendiola resulta interesante que la transformación y renovación de la poesía actual implica una relectura a fondo del autor de Prosas profanas, lo que supone recuperar la tensión profunda entre prosa y verso, “y comprender, como dijo en algún poema Gonzalo Rojas, ‘que no hay azar/ sino navegación y número’. Darío está en el centro de esta recuperación y de la crítica del siglo XX.
“Es fundamental, sobre todo por la renovación. Hay un antes y un después en la obra de Rubén Darío, lo que ya no es cuestionable: ya está considerado así por varias generaciones de lectores y toda la crítica literaria”, asegura por su parte Fernández Granados, quien recuerda que el lenguaje, antes de Darío, viene del romanticismo, donde lo que predomina es la ambigüedad y la emoción. Añade: “Después de Darío hay una forma muy rigurosa, muy exigente: es el creador de una arquitectura verbal, con una perfección nunca antes vista”.
Argüelles insiste en que si la poesía sobrevive por el lenguaje y por la capacidad de despertar emociones, “ambas cosas siguen vivas en la poesía del más grande poeta hispanoamericano”.
Langagne está convencido de que el escritor nicaragüense hizo una gran renovación de las posibilidades rítmicas, por lo tanto expresivas: un ritmo que da vida, desde el momento en que empezó a mostrar las posibilidades flexibles del verso.
“Esa posibilidad inmensa de tener la constancia escrita de la diversidad rítmica de nuestro idioma es una gran contribución, pero además tenemos poemas esenciales y el mayor aporte es saber que el verso sigue siendo la unidad fundamental del poema, se llame como se llame”.
Condena y salvación
“Me parecen una luz central en mi vida”, dice David Huerta, aunque “por desgracia tiene la mala fama de ser un poeta cursi, de la batalla pasada, pero en realidad nos está esperando en el futuro. Ojalá los lectores lo entendieran y dejaran de estar obsesionados con el presente, con lo que pasa con los libros de moda. Es un clásico que nos sigue esperando en el futuro”.
Juan Domingo Argüelles tiene la impresión de que muchos poetas no han leído suficientemente a Darío y llegan a pensar que el modernismo “nada tiene que decirles hoy, pero Darío inventó mucho de lo que ahora se presume como innovación lírica”.
Víctor Manuel Mendiola ve que a los jóvenes no les gusta y no lo entienden: “Lo común es considerar el verso una prosa cortada. Lo más lejos que llegan, en algunos casos, son las aliteraciones o la poesía en prosa que no se ‘hace guaje’, que acepta su condición prosaica, limitada, y que busca en el pensamiento la fuerza lírica. En Darío, como buen poeta, la forma es nuestra condena y nuestra salvación”.