Por: María Beatriz Vega López
La comunicación entre padre e hijos siempre ha sido clara y sincera. Cualquier tema, por más sencillo o delicado que sea, nos cita a reunión y asistimos para ver de qué se trata. En una ocasión, hace casi dos años, fue para tratar el siguiente tema… y sí ¡delicado! Y empezó hablar:
“En días pasados que me enfermé, creí que ya me llevarían rumbo a la Galletera o rumbo al panteón, que quizá ya me iban a ‘cafeciar’ (así dice él para referirse a morir) y pensé mucho en mi amiga Angelita, ya que ella quedó viuda y desamparada. Mi decisión es pedirle matrimonio para que sea beneficiada con el servicio médico, ya que es urgente la vea un doctor porque ha estado mal de salud”.
Dicho esto lo interrumpió uno de mis hermanos y le preguntó cuál sería la opinión de su amiga a tal propuesta y respondió: “¡Pues no lo sé, pero vamos a preguntárselo a ella!”.
Así fue como acompañamos los hijos a mi Apá a casa de su amiga-vecina y la conversación giró alrededor de propuesta de matrimonio. Ella aclaró rápidamente que “estimaba mucho a Don Panchito, pero sólo como amigo”, y que ella seguiría viviendo en su casa y mi apá en la suya. Después de lo aclarado, él dijo estar de acuerdo y que nuevamente nos reuniríamos para acordar fecha.
Pasaron los días y no se decía nada de boda. Yo imaginaba una fiesta con música y cena, toda nuestra familia y la de ella reunida, bailando y gritando de felicidad, festejando después del casorio. Seguí imaginando al ver a mi Apá a sus 86 años con su traje y corbata, su pelo y bigote recortado, muy perfumado, firmando en el Registro Civil un acta de matrimonio.
Una mañana recibí una llamada a mi teléfono móvil, era de una amiga de gran confianza. Ella conocía muy bien a mi padre, (estuvo presente cuando presentamos el libro Panchovega y las Betyaventuras en la Biblioteca Pública Jesús Corral Ruiz en el año 2010; compró el libro y mi Apá se lo dedicó con gran cariño) Me dijo:
“Amiga, llegué al Registro Civil y está un señor muy parecido a tu papá y se está casando con una mujer muy guapa, mucho más joven que él. Alta, esbelta, pelo plateado, brillante; zapatillas y bolso azul cielo ¿Será posible o solo se parece?”.
Le respondí que era muy probable. De todas formas le dije que por favor me lo describiera: Trae sandalias de baño color oscuro, no viene muy presentable y trae una gorra que dice “Túmbate el dengue”
¡ESE ES MI APÁ! Le respondí sin titubear.
Le platiqué que un día anterior a su matrimonio, llegó a su casa personal de la Secretaría de Salud, pasaron al patio, específicamente al lavadero para echar abate contra el mosquito que produce el dengue y le obsequiaron una cachucha que así decía “Túmbate el dengue”. ¡Ja, ja, ja! Inmediatamente se la puso, le gustó tanto , que toda la tarde-noche la trajo puesta, aunque mi Apá prefiere sombrero, no gorra, y se la quitó hasta que se durmió.
Desde ese día, cualquier asunto delicado, que alguien de la familia quiera esconder le decimos “¡TÚMBATE EL DENGUE!”, ¡ja, ja, ja!