La ciencia, bien entendida, no es religión ni gobierno. Sí antídoto contra el opio de los pueblos. No se le debe endiosar, sino cuestionarla siempre. En eso consiste su potencia. Se opone al pensamiento fanático, la superstición, la pereza mental y la falsa magia. El verdadero pensamiento mágico es otra cosa, milenario, sagaz y respetable. En cuanto a la ignorancia, la hay de dos tipos: la inevitable de la indigencia, y la deliberada de los que deciden no saber, poniendo en duda lo que se sabe sin molestarse en entender. Así como muchos que podrían leer prefieren no hacerlo.
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