Inflación y recesión: el ciclo del capital y el ciclo económico | Opinión | Cinco Días – El País
Recientemente tanto las materias primas para la generación de energía como algunos metales industriales han disparado su precio, los precios de las manufacturas industriales aumentan a ritmos no vistos desde hace más de cuatro décadas y la inflación se incrementa mes a mes. La pregunta que todos parecen hacerse es qué sucederá y cuánto durará. Mientras algunos ponen el énfasis en que se trata de algo temporal, otros intentan propagar su alarmismo. Si de algo podemos estar seguros es que la historia nos proporciona un marco sobre qué sucederá que debería cumplirse en buena medida.
En Rendimientos del Capital, recientemente traducido al español por Deusto-Value School, se afirma que es más rentable invertir teniendo en cuenta los flujos de capital en un sector a hacerlo analizando solo la valoración, comprando lo que parece barato en la actualidad. Así, cuando antes de 2008 la construcción y la minería recibían elevados niveles de financiación, la oferta aumentaba y mientras la demanda se mantuvo los beneficios crecieron. Las empresas de esos sectores aparentaban ser baratas. Como no podía ser de otra manera, la demanda no pudo seguir el ritmo del aumento de la oferta y llegó el exceso de capacidad, las quiebras y la caída de los precios de la vivienda y de las materias primas. El ciclo del capital está detrás del ciclo económico.
Desde entonces el capital ha sido captado por el sector tecnológico atraído por la digitalización y las economías de escala de los negocios en internet, que transcienden fronteras y aumentan sus ventas sin apenas incrementar sus costes. Siempre es posible encontrar una retórica que justifique el flujo de capital hacia un sector determinado, en detrimento de otros. A pesar de las virtudes de este sector, que cuenta con tendencia la concentración gracias al efecto red, el resultado de esta sobreinversión es siempre pernicioso y termina por llegar el momento en el que los excesos se purguen.
Por el contrario, llevamos más de una década con baja inversión en minería y extracción de hidrocarburos. Durante este tiempo la minería redujo el gasto en exploración, al igual que las petroleras, más centradas en la transición de su modelo de negocio hacia las energías renovables. Hoy se siguen necesitando hidrocarburos, la mayoría de los vehículos siguen usando gasolina o diésel, y muchas calefacciones continúan quemando gasóleo. La demanda de gas sigue aumentando cada año y el carbón permanece como un componente del mix eléctrico en buena parte del mundo. Además, metales como el cobre son necesarios para la electrificación de actividades como el transporte o algunos sectores de la industria básica. El hidrógeno todavía juega un papel residual y el resto de renovables, pese a su crecimiento, apenas ha reemplazado a las energías tradicionales.
La situación actual tiene similitudes con lo que pasó con anteriores nuevas formas de generar energía. Estas se utilizaron para aumentar la cantidad en mayor medida que para sustituir a las formas que se venían utilizando hasta el momento. Además, su generalización siempre tardó más que lo que supusieron las estimaciones optimistas.
Algo similar ocurre con el transporte de materias primas y mercancías por barco, un sector en pérdidas desde hace algo más de diez años. Las navieras apenas han pedido nuevos buques a los astilleros, y poco a poco el exceso de barcos de transporte ha ido desapareciendo. Ahora la falta de barcos para transportar contenedores, pero también materias primas, ha hecho aumentar los fletes y contribuye a encarecer aún tanto la energía como los productos manufacturados.
Una vez que se entienden las causas de la situación actual, se puede pronosticar la duración y la magnitud de los efectos. La subida en el precio de las materias primas energéticas y algunos metales, al contrario que las subidas puntuales del año pasado por cuellos de botella en la cadena de suministro, será más prolongada porque se debe al escaso capital empleado por las empresas del sector en la última década. Así, la inflación seguirá siendo elevada y a pesar de que economías como la española están sustentadas en los servicios, los precios acabarán por aumentar en todos los sectores, sobre todo si el precio del petróleo siguiera creciendo y alcanzase los cien dólares por barril.
La inflación viene provocada en gran medida por las consecuencias del ciclo del capital, y como ha sucedido prácticamente cada vez que se ha dado, traerá consigo una caída en las expectativas y un aumento de la incertidumbre que lastrarán el crecimiento del PIB. En algunos países desarrollados continuará la recuperación de la caída tan fuerte del año pasado, aunque a menor ritmo, y en otros habrá recesión. Esta reducción del crecimiento pondría freno temporalmente a la inflación gracias a una reducción de la demanda, pero mientras los sectores infracapitalizados no repongan su inversión la principal causa de la inflación no desaparecerá y volvería de forma recurrente con distinta intensidad en los diferentes sectores y las distintas materias primas.
A nadie se le escapa que las políticas de transición ecológica no son lo suficientemente rápidas para frenar este proceso, y la falta de interés de los inversores por sectores alejados de los criterios ESG no parece que vaya a cambiar próximamente. Con este panorama, en los próximos años la inflación seguirá elevada, aunque no tiene por qué descontrolarse, seguirá habiendo algunos cuellos de botella puntuales, y el crecimiento económico se resentirá, lo que paliará temporalmente esta situación, sin llegar a resolverla. Solo el capital, tarde o temprano cambiará su preferencia sectorial, revertirá el proceso, terminará con los efectos y acabará con las consecuencias. De nuevo otros sectores quedarán descapitalizados y el ciclo económico y el del capital comenzarán de nuevo.
Juan Luis Santos es Profesor de Economía en la Universidad CEU San Pablo e investigador