La épica marcha minera por la vida | Diario Pagina Siete
Carlos Derpic
En lo que quedaba de la sede de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (Fstmb), tumbada por órdenes del dictador Luis García Meza y de su ministro del Interior, Luis Arce, el 15 de agosto de 1986 por la mañana se realizó una reunión de la plana mayor de la dirigencia sindical de la minería nacionalizada. Simón Reyes y Filemón Escóbar presidían el evento, en el cual se informó que Jeffrey Sachs, quien había sido un puntal en la elaboración del decreto 21060 en 1985, estaba nuevamente en Bolivia asesorando al gobierno sobre la manera de liquidar la minería nacionalizada y, veladamente, a la combativa organización del proletariado minero, que era la base de la poderosa Central Obrera Boliviana.
Al ponerse en vigencia el 21060, se aplicó la “relocalización” de mineros, vía el pago de beneficios extra legales para quienes se retirasen voluntariamente de las empresas de Comibol. En noviembre de 1985, mediante el decreto 21137, se impuso otro modelo de “relocalización”, aún más atrayente para quienes renunciaran. Y para agosto de 1986, había 70 millones de dólares disponibles para pagar los beneficios extralegales.
Advertidos de ello, los dirigentes mineros decidieron llevar adelante la “marcha por la vida”. Paralelamente, el 18 de agosto de 1986, el Comité Cívico Potosinista (Comcipo) declaró huelga general indefinida en todo el departamento, porque el cierre de Comibol también iba a afectar enormemente a Potosí.
Días antes, el 16 y 17 de agosto, se había realizado en La Paz un congreso de comités cívicos que solicitó al presidente Víctor Paz Estenssoro reciba en audiencia al presidente de Comcipo, Luis Fernández Fagalde, y escuche las razones del rechazo del pueblo potosino al cierre de la minera estatal.
A pesar de todo, el 25 de agosto el gobierno dictó el decreto 21377, llamado de “descentralización de Comibol”, que en realidad modificaba su estructura haciendo posible la desaparición de la minería nacionalizada, en favor de las empresas privadas, transnacionales y cooperativas mineras.
Mientras tanto, el 21 de agosto había partido la “marcha por la vida”, que inició la tradición de marchar desde Caracollo (Oruro) rumbo a La Paz. Desde un inicio los mineros fueron la columna vertebral de la marcha, pero a medida que avanzaban se les fueron sumando otros sectores, entre ellos, campesinos de la Csutcb, universitarios, otros trabajadores, indígenas, dirigentes políticos y hasta periodistas.
Marchaban con convicción en defensa de su fuente laboral y por una causa nacional y popular. A su paso por los diferentes pueblos entre Oruro y La Paz, los marchistas eran espontáneamente recibidos por sus habitantes, quienes les procuraban alimentación, medicinas y alojamiento. La solidaridad era extraordinaria, a tal punto que Lupe Cajías escribió que la marcha había sido una experiencia “bíblica”: se habría repetido el milagro del maná que, miles de años antes, había sostenido a los judíos cuando huían de Egipto en busca de su liberación.
Ninguno de los marchistas cobraba nada por marchar; al contrario, muchos de ellos sufrirían descuentos de sus sueldos por ausentarse de sus trabajos. No había policía que escoltara a la muchedumbre que, cada día en mayor número, se sumaba a la marcha. No había un solo funcionario público obligado a marchar; todos lo hacían por convicción.
Los dirigentes encabezaban la marcha y estuvieron presentes en ella todo el tiempo, sin pausa ni descanso, dando ejemplo de entereza y de voluntad de propósito. La situación hubiera podido considerarse pre insurreccional, si no hubiera sido que un año antes, en las elecciones generales de 1985, la izquierda había sufrido una derrota política terminante.
El 27 de agosto por la noche, a través del decreto 21378, el gobierno declaró estado de sitio en todo el territorio nacional. A partir de ello, se produjeron detenciones de dirigentes cívicos, vecinales, obreros y campesinos en la ciudad de Potosí; incluso el rector de la Universidad Tomás Frías fue apresado. Los detenidos fueron introducidos a un carro frigorífico de la Alcaldía de Potosí, dentro del cual se vivieron instantes dramáticos cuando comenzó a faltar oxígeno.
Posteriormente, todos fueron confinados a localidades del oriente boliviano como San Joaquín y Puerto Rico.
Al amanecer del 28 de agosto, cuando la Marcha por la Vida se encontraba en Calamarca, a sólo 60 kilómetros de la ciudad de La Paz, los marchistas habían sido rodeados por 2.000 efectivos militares fuertemente armados, con tanques de guerra y carros de asalto, amén de aviones que sobrevolaban la zona.
Asumiendo plenamente su responsabilidad como dirigentes, Reyes y Escóbar advirtieron a los marchistas que no había manera de romper el cerco militar y que, de intentarlo, solo tendría lugar un baño de sangre. Persuadidos, los movilizados decidieron suspender la marcha, y los mineros regresaron a sus lugares de origen. El proletariado minero había sido derrotado por el gobierno vía estado de sitio. Comenzaba la pérdida de poder de la Fstmb y la COB.
Nadie imaginó que años después, ambas organizaciones caerían en manos del gobierno del MAS y que sus dirigentes se convertirían en celestinos de quienes buscan eternizarse en el poder e imponer un régimen no solo autoritario, sino totalitario.
La marcha por la vida fue voluntaria y se hizo por convicción, en defensa de las conquistas sociales de la clase obrera organizada. Ninguno de sus líderes tenía ambiciones personales de poder.
Gran diferencia con la llamada “marcha por la patria” de hace unas días cuyos organizadores sólo estaban enfocados en que se hable del millón de personas que supuestamente habría reunido (para hacer verosímil el mito del retorno de Katari convertido en “millones”) y que estuvo conformada en gran parte por gente obligada, por disfrazados de todo tipo y por bases manipuladas por sus dirigentes; marcha del poder que fue escoltada por la Policía y que recibió la adhesión diplomática consabida de un piquetero argentino y un desconocido nicaragüense, lo que da cuenta de los intereses geopolíticos que están por detrás.
La de 1986 fue una marcha épica; lo de hace unos días, más que marcha, fue un show de supuesta unidad a marchas forzadas.
Carlos Derpic / Plataforma Ciudadana UNO