El triunfo de Boric y la Convención
El domingo 19 me levanté tarde. La noche antes asistí a un matrimonio fuera de Santiago y regresé de madrugada. Hacían más de 33° cuando a eso de las 15hrs, vistiendo pantalones cortos, guayabera y sandalias, tomé mi bicicleta y salí a votar. Había leído en las redes que la falta de locomoción colectiva estaba dificultando el desplazamiento de muchos, que había paraderos atochados y que personeros del comando de Boric hablaban de un boicot, pero en la comuna de Providencia, a esa hora, penaban las ánimas. En el centro de votación del liceo Carmela Carvajal, donde sufrago desde hace años, no había nadie esperando. La vez pasada debí aguardar cerca de dos horas en una fila que daba la vuelta a la manzana. Voté sin tardanza y regresé a mi casa. A las 17.30 hrs encendí la televisión y media hora después se abrían las primeras urnas y comenzaban los conteos. A eso de las siete de la tarde, con un 30% de las mesas escrutadas, Gonzalo de la Carrera, diputado electo por el Partido Republicano, reconocía la derrota de su candidato -“el resultado es irremontable”- y antes de las 19.30 hrs, José Antonio Kast escribía en su cuenta de twitter: “Acabo de hablar con Gabriel Boric y lo he felicitado por su gran triunfo. Desde hoy es el presidente electo de Chile y merece todo nuestro respeto y colaboración constructiva. Chile siempre está primero”. Una hora después fue a saludarlo personalmente a su comando.
A esa hora yo estaba en la Alameda, en medio de una multitud que agitaba banderas chilenas y otras de colores con el apellido del nuevo Presidente. La mayoría eran jóvenes. Cuando llamé a mi hijo menor para preguntarle dónde se había metido, me dijo que estaba trepado en unas ventanas de la Biblioteca Nacional para ver el escenario, de modo que no podía hablarme. La mayor me contestó que en esos precisos momentos llegaba Gabriel Boric en un auto rodeado por festejantes que lo acosaban y que adentro, más que contento, se le veía asustado. Minutos después se bajó del carro, saltó las rejas de contención como sólo alguien de su edad puede hacerlo, y trepó a la tarima como un gato.
“¡Buenas noches, Chile!”, gritó apenas estuvo frente al micrófono. Sus primeras palabras fueron para agradecer a quienes votaron “honrando su compromiso con la democracia… sin importar, en este momento, si lo hicieron por mí o mi contrincante”. Agradeció a quienes colaboraron con su campaña, a Izkia Siches, a las mujeres, a las disidencias sexuales, a los niños y a las niñas que le regalaron “dibujos hermosos” en los que manifestaban sus sueños y deseos y “a los que no podemos fallarles”, dijo; al SERVEL que “simboliza el Estado que necesitamos: eficaz, imparcial y justo”; a los medios de comunicación, porque “tenemos la convicción de que la prensa libre es el fundamento esencial de la democracia y su vehículo”.
Después Boric agradeció a los otros candidatos que participaron en la elección, porque “la democracia la hacemos entre todos y todas”, y cuando mencionó a José Antonio Kast, en un gesto que recordó el discurso de Patricio Aylwin en el Estadio Nacional el 12 de marzo de 1990 -donde exaltó “la necesidad de restablecer un clima de respeto y de confianza en la convivencia entre los chilenos, cualesquiera que sean sus creencias, ideas, actividades o condición social, sean civiles o militares”, y al interrumpirlo las pifias, repitió enfático: “¡Sí compatriotas! ¡Civiles y militares! ¡Chile es uno solo!”- Gabriel Boric, al percibir los abucheos, repitió con muy parecida entonación: “¡Sí! ¡También a José Antonio Kast!”. “El país nos necesita a todos… Les pido que cuidemos este triunfo y que desde mañana tendremos mucho para trabajar, encontrarnos, sanar heridas y caminar juntos hacia un futuro mejor”, continuó. Si comenzó con una alusión a Aylwin, terminó con una a Salvador Allende: “vayan a sus casas con la alegría sana de la limpia victoria alcanzada”.
Al día siguiente, Gabriel Boric visitó a Sebastián Piñera en La Moneda y posó su mano en el hombro del Presidente saliente en señal de paz. Ya durante esa tarde, los ánimos parecían haber dado un giro sorprendente: muchos de quienes el domingo suponían que un triunfo suyo sería sinónimo de revolución y barbarie, debieron reconocerse a ellos mismos que sus pesadillas parecían infundadas. Los 35 años de Boric, el Presidente más joven y más votado de la historia patria (8.362.384 preferencias), lejos de traducirse en una seguidilla de comportamientos impetuosos y triunfalistas, tocado por el embrujo de su nueva investidura, devenían en cercanía, contemporaneidad, amplitud y republicanismo. Un hecho sanador parecía en curso. Si hay algo en lo que pueda colaborar para que todo salga bien, por favor, házmelo saber, me dijeron varios que no le habían dado el voto, a sabiendas de que lo conocía.
El martes visitó la Convención Constitucional. La agitación que en la inmensa mayoría de los constituyentes produjo su llegada fue intensa y ruidosa. Yo estaba escuchando audiencias en la comisión de Derechos Fundamentales cuando unos gritos evidenciaron su aparición. Hubo quienes abandonaron la sala y corrieron para saludarlo. Los pasillos del Congreso se llenaron de gente que iba y venía. En algunos de sus recodos, convencionales y funcionaron aguardaban para verlo pasar. No pocas corrían de un lado al otro para interceptarlo y sacarse selfies con él. El recién electo presidente saludaba con las manos unidas en namasté, a otros los abrazaba o les sonreía, aunque ya no con la misma frescura liviana y casual de antes, sino con una solemnidad nueva, provista de una parsimonia y estatura hasta hace horas desconocida.
Se reunió con Elisa Loncón en un abrazo que quedará en los anales de la República, con Bassa y con el resto de la mesa ampliada, antes de subirse a la testera del pleno, donde frente a convencionales de todas las tendencias -en su mayoría apiñados bajo su inmenso escritorio de caoba y apuntándolo con sus celulares, no pocos de espalda para salir en el primer plano mientras él hablaba detrás-, enfatizó la importancia del trabajo que realizábamos, la necesidad de que éste fuera un lugar de encuentro, que nuestra tarea iba más allá de un gobierno, que no esperaba una convención partisana y que contaríamos con todo el apoyo institucional, no de su presidencia, sino del Estado que presidiría.
Gabriel Boric sabe perfectamente que la suerte de su mandato está indisolublemente ligada a la de este proceso constituyente del cual es uno de sus padres. Ambos son hitos inaugurales de un nuevo ciclo político, de cuyo zarpe estará él a cargo y la nueva constitución será su carta de navegación a largo plazo. Sabe que requerirá de la creación de nuevas confianzas, de la cohesión tras nuevos retos civilizatorios, y de la complicidad de diversos sectores de la sociedad chilena para llevarlo a cabo con éxito. Cada vez que tiene ocasión repite que para esta tarea se les necesita a todos, y no la imposición de unos sobre otros. No recuerdo si lo dijo exactamente así, pero todo en él, sus palabras, tonos y movimientos, pedía templanza, respeto y amistad cívica. La derecha presente no lo ovacionó, pero a la salida escuché decir a varios que le reconocían estatura, y el grito de “liberar, liberar, a los presos por luchar” con que algunos respondieron a su discurso, tuvo algo de disonante con lo que acababa de plantear. No es de “lucha” que habla el Presidente electo, sino de construcción.
Para la Convención, se trató de una semana significativa y simbólica. Recibió a Lagos, a Boric y a Bachelet. La institucionalidad de distintos tiempos y estilos tras un mismo destino democratizador y fugitivo. “Porque estamos parados sobre hombros de gigantes”. El pasado y el presente se dieron cita para idear el futuro que nos espera. Hay algo en el afecto y la atención que Gabriel Boric le presta a los niños desde que asumió que merece ser entendido como una apuesta suya por el porvenir. “El presente y el pasado/ están ambos presentes en el futuro”, escribió T.S. Eliot en sus Cuatro Cuartetos.