Miren arriba: la economía espacial redobla la apuesta en 2022 con su “año lunar”
De los tonos de rojo a las imágenes blancas. En esa escala cromática se moverán las novedades de la agenda espacial de los próximos meses. Si 2021 fue un año que tuvo a Marte como actor protagónico (con varios vehículos enviados y hasta un helicóptero que siguen mandando imágenes desde el planeta rojo), 2022 será un “año lunar”, con al menos nueve misiones programadas al satélite de la Tierra, que incluyen iniciativas de Rusia y la India, entre otros países, y los primeros pasos del programa Artemis, con el cual la NASA se propone volver después de más de 50 años a la luna con una misión tripulada, a partir de 2025.
El período de la pandemia coincidió con una explosión de proyectos de países y de empresas privadas con el espacio, y la programación de 2022 muestra que esta apuesta se redoblará. El año pasado arrancó y terminó con platos fuertes: las llegadas de tres misiones a Marte en febrero (de los Estados Unidos, China y de Emiratos Árabes) y la puesta en órbita en diciembre pasado del súper telescopio James Webb, una iniciativa que comenzó a planearse en la década del 80, se demoró varias veces y costó más de 10.000 millones de dólares.
El nuevo telescopio permitirá indagar en los orígenes del universo hasta “solo” 200 millones de años después del Big Bang. En el medio hubo más de un despegue por semana con el primer tráfico intenso de turistas espaciales (por parte de empresas privadas como SpaceX, Blue Origin y Virgin Galactic) y otros proyectos como “Dart”, una sonda que despegó en el segundo semestre de 2021 y que en septiembre de este año impactará contra un asteroide para intentar desviarlo de su trayectoria.
China terminará este año su estación espacial Tiangong. Y la India y Rusia también se anotan con varias novedades espaciales que tiene que ver con la luna. En el caso de Rusia, se busca retomar el protagonismo que ese país tuvo en las primeras exploraciones entre 1950 y 1970, si bien perdió con los Estados Unidos la carrera por llegar con humanos, en 1969. La misión “Luna 25″ despegará en julio próximo rumbo al polo sur de la Luna, en la primera llegada de ese país a la superficie del satélite en 45 años.
En el Centro Kennedy de Cabo Cañaveral de La Florida, la NASA ultima los detalles para el despegue del megacohete del Space Launch System, que se hará en la tercera semana de marzo o en los primeros días de abril. Es un paso fundamental del programa Artemis, con el cual –si los preparativos salen bien y las aprobaciones presupuestarias de los Estados Unidos lo permiten– se espera volver con una misión tripulada a la Luna en 2025, algo que pasó por última vez en 1972.
Las implicancias económicas de esta carrera son enormes. Los avances tecnológicos que permitieron bajas exponenciales de algunos costos permitieron que entren en escena una docena de países nuevos y varias empresas privadas que, a su vez, aceleran el ritmo de innovación. Y volvieron rentables negocios que antes no lo eran, como el turismo espacial, el minado de asteroides o la proliferación de satélites de bajo costo, un terreno en el cual la Argentina tiene presencia con Satellogic, que semanas atrás comenzó a cotizar en el Nasdaq.
Para las personas más ricas del mundo, la conquista del espacio se convirtió en un aspiracional y un símbolo de poder, status y propósito. Jeff Bezos, el dueño de Amazon, tenía cinco años cuando vio caminar por la Luna a Neil Armstrong y a Buzz Aldrin, y vivió un “momento inspiracional”. Siempre sostiene en entrevistas que Blue Origin, su empresa espacial, es su “trabajo más importante”.
Lo mismo sucede con Elon Musk y con el magnate Richard Branson, que cobra 300.000 dólares el ticket para viajar al espacio. Otro gran jugador privado es Boeing, la fábrica de aviones, que viene testeando su nave Starliner con y sin tripulación.
Por el lado de los beneficios, está bien estudiado y demostrado que las tecnologías que surgen de estas exploraciones espaciales tienen “externalidades” positivas muy poderosas sobre la vida y cotidiana en la tierra. Desde el GPS o las cámaras del celular hasta los filtros de agua tuvieron su origen en los laboratorios que trabajaron en las misiones espaciales (no así el velcro, como se suele sostener falsamente, ya que fue inventado años antes).
En su libro A Giant Leap, uno de los muy buenos textos que aparecieron para homenajear los 50 años de la conquista de la Luna, el periodista de Fast Company Charles Fishman argumenta que el programa Apolo facilitó la era digital que sobrevino y se masificó décadas más tarde. La naciente industria de microchips tuvo, en sus primeros diez años de vida, como único cliente a la NASA. Esto les permitió madurar y bajar el costo y el tamaño de manera exponencial, permitiendo que llegaran más rápido las computadoras personales y los celulares.
Una de las avenidas que se espera que sea transformada por las nuevas tecnologías que van surgiendo para la carrera espacial, es la de los viajes en avión en la Tierra. Desde que se anunció Starship (antes se conocía como BFR), Musk viene coqueteando con la idea de “aeropuertos” espaciales en distintos lugares del planeta, desde donde se pueda ascender y luego descender en otro punto, haciendo los viajes muchísimo más veloces. Es un camino largo, pero, si el mercado acompaña, hay que tener en cuenta que entre los primeros vuelos experimentales de principios del siglo XX a los viajes en avión comerciales pasaron solo 15 años. Y eso, con tecnología del siglo pasado.
Mientras tanto, la agenda espacial explota en la cultura pop, con récord de series, películas y documentales, en los que la ficción y la realidad tienen cada vez más puntos de contacto. Pasaron semanas entre el estreno de No miren arriba, la producción de Netflix con Leonardo Di Caprio, Jennifer Lawrence y Meryl Streep y el anuncio de la NASA de una valuación del asteroide 16 Psyche, de hierro y níquel, en el equivalente a 100 veces el PBI de la tierra.
En la película, el potencial de la minería de esteroides juega un papel relevante en la trama. Lo mismo sucede con el programa para desviar meteorito que se mencionó en los primeros párrafos. Y con las metáforas con el cambio climático, con las que hay infinidad de paralelismos. A menudo se justifican los presupuestos espaciales con el argumento de que con el calentamiento global “la Humanidad no podrá sobrevivir como especie mono-planetaria”. Pero si este problema se acelera, la solución espacial tampoco será inclusiva, ya que estamos aún a varias décadas de poder pensar en trasladar a millones de personas a la Luna o a Marte, con una vida sustentable en estos lugares. Sin spoilear, el final de No miren arriba navega en tono de comedia sobre este dilema.