Algunas jergas profesionales son mucho peores que otras
Pilita Clark
Hace unos días, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) hizo un anuncio que provocó una crítica mordaz por parte de una periodista climática llamada Megan Darby.
“Deben prohibir que la ONU nombre las cosas. Lo digo en serio”, escribió Darby, después de que la ONU lanzó un grupo para combatir el “greenwashing”, o lavado verde, llamado “Grupo de Expertos de Alto Nivel sobre los Compromisos de Emisiones Netas Cero de Entidades No Estatales”, o HLEG, por su sigla en inglés.
“Los estudios muestran que el argot corporativo puede hacernos sentir superiores, lo cual puede ser una razón por su persistencia en el mundo empresarial. Pero no existe excusa para la jerga que obstruye la comprensión”.
Éste tiene que ser uno de los principales candidatos para el premio a la peor jerga de 2022, dijo Darby, editora del sitio Climate Home News del Reino Unido. Además, agregó: “¿Ha habido alguna vez un grupo de expertos de bajo nivel?”
Su reprensión iluminó mi día, no solo porque era acertada y bienvenida. También era un recordatorio de que, por mucho que a todos nos guste odiar la jerga, puede ir más allá de lo risible y ser activamente dañina.
Soy culpable de enfocarme en las cosas cómicas: las competencias básicas para aprovechar los cambios de paradigma que infectan la vida corporativa, por no hablar de las tediosas siglas y abreviaturas que convierten el mensaje más simple en una tontería indescifrable.
Pero este tipo de jerga profesional puede ser beneficiosa para quienes están dentro de las empresas. Puede fomentar un sentido de pertenencia y actuar como un atajo útil que facilita la comunicación con los colegas. Los estudios muestran que el argot corporativo en particular puede hacernos sentir superiores, lo cual puede ser una razón por su persistencia en el mundo empresarial.
Pero no existe tal excusa para la jerga que obstruye la comprensión sobre un tema tan vital como el cambio climático, como me recordó otro documento aún más importante de la ONU hace poco.
El informe del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático de la ONU (IPCC, su sigla en inglés), la fuente más autorizada de conocimiento climático global, es un desastre.
Es ridículamente largo, con más de 2.900 páginas, e incluso su resumen más corto de 64 páginas para los formuladores de políticas estaba lleno de frases como esta: “Las estimaciones de los beneficios económicos agregados de evitar los daños del cambio climático y de la reducción de los costos de adaptación aumentan con el rigor de la mitigación (nivel de confianza alto)”.
Creo que esto significa que hacer más para evitar que el cambio climático empeore tiene sentido económico, porque gastaremos menos en cosas como limpiar después de las inundaciones o proteger las líneas eléctricas de los incendios forestales.
Hubo ejemplos mucho peores, tanto que el día que salió el informe, Associated Press amablemente volvió a publicar una guía sobre la jerga del cambio climático.
Fue escrito por Wändi Bruine de Bruin, una profesora de la Universidad del Sur de California y coautora de un estudio reciente que muestra que las personas en EEUU a menudo se sienten desconcertadas por las palabras que usan los expertos climáticos.
Eso incluye dos de los términos más comunes: adaptación y mitigación. Para los expertos, “adaptación” significa hacer cambios para hacer frente a los efectos del cambio climático. “Mitigación” es evitar que el cambio climático empeore.
Pero el estudio encontró que algunas personas piensan que la adaptación se refiere a cambios evolutivos en la naturaleza, o libros adaptados para películas. Otros piensan en mitigar los costos, no el cambio climático. Incluso el término “emisiones” de gases de efecto invernadero es confuso: hace que algunas personas piensen en las emisiones de gases de escape, que son diferentes.
Los informes del IPCC son especialmente problemáticos, porque están escritos a nivel universitario y muchos adultos en EEUU y Europa leen al nivel de niños de 12 o 13 años. Por lo tanto, una página de informe típica del IPCC obtiene una calificación deplorable en las pruebas de legibilidad. (Ay, las mismas pruebas muestran que algunos de mis propios informes climáticos no han sido muy ideales).
No culpo al IPCC por sus confusos documentos. Sus evaluaciones masivas son el resultado inevitable de una decisión por comité, elaborada durante meses por cientos de científicos apoyados por una pequeña secretaría de la ONU.
La primera vez que miré el presupuesto anual de la secretaría, en 2013, descubrí que era de US$ 9,3 millones, que es aproximadamente lo que el condado de Cumbria en Inglaterra había gastado arreglando baches en 2012. Su presupuesto más reciente todavía está por debajo de los US$ 10 millones y, por maravilloso que fuera si tuviera un ejército de personas que pudieran hacer que sus informes fueran más legibles, no cuenta con los fondos.
Aún así, la buena noticia es que el estudio de Bruine está teniendo un impacto. “Nos contactaron científicos del clima y periodistas del clima que querían mejorar la forma de hablar sobre el cambio climático”, me dijo. Estas son buenas noticias. Espero que finalmente encontremos una manera de mitigar las emisiones de expertos que son difíciles de reducir antes de que alcancen un punto de inflexión del cual no hay retorno.