Construir un futuro con el resto de formas de vida, no a su costa – El Confidencial
Decía Gerald Durrell, probablemente el escritor de naturaleza que ha cautivado a más lectores en todo el mundo, que los seres humanos “somos, desde que nacemos, exploradores de un mundo complejo y fascinante”. En ese sentido el célebre autor de la ‘Trilogía de Corfú’ hizo de su vida un acto de consecuencia al dedicarla enteramente a la exploración, el estudio y la conservación de la biodiversidad.
Cuando tenía apenas dos años se quedó maravillado al observar las evoluciones de una pareja de babosas en su terraza, y desde entonces jamás perdió el interés por todo lo vivo, mostrando eso sí, la misma fascinación ante el majestuoso vuelo de un quetzal en las selvas de Costa Rica, que siguiendo la cotidiana labor de las tijeretas en el jardín de su casa.
Andoni Canela
Debido a ello sus exitosos libros, cargados de un fino sentido del humor, son ante todo auténticos manuales de etología que despertaron la vocación naturalista a miles de lectores en todo el mundo (como quien esto escribe) y las más ilustradas declaraciones de amor al resto de seres vivos con los que compartimos existencia.
Otro grande de la literatura de naturaleza, Jack London, afirmaba que lo fundamental en el ser humano es aprender a vivir y convivir con su entrono, no tan solo existir. El explorador y aventurero, uno de los mayores cronistas de la vida en el Gran Norte (no se pierdan su magistral ‘Encender una hoguera’) argumentaba que una de nuestras mayores satisfacciones debería ser sentirnos parte de la trama de la vida, respetarla y disfrutar de la inmensa fortuna de habitar la Tierra en compañía del resto de los que nos acompañan.
Medio siglo antes de que Jack London publicase su breve y famoso relato ‘La llamada de lo salvaje’, en el verano de 1854, el Gran Jefe indio Noah Sealth, también llamado Jefe Seattle y quien puso nombre a la capital del estado de Washington, escribió su famosa carta al presidente Pierce. Aquel texto, publicado unos años después en el Seattle Sunday Star, fue elegido por la ONU como uno de los documentos fundamentales del ecologismo y es un canto general al hermanamiento del ser humano con la tierra y el resto de seres vivos que la pueblan.
“Todas las criaturas de la Tierra estamos estrechamente unidas por lazos ancestrales y dependemos los unos de los otros»
Más allá del alto valor simbólico, el contenido de la ‘Carta del Indio’, al que algunos atribuyen la condición de apócrifa, está repleto de mensajes que, más allá de su orígen, se han convertido en algunos de los más célebres aforismos en defensa de la naturaleza y la protección del medio ambiente como: “Todas las criaturas de la Tierra estamos estrechamente unidas por lazos ancestrales y dependemos los unos de los otros. Todos estamos unidos” o “El hombre no creó el tejido de la vida: sólo es un hilo. Si cortamos ese hilo pondremos en riesgo nuestra propia existencia”.
Coexistir: esa es la clave. Y eso es lo que se reivindica hoy en todo el mundo con el lema elegido por la ONU para celebrar el Día Mundial de la Biodiversidad de este año: ‘Construir un futuro compartido para todas las formas de vida’. Aceptar que las especies no sobreviven de manera independiente, sino que están, estamos, íntimamente emparentadas formando parte de un todo al que llamamos biosfera y del que dependemos mutuamente.
Si recuperamos esa idea, si aceptamos que la condición de seres vivos nos une estrechamente al planeta, tal vez lleguemos a comprender y aceptar, como nos dejó escrito el Jefe Seattle y nos recordaron después London y Durrell entre muchos otros, los íntimos lazos que también nos unen al resto de formas de vida de la naturaleza: una variada multitud de seres vivos a los que agrupamos con el nombre de biodiversidad y con los que compartimos un mismo futuro.
Decía Gerald Durrell, probablemente el escritor de naturaleza que ha cautivado a más lectores en todo el mundo, que los seres humanos “somos, desde que nacemos, exploradores de un mundo complejo y fascinante”. En ese sentido el célebre autor de la ‘Trilogía de Corfú’ hizo de su vida un acto de consecuencia al dedicarla enteramente a la exploración, el estudio y la conservación de la biodiversidad.