Explicando el océano Atlántico | National Geographic
Durante siglos, el océano Atlántico ha sido una vía clave para el comercio y los viajes. Se extiende desde el círculo polar ártico hasta la Antártida y limita con las Américas al oeste y con Europa y África al este.
Con sus más de 66 millones de kilómetros cuadrados, es el segundo océano más grande de la Tierra después del Pacífico.
Los científicos y geógrafos separan a grandes rasgos el Atlántico en términos de norte y sur. El Atlántico Norte y el Atlántico Sur tienen corrientes oceánicas distintas que influyen en el clima de todo el mundo.
Corrientes de agua y giros
El océano no se queda quieto como el agua en un fregadero; se mueve más bien como una cinta transportadora impulsada por los cambios de temperatura y salinidad en grandes áreas. Tanto las corrientes superficiales de movimiento rápido como las corrientes oceánicas profundas de movimiento más lento hacen circular el agua por todo el planeta.
El agua del mar intenta constantemente encontrar un equilibrio. El agua caliente es menos densa que el agua fría, por lo que cuando el agua se enfría, se hunde y el agua caliente la sustituye. El agua con alta salinidad -más salada- también se desplaza hacia aguas con menor salinidad. Estos factores impulsan la cinta transportadora, un proceso también llamado circulación termohalina.
El agua se calienta por la corriente del Golfo, una corriente de aire caliente que se origina en el golfo de México. El agua caliente se desplaza entonces hacia el norte, donde obliga al agua más fría a hundirse y desplazarse hacia el sur. A medida que la corriente se desplaza hacia la Antártida, el afloramiento empuja el agua fría de vuelta a la superficie, impeliendo la cinta transportadora acuática alrededor del mundo. Los científicos calculan que la cinta transportadora tarda unos 500 años en hacer un viaje.
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Huracanes
Sin el desierto del Sáhara en África, pocos huracanes golpearían la costa oriental de Norteamérica, ya que la diferencia entre el aire seco y caliente del Sáhara y el aire húmedo y más frío del oeste y del sur forma una corriente de viento llamada chorro africano del este. El chorro empuja los vientos del oeste sobre la costa occidental de África, donde a veces recogen agua del océano y forman tormentas eléctricas.
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Los huracanes se alimentan de aguas cálidas, y los vientos más cálidos del verano del Sáhara impulsan algunos de los mayores huracanes que se ven en EE. UU y a lo largo de las costas atlánticas de la mitad norte de América. Los que se forman frente a la costa de África deben sobrevivir a la cizalladura del viento (vientos horizontales) para golpear la costa este americana con toda su fuerza.
Ocasionalmente, como en el caso de los huracanes Florence y Harvey, las tormentas se debilitan a medida que se abren camino a través del océano Atlántico, pero luego son reabastecidas por las aguas cálidas de la costa este de Estados Unidos o del golfo de México.
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Vida marina
El océano Atlántico alberga una diversa gama de vida marina, tanto la que podemos observar en la superficie, como la que está casi oculta a los ojos humanos.
En diciembre de 2018, National Geographic publicó fotos de una inmersión en aguas profundas dirigida por el grupo de investigación oceánica OceanX. Las imágenes revelaron el Monumento Nacional Marino de los Cañones del Noreste y los Montes Marinos, un área marina protegida por el gobierno federal frente a la costa de Massachusetts, y está repleta de biodiversidad. Se encontró una variedad de corales, peces y moluscos a casi 1 kilómetro de profundidad.
Muchas otras especies conocidas viven en el Atlántico, desde delfines hasta tortugas marinas.
Tras décadas de declive, los científicos han averiguado que las poblaciones de tiburones blancos están creciendo en aguas estadounidenses y ha habido avistamientos en el Mediterráneo. Estos grandes peces se alimentan de pinnípedos, como las focas, que suelen encontrarse cerca de la costa. A pesar del temor generalizado a la especie -acentuado por el tratamiento que le dispensa la cultura pop-, los científicos alaban el regreso de los tiburones blancos como un éxito de la conservación. Estudios recientes demuestran que los tiburones blancos pueden aventurarse más al norte, cerca de Maine, e incluso hasta Nuevo Brunswick (Canadá).
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A otras especies de las aguas del Atlántico Norte no les va tan bien.
La ballena franca del Atlántico Norte se encamina de modo incesante a la extinción. Solo quedan más de 400 ejemplares en libertad. Los cazadores a principios del siglo XX la llamaron así por sus ventajosas características que facilitaban en gran medida su captura. En los últimos años, se han encontrado ballenas muertas en el golfo de San Lorenzo, en Canadá, por lo que las necropsias muestran que se trata de golpes de barco. A los científicos también les preocupa que las hembras, posiblemente sometidas a estrés ambiental, no se reproduzcan a un ritmo lo suficientemente rápido como para recuperar la población en declive.
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Las pesquerías -los caladeros donde los pescadores capturan las especies para comprarlas, venderlas y consumirlas- también se verán afectadas por el cambio de la temperatura del agua. Un estudio publicado en la revista Science demostró que algunas poblaciones de peces en el Atlántico han aumentado mientras que otras se han reducido en aguas más cálidas. El mar del Norte de Europa, que forma parte del Atlántico, ha sido testigo de cómo se han reducido varias pesquerías como consecuencia del calentamiento de las aguas y la sobrepesca, mientras que algunas pesquerías de la costa de Nueva Inglaterra han aumentado.