Carlos Miguel Prieto: “Si algo le gusta a un mexicano es España – EL PAÍS
Carlos Miguel Prieto (Ciudad de México, 56 años) es el principal director de orquesta mexicano de su generación. Ingeniero por la Universidad de Princeton y maestro en administración de empresas por la escuela de negocios de Harvard, sintió un llamado por la música a los veintitantos: “Hubo un cruce de cables. Una colisión. Casi de la noche a la mañana se me abrió un panorama”, cuenta con emoción, en entrevista con EL PAÍS, el también violinista recién reconocido con la Medalla Bellas Artes por su trayectoria de 15 años al frente de la Orquesta Sinfónica Nacional, la agrupación más representativa de México fundada por el maestro Carlos Chávez, en 1928. “Ese llamado significó un motor gigantesco, que me acompaño con ahínco los primeros 20 años de mi carrera. Durante un buen rato mi motivación fue totalmente vocacional”, afirma.
Su abuela, también violinista, se llamaba Cécile Jacquet, como la patrona de los músicos. Su padre es el gran violonchelista Carlos Prieto: “Toda mi vida he tenido dos actividades”, dijo el ingeniero del MIT, tras abandonar la dirección de la gran empresa siderúrgica mexicana, la Compañía Fundidora de Fierro y Acero de Monterrey, que presidía su padre. “Durante diecinueve años he trabajado para la fundidora, de ellos doce como director. Si quería dedicarme a la carrera musical precisaba dedicarle todo mi tiempo. Pensé que tenía que optar y en concreto decidí que si quería ser honesto conmigo mismo debía elegir la música”. Carlos Prieto había tomado la decisión de dedicarse plenamente a la música y, en junio de 1979, debutaría con un Stradivarius fabricado en 1713. Para ese entonces, Carlos Miguel, su hijo, tendría unos 14 años y casi 10 años de experiencia en el violín, que empezó a tocar desde los 5 años, con ayuda de su abuela, Cecilia. Su maestro fue Vladimir Vulfman, un violinista ruso, refugiado judío de la Segunda Guerra Mundial, que hizo escuela en México.
Tras aquella epifanía, comenzó sus estudios de dirección orquestal con Jorge Mester, Enrique Diemecke, Charles Bruck y Michael Jinbo, así como en los cursos de la Escuela Pierre Monteux, en Tanglewood y en Le Domaine Forget. Carlos Miguel es el director artístico de la Orquesta Sinfónica de Minería desde julio de 2006 y este verano interpretará las nueve sinfonías de Beethoven, como el plato fuerte de un programa que marca el regreso de esta orquesta compuesta por músicos de las principales agrupaciones de México, Estados Unidos y Europa, a la sala Nezahualcóyotl. “Es un programa franco-español, muy celebratorio, muy alegre”, cuenta el director a este diario. En 2007, comenzó su trabajo con la Orquesta Sinfónica Nacional. A principios de 2022, la Sinfónica de Carolina del Norte lo nombró director musical designado. Desde 2005, es director titular de la Orquesta Filarmónica de Luisiana; colabora regularmente con solistas como Yo-Yo Ma, Itzhak Perlman, Joshua Bell, Plácido Domingo y Lang-Lang. Ha dirigido más de 100 estrenos mundiales de compositoras y compositores de México y Latinoamérica, entre ellas, Gabriela Ortíz, la octava mujer en formar parte de El Colegio Nacional. Desde 2002, colabora con Gustavo Dudamel en la dirección de la Orquesta de las Américas, proyecto educativo que busca formar a las infancias a través de la música cuya parte más visible es una agrupación sinfónica integrada por jóvenes músicos provenientes de toda América.
Pregunta. El programa de la Orquesta Sinfónica de Minería de este verano es muy franco-español. Para usted, España y Francia son países muy significativos a nivel personal y profesional.
Respuesta. Bueno, no puedes negar tus orígenes. Yo me siento muy cercano a la manera de pensar y de sentir de ambos países y creo comprender eso que nos une. Si algo le gusta a un mexicano es España; y si algo le gusta a un español es México. Las relaciones entre ambos países van más allá de la política, son culturales. A mí me duele tremendamente ver cuando se hace cualquier cuestión que nos separa. A pesar de que yo hago más de la mitad de mi trabajo en Estados Unidos, un país que está a tiro de piedra de México, me siento más cercano a los españoles. Como tantísima gente en México, nos debemos al exilio. Yo soy mexicano, pero mis abuelos son de España y de Francia. Entonces, crecí con una enorme influencia de su cultura. Fui al Liceo Francés de México; aprendí a tocar el violín en francés, pero también crecí con una historia muy española. Cuando era niño todavía estaba Franco. Me acuerdo cuando murió. Cuando México no tenía relaciones con España. Me acuerdo cuando México las restableció. Mi abuela, que era francesa, tenía una admiración increíble al mundo sonoro de Debussy, Maurice Ravel y Manuel de Falla.
P. Usted heredó una biblioteca de un gran amigo del compositor español Manuel Falla
R. Sí, del musicólogo español Adolfo Salazar, refugiado en México, gracias a mi abuelo. Era muy amigo de Manuel Falla. Mi abuelo paterno llegó mucho antes del exilio español, vino en 1918, pero fue muy importante para abrirle el campo a los exiliados españoles, sobre todo a los intelectuales. Y acogió en su casa a Adolfo Salazar, también fue amigo de Debussy, entre otros. Mi abuelo lo acogió en su casa durante unos 20 años. Entonces, en agradecimiento, le dejó su biblioteca, con libros muy interesantes; documentos del exilio en América Latina y lo que representó ese movimiento migratorio para las artes.
P. ¿Qué cree que nos una a los mexicanos y españoles?
R. Es algo que todavía no sé poner en palabras. No sé si tiene que ver con el catolicismo y el protestantismo. Tenemos una manera muy similar de ver la vida que nos une naturalmente. Eso nos da una enorme ventaja. México es el país más grande del mundo hispanoparlante. Para volver a la música, cuando escuchas el Concierto de Aranjuez, en México, no hay un solo mexicano que no lo adore y abrace. Aunque nunca haya estado en Aranjuez; yo mismo nunca he estado y me encanta. No siento que tenga que estar en Aranjuez para entender esa obra. Las artes nos unen, lo queramos o no.
P. ¿Qué me puede contar de su abuela Cecilia, madre de su padre, Carlos Prieto, que nació en Francia, creció en España y se nacionalizó mexicana?
R. La historia de ella podría ser una novela. Ella era francesa; también sus padres. Su papá, mi bisabuelo, era ingeniero y trabajaba para el señor Nobel, quien empezó una compañía de explosivos e hizo su agosto en el norte de España, donde hay un pasado minero muy importante. Alfred Nobel necesitaba ingenieros que fueran a trabajar al norte de España y mandó a mi abuelo. Entonces, mi abuela, que nació cerca de Bilbao, pero creció cerca de Oviedo, donde conoció a mi abuelo y vinieron a México. Mi abuelo vino antes, cinco años antes y mi abuela después se unió a él. Se casaron en 1918. Ella hablaba español igual que hablaba francés. Y mi abuelo era muy español. Hablaba muy mal francés. Ambos se nacionalizaron mexicanos en el mismo momento que, en 1945, México le declaró la guerra a Alemania. Se les hizo un momento simbólico para hacerse mexicanos. Yo nunca crecí pensando que mis abuelos eran españoles o franceses. Mi papá, nacido en México, se casó con mi mamá nacida en Madrid. Tengo tres abuelos muy españoles y una abuela muy francesa. Entonces eso. La historia de ellos es una historia que ha vivido mucha gente en México, cuyos abuelos, digamos, vinieron antes del exilio de la Guerra Civil.
P. ¿Volvió usted y su familia a España? ¿Cómo vivieron desde México la guerra civil española?
R. Nací en 1965, tengo la friolera de 56 años. Empecé a ir a España en 1970. México no tenía oficialmente relaciones con España. México restableció las relaciones cuando murió Franco. Me acuerdo perfectamente dónde estaba cuando murió Franco. Estaba en la carretera, pasando por Tulancingo, Hidalgo, cuando oímos en la radio que había muerto Franco. Y ahí, de repente, le cambió la vida a tantas familias de México que tenían a parte de su familia en España y parte en México. En una situación de no relaciones entre dos gobiernos. Creo que todas esas personas estarían de acuerdo conmigo de cómo la política se mete en medio de situaciones que no tienen nada que ver con política. Entonces, por eso a mí me molesta tantísimo que de repente se empiece a hurgar en el pasado, como se ha hecho y a meter la política en algo en donde nadie está preocupado. Si tú te vas un pueblo en España, nadie te va a ni pedir perdón ni permiso por ser mexicano o español.
P. Su maestro de violín fue también un exiliado
R. Tuve un maestro que vino a México durante la Segunda Guerra Mundial, era un exiliado judío ruso. Él fue un gran maestro de violín de toda una generación de músicos en México que lo recuerdan con enormísimo cariño. Se llamaba Vladimir Vulfman, estaba casado con una mexicana. Empecé a tocar el violín a los cinco años. Crecí en ese mundo musical. La música siempre ha sido pasión, afición y nunca profesión. Y la verdad, este fue un privilegio porque no tengo más que recuerdos agradables de ese momento y creo que uno de los problemas de la educación musical son los traumas que le creamos a los niños con las exigencias.
P. Qué importante hablar ahora mismo de la migración…
R. Es que ahora, hablar de la migración es casi sinónimo de indocumentados mexicanos en Estados Unidos; de los centroamericanos, o de los africanos en Europa. Lo que siempre me gusta recordar es que la inmigración nos ha fortalecido. Nos olvidamos y cerramos las fronteras como si fuera la puerta de nuestra casa a algo que nos va a hacer mejores. Pero, las personas dicen: ‘Ya vivo bien y que nadie me venga a molestar’. En realidad, nadie dentro de esa migración viene por gusto. No he tenido un contacto con un emigrado mexicano americano que no añore su país. No lo veamos como una amenaza, sino como un problema que hay que resolver y que además nos puede enriquecer. Cuando tú bailas una cumbia estás bailando música africana con música latinoamericana.
P. Hay una tradición muy vieja en su familia de músicos e ingenieros. ¿Por qué decide estudiar ingeniería?
R. Me tocó una época donde las ciencias ocupaban un lugar muy importante y a mí me entró la idea, si tu quieres equivocada, de decir: ‘lo que quiero ser es ingeniero’. Y, pues, qué sabe un chavo de 17 años. Nada. Hay gente cuya vocación es la medicina y se dan cuenta a los 15 años. Benditos. Yo me di cuenta a los veintitantos años y, en ese momento, fue un viraje cañón, pero uno hacia algo que era como parte de mí, de mi DNA. La verdad, siento que la ingeniería no me hizo daño. No me da vergüenza haber estudiado ingeniería, sino todo lo contrario, porque ahora soy director de una orquesta fundada por ingenieros, la Sinfónica de Minería, una orquesta que lleva 45 años de vida. Yo le tengo un enorme agradecimiento a los ingenieros que fundaron nuestras carreteras, nuestros puentes, que son los que fundaron esta orquesta sinfónica. La ingeniería y la música van de la mano. Las ecuaciones diferenciales son un mal necesario para saber hacer cosas mucho más maravillosas.
P. ¿Cree que hay más vínculo entre la ciencia y el arte que entre cualquier otra disciplina?
R. Es que es lo mismo. Para que un músico pueda ir de España a Francia tiene que haber un sinnúmero de ingenieros que tuvieron que hacer una cantidad de trabajo increíble. Cómo lo hubiéramos hecho todos estos años sin tener a unos señores, por cierto, emigrados turcos en Alemania, que son los que se les ocurrió esta maravillosa vacuna que sigue salvando vidas. Esa es la mejor historia de la pandemia. Los héroes de la pandemia son una pareja de turcos en Alemania. Los inmigrantes han cambiado la historia del mundo.
P. Para usted, la música, particularmente la música sinfónica, fue casi un llamado. Cuénteme de ese llamado, tras haber estudiado ingeniería y administración de empresas.
R. Fue momento muy especial. Hubo un cruce de cables. Una colisión. Casi de la noche a la mañana se me abrió un panorama. La música no es como la medicina o como la religión. No tienes ese tipo de llamado divino, digamos. No es tan claro, ni tan evidente. Los primeros 20 años ese llamado significó un motor gigantesco, y me empezó a ir bien. Y, pues, cuando tienes en un año 80, 100 conciertos, no puedes más que ir para arriba y aprender. Durante un buen rato mi motivación fue totalmente vocacional. Es lo que me gusta hacer. Pero después de un rato, después de la pandemia, ese suceso fuertísimo, todo cambió. Durante un buen rato no tocamos. Tuvimos músicos en México que se murieron de tristeza. Sí, de tristeza. Imagínate eso. Lo que ocurrió entre 2020 y 2021 provocó un público ávido de música. Recurrimos a cosas extremas, como grabar desde casa el Huapango de Moncayo, cada quien su parte. La grabación de la Orquesta Sinfónica Nacional tuvo un millón de visitas. Ahora, veo una cara y ya me emociono porque después de hacer toda una temporada para las cámaras, te das cuanta de que ninguna cámara es tan bonita como la cara de un niño.
P. ¿Qué se siente volver a estar ahí con la batuta frente a la orquesta, sintiendo al público?
R. Se siente fuertísimo. Se siente una doble valoración de todo. Un agradecimiento al público eterno. Ojalá nos dure. Mi petición es que no regresemos al momento en donde la vida nos daba flojera. Lo que vivimos [la crisis del coronavirus] no lo queremos volver a vivir. Tras el trauma, vino una apertura muy bonita de las artes escénicas, también en la música. Ahora pienso: “¡Qué increíble todo esto!”
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