Racismo a la mexicana – Grupo Milenio
El racismo a la mexicana se diferencia del racismo yanqui o el español por su carácter hipócrita y escurridizo. Así lo confirma el escándalo que provocaron la semana pasada las revelaciones en Tik Tok de una ex empleada del restaurante Sonora Grill, sucursal Polanco: “Desde el primer día me explicaron que las mesas del balcón estaban reservadas para las personas con la mejor presentación. Una vez yo senté ahí a una pareja de morenos que venía formal, bien arreglada, y entonces el gerente me dijo que no debía hacer eso, porque ellos no cumplían con los estándares. Entonces me señaló a una pareja de blancos vestidos de manera informal y me dijo: mira, ellos sí los cumplen”.
Por lo visto, el gerente se avergonzaba de su racismo al grado de que no podía dar instrucciones claras a la empleada, y prefirió apelar a los valores entendidos, para tirar la piedra y esconder la mano. Pero ella se tomó el eufemismo al pie de la letra o quizá entendió la insinuación desde el principio, pero quiso obligar al gerente a enseñar el cobre. Como muchos otros dueños de restaurantes, bares y discotecas, los del Sonora Grill no sólo agravian con estas políticas a la gran mayoría de los mexicanos: también violan los derechos del consumidor, pues la clientela cobriza paga por sus platillos los mismos precios que la blanca, pero tiene peores lugares. Para ser congruentes con sus propios criterios de segregación, tendrían que dividir el restaurante en dos secciones: la de prietos y la de blancos, cobrándole menos al sector de la clientela que a su juicio afea el restaurante. ¿O se trata de castigar a los advenedizos por querer codearse con la casta divina?
La cadena Sonora Grill se merece un boicot unánime por esta discriminación vergonzante de su clientela, pero la resonancia del caso debería servir para sepultar un modelo de mercadotecnia aspiracional nefasto, que ahora, en pleno despertar cívico de una sociedad insurrecta, no sólo puede arruinar a muchas empresas, sino favorecer la explotación política del odio entre clases y razas. El efecto más dañino de la conquista en la psicología de los oprimidos fue inculcarles la idea de que mejorar la raza es blanquearla. La Revolución no hizo mucha mella en esta mentalidad, tal vez porque los caudillos vencedores de la contienda, los sonorenses Obregón y Calles, eran blancos y rápidamente hicieron migas con la oligarquía porfiriana.
Para colmo, los modelos de belleza impuestos por el cine y la televisión en el siglo pasado tendieron siempre a robustecer los complejos el auditorio. Ni siquiera el Indio Fernández fue capaz de darle el papel de María Candelaria a una india de verdad y María Félix reconocía en privado, con cierta sorna, que su papel de india en Tizoc era un miscast flagrante. Como el pueblo toleraba esa suplantación sin tomársela a pecho, los mercadólogos de Televisa creyeron que le gustaba verse retratado así. Peor aún: temían perder rating si le daban un papel de peladita a una mujer morena. Con la misma lógica, los dueños del Sonora Grill colocan en la terraza a la clientela blanca como gancho para atraer a la cobriza. Por fortuna, buena parte de la sociedad mexicana (incluyendo en ella a millones de blancos) ya no tolera estos golpes subrepticios a la autoestima de los morenos. El caso de Tenoch Huerta marca un paradigma: encabezó una protesta contra el racismo en la elección de repartos, y la compañía Marvel lo acaba de premiar con un papel estelar en una película de superhéroes. La mercadotecnia del espectáculo ha dado un giro de 180 grados y si esta pauta se impone, dentro de poco los actores criollos tendrán que embetunarse la cara para conseguir papeles secundarios en las telenovelas.
La burguesía mexicana y los aspirantes a militar en sus filas veneran por encima de todo los estrellatos de Hollywood. Por azares de la corrección política, ahora viene de allá la consigna de reconocer que la raza indígena puede ser tan bella como cualquiera. El protagonismo de Yalitza Aparicio en las pasarelas de la alta costura apunta en el mismo sentido, pero tal parece que muchos empresarios racistas están dispuestos a caer en el desprestigio con tal de aferrarse a sus fobias. Allá ellos: el reloj de la historia no dará marcha atrás. Se acabó la época en que lucraban con la cultura del autodesprecio, pues hoy en día esa canallada equivale a un suicidio. ¿Quieren agravar la discordia racial y social cultivada todos los días en las mañaneras? ¿Esperan contrarrestarla validando con su conducta el deporte de moda, la exhibición esperpéntica de los whitexicans en las redes sociales? ¿No han entendido que la nueva clave del éxito es venerar a gritos la herencia prehispánica, pero eso sí, con una güerota al lado, como la vieja guardia del PRI?
Desde su trono, el infatigable sembrador de cizaña contempla sonriente cómo le hacen el juego.
Enrique Serna