Proteger el capital natural requiere minería, lo contrario es una falacia – 360 Radio
Por: Mauricio Cuesta
En reciente estudio publicado por McKinsey & Co., se expone de forma dramática el estado de lo que se conoce como el “capital natural”, que no es otra cosa que la capacidad que tiene el planeta para soportar el desarrollo humano, y, por tanto, los límites para operar con seguridad sin comprometer los sistemas y procesos que gobiernan la estabilidad de la tierra en términos de atmósfera, océanos y ecosistemas.
Según el estudio, existen estimativos que este capital natural viene en declive, pues las necesidades humanas actuales requieren por lo menos de 1.8 veces más recursos de los que la tierra aparentemente puede proveer en este momento, con mayor impacto derivado de la pérdida de biodiversidad, que se estima excede en 2.7 veces los límites seguros, la contaminación química y por plásticos, con estimaciones que llegan a considerar que hoy se generan 2.6 veces más residuos plásticos que en 2010, y la emisión de gases efecto invernadero cuyo impacto al clima es irrefutable.
Así mismo, el estudio analizó los sectores económicos con mayor impacto, siendo la agricultura y la ganadería en conjunto el sector que más contribuye a exceder esos límites planetarios seguros, seguido del sector comercial y de servicios. Los estimativos son muy dicientes, con la producción agrícola aportando el 72% del consumo de agua fresca, el 61% de la contaminación química, y el 32% de la pérdida de biodiversidad, en tanto que la producción animal aporta el 53% de la pérdida de biodiversidad. Por su parte, el sector comercial y de servicio aporta el 77% de la contaminación por plástico.
El esfuerzo para contrarrestar estas tendencias requiere un actuar conjunto, de todos los sectores, donde se refine la forma de intervenir los recursos naturales renovables por el sector agrícola y ganadero, especialmente, y se contribuya desde otros sectores para mitigar su huella. Y aquí resulta de mayor importancia la participación del sector minero para explotar los recursos naturales no renovables estratégicos que requiere la transición energética; es contundente que el sector minero no es el que más aporta al deterioro del capital natural, pero sí puede facilitar que se mitigue su impacto.
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Estudios de la Agencia Internacional de Energía – AIE, aseguran que la demanda de minerales para la electrificación de vehículos va a requerir, en la próxima década, un incremento de 6 veces su producción actual. Esto, según estimativos de la industria, implica la necesidad de contar con 384 minas nuevas de grafito, litio, níquel y cobalto al 2035, que, si se incorpora el reciclaje de minerales como un factor de crecimiento, el número de minas nuevas sólo se reduce a 336. La AIE también ha estimado que se requieren 6 veces más minerales para producir un vehículo eléctrico comparado con un vehículo a combustión, y si profundizamos más, las baterías para estos vehículos, que representan entre el 30% y 40% de su costo, se van a demandar de forma significativa hasta 10 veces sus necesidades actuales, pasando de 340 GWh a 3500 GWh.
El desarrollo de nuevas fuentes minerales toma tiempo considerable, alrededor de 10 años desde sus fases iniciales de descubrimiento hasta su entrada en producción, con lo cual, se anticipa un riesgo de desbalance entre la oferta y demanda con implicaciones evidentes en precio y competitividad del sector, como ya lo estamos viendo con el litio cuyo precio se incrementó entre el 2015 y el 2021 en 9 veces; pero, además, se identifica el riesgo que la concentración de la producción de estos minerales estratégicos se siga manteniendo, lo que trae consigo potenciales disrupciones e impactos geopolíticos, si se tiene en cuenta que el cobre se concentra en un 40% en Chile y Perú, el litio en 80% en Australia y Chile, el níquel en 35% en Indonesia, el cobalto en 80% en República Dominicana, y las tierras raras en 70% en China.
En este contexto, existen oportunidades que deberíamos estar considerando capturar, e involucrar como parte de la hoja de ruta de la transición energética que construye el ministerio de minas y energía. Para esto, la hoja de ruta debería considerar un rol activo del gobierno y las instituciones, más allá de avanzar con la prospectiva para los minerales estratégicos del país, para enfocar esfuerzos en destrabar las inversiones privadas para una minería sustentable que protege el agua y los derechos del campesinado minero, mediante procesos claros y eficientes de obtención de permisos que eviten los cuellos de botella, tal como lo está planteando esta misma cartera respecto a los hidrocarburos para la sostenibilidad energética.
Así mismo, es imperativo que, en los programas de gobierno para la hoja de ruta de la transición energética, se plantee la cooperación con países consumidores de los minerales estratégicos, para que se faciliten y aceleren las inversiones, así como la cooperación con países productores para que se transfiera conocimiento que contribuya a la mejor explotación social y ambiental de esos minerales estratégicos.
Esta ruta es crucial para el cumplimiento de las metas que demanda la transición energética y la protección del capital natural; no puede valer el argumento de la necesidad de transitar hacia una energía que no se sustente en combustibles fósiles, sin permitir que la minería responsable y a escala avance. Estas son dos caras de una misma moneda.
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