El enigma de la diversidad perdida del mundo vikingo
Dos barcos funerarios vikingos emergieron de las entrañas de la tierra en el verano de 1901, cuando una vieja presa del río local reventó en el pueblo sueco de Sala, cerca de una centenaria mina de plata. El primer arqueólogo que llegó al lugar, Oscar Almgren, se encontró en una de estas barcazas, enterrada en una islita fluvial hacia el año 950, con los restos de una mujer tumbada boca arriba, con la cabeza orientada hacia la puesta de sol y tres broches en el pecho. El análisis del ADN de sus huesos y de los de otros 300 individuos antiguos hallados por toda Escandinavia ofrece ahora un resultado sorprendente: se encuentran más huellas genéticas foráneas en época vikinga que entre los actuales suecos con cuatro abuelos de la misma región. La variedad genética se esfumó en un breve periodo de tiempo. Ahora la gran pregunta es por qué.
Los genes de aquella mujer sepultada con honores en el corazón del mundo vikingo revelan que probablemente era hija de dos padres de las islas británicas. Y su dentadura concede otra pista clave. Cada región del mundo esconde en su suelo un perfil característico de átomos de estroncio, un metal que pasa a los alimentos y se acumula en los dientes humanos. Las muelas de la mujer del barco funerario sugieren que nació y creció en lo que hoy es Suecia, según un estudio encabezado por el genetista español Ricardo Rodríguez Varela, de la Universidad de Estocolmo. “Hay una mayor proporción de gente con ascendencia de las islas británicas, del este del mar Báltico y del sur de Europa en las poblaciones vikingas que en las poblaciones actuales de Escandinavia. ¿Por qué ha habido una reducción en ese flujo genético no local?”, se pregunta este investigador de 39 años, criado en el pueblo gallego de Negreira.
El equipo de Rodríguez Varela ha analizado la estructura genética de los escandinavos —suecos, daneses y noruegos— durante los últimos dos milenios, incluyendo el periodo vikingo, entre los años 750 y 1050. Sus intrigantes resultados aparecen este jueves en la portada de la revista especializada Cell. El genetista plantea tres hipótesis, que no son excluyentes entre sí. Quizá, explica, algunos de los 300 individuos antiguos analizados eran esclavos, monjes, misioneros cristianos o, simplemente, viajeros que estaban de paso y murieron allí sin dejar descendencia. Otra opción, complementaria, es que los ritos de enterramiento de aquellos migrantes fueran diferentes a los de las poblaciones locales. La incineración, de hecho, fue dominante durante buena parte de la época vikinga, por lo que no se puede obtener ADN de muchas tumbas. La tercera posibilidad, más improbable, es que otras migraciones posteriores, sin estos componentes europeos, diluyeran la variedad observada en época vikinga.
“Es como si colapsa Estados Unidos, vuelves dentro de mil años a analizar la población de Nueva York y ves que ya no es tan diversa. En época vikinga, la región debió de ser un sitio con mucho comercio, con profesionales de todo tipo que estaban de paso y murieron allí sin dejar tanta descendencia como cabría esperar”, reflexiona Rodríguez Varela, cuyo análisis incluye también los genomas de casi 17.000 escandinavos actuales, cada uno de ellos con cuatro abuelos locales, y restos humanos de conocidos yacimientos arqueológicos, como el del naufragio del barco de guerra sueco Kronan, en 1676. Entre los firmantes del estudio figura el visionario médico islandés Kári Stefánsson, fundador de deCODE, una empresa que ha analizado el ADN de cientos de miles de personas en busca de variantes genéticas asociadas a enfermedades comunes, como el cáncer y el alzhéimer.
El biólogo que aprendió a leer el ADN antiguo, el sueco Svante Pääbo, ha ganado el último Nobel de Medicina. Uno de sus discípulos, el genetista estadounidense David Reich, ha descrito esta revolución —iniciada hace poco más de una década— con dos comparaciones ilustrativas. “Tras la explosión de una granada en una habitación, ¿podría saberse qué posición exacta ocupaba cada objeto antes de la detonación reconstruyendo pieza a pieza los restos esparcidos por ella y estudiando la metralla de la pared? ¿Podrían recuperarse lenguas desaparecidas hace mucho abriendo una cueva en la que aún resonaran los ecos de las palabras pronunciadas allí miles de años atrás?”, reflexionó Reich en su libro ¿Quiénes somos y cómo hemos llegado hasta aquí? (Antoni Bosch editor, 2019). “Hoy el ADN antiguo está permitiendo esta suerte de reconstrucción detallada de los contactos más ocultos entre poblaciones humanas antiguas”, celebró.
Otro estudio genético de unos 400 esqueletos ya iluminó hace un par de años la época vikinga. Los investigadores acabaron con la caricatura de las películas, la de un pueblo de despiadados guerreros rubísimos dedicado a la piratería y al pillaje por los mares europeos. Muchos vikingos, de hecho, tenían el pelo moreno o castaño, según aquel análisis, realizado por el laboratorio del biólogo danés Eske Willerslev, de la Universidad de Cambridge (Reino Unido). Los migrantes de Asia y del sur de Europa influyeron en el ADN de los escandinavos antes y durante la época vikinga.
“Hay muchos estereotipos”, subraya Rodríguez Varela. “No todos los escandinavos del periodo vikingo eran vikingos. Ser vikingo era casi una profesión de algunos grupos”, detalla. Lo habitual en la región era dedicarse a la agricultura, a la ganadería, a la pesca o al comercio, no a surcar los mares con espadas para buscar esclavas en otros lugares, aunque también sucediera. El equipo de Rodríguez Varela ha observado que las mujeres con ascendencia del este del Báltico y, en menor medida, de las islas británicas han contribuido más al acervo genético de Escandinavia desde la época vikinga que los hombres de esas regiones. “Eso puede deberse a que las mujeres fueran más numerosas o a que tuvieran descendencia con mayor probabilidad. Es difícil hacer conjeturas. Los vikingos, sobre todo los de la actual Suecia, sí hacían muchas razias en el este del Báltico”, señala el investigador.
Rodríguez Varela, sin embargo, apunta otras posibles explicaciones, más allá de la esclavitud pura y dura. “Eran grupos poderosos que, en ese momento, se expandían hacia el este. Pudo haber muchos matrimonios con mujeres en torno a los actuales países bálticos, en arreglos concertados con jefes locales. Esas mujeres llegaban a Suecia y por eso vemos más genes con ascendencia del este del Báltico. En estos casos nunca se puede dar una respuesta sencilla”, sentencia el genetista.
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