Los desafíos para que el hidrógeno verde se vuelva la energía del futuro – Medio Ambiente
Por estos días, el hidrógeno verde está en boca de todos. Durante la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP27) celebrada en noviembre en Egipto, el canciller alemán, Olaf Scholz, anunció que Alemania invertirá más de 4.000 millones de euros en desarrollarle un mercado.
En Estados Unidos, el gobierno del presidente Joe Biden ha hecho del hidrógeno ‘limpio’ un elemento central de la Ley para la Reducción de la Inflación, que provee subsidios a la generación de energía a partir de fuentes renovables. China también ha invertido tanto en electrólisis que algunos observadores temen que se adueñe del mercado, como hizo con el de paneles fotovoltaicos. E incluso corporaciones como la megaminera australiana Fortescue apuestan a ojo cerrado por que el hidrógeno se convertirá en una industria de varios miles de millones de dólares.
Cuando se promociona tanto una tecnología, muchos activistas medioambientales tienden a ponerse nerviosos. ¿Es el ‘hidrógeno limpio’ solo un modo de darle un barniz ecológico al hidrógeno ‘azul’ y al ‘rosa’, generados a partir de gas natural y energía nuclear, respectivamente? ¿Es un intento de sacar de la galera una tecnosolución mágica para reivindicar excesos absurdos como el turismo espacial y los aviones hipersónicos, en momentos en que las clases media y alta de todo el mundo deberían estar reduciendo su consumo de energía y recursos? ¿Es una nueva fase de extractivismo en la que se les quitarán tierras y aguas a poblaciones de bajos ingresos bajo un disfraz de combatir el cambio climático?
En síntesis, la respuesta a todas estas preguntas es que sí. Pero que así sea no es ni inevitable ni es toda la historia. Es verdad que el sueño del hidrógeno verde puede convertirse en pesadilla si no se pone en práctica en forma correcta. Aun así, el hidrógeno verde es un componente indispensable de la transición de una economía global basada en un uso de combustibles fósiles perjudicial para el clima hacia modelos sostenibles basados en fuentes de energía 100 por ciento renovables. Aunque esta ambigüedad parezca difícil de aceptar, es lo que demanda la necesidad urgente de evitar una catástrofe climática.
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En vista de las muchas aplicaciones potenciales del hidrógeno, algunos importantes expertos estiman que a mediados de siglo podría cubrir entre el 20 y el 30 por ciento del consumo global de energía. Pero eso no lo convierte necesariamente en la elección más eficiente. Por ejemplo, un vehículo consume muchos menos kilovatios hora de energía renovable por kilómetro recorrido usando baterías eléctricas que con celdas de hidrógeno o electrocombustibles. Asimismo, usar bombas de calor es más eficiente que adaptar calderas que queman gas para que usen hidrógeno. Y hay que prestar mucha más atención a las alternativas orgánicas que al uso de fertilizantes basados en nitrógeno.
Pero, al mismo tiempo, hay varios sectores críticos con pocas alternativas descarbonizadas económicamente viables que puedan reemplazar al hidrógeno verde y sus derivados; entre ellos el transporte marítimo y aéreo de larga distancia, la industria química y la producción de acero. Contra los pronósticos exagerados, es evidente que muchas industrias necesitarían cantidades inmensas de hidrógeno limpio para alcanzar la neutralidad de emisiones en 2050. Para ilustrar la escala del problema, hace poco Michael Liebreich, fundador de Bloomberg New Energy Finance, estimó que el mero hecho de reemplazar el hidrógeno ‘sucio’ de la actualidad (el que se produce usando combustibles fósiles) demandaría el 143 % de la energía solar y eólica que hoy existe en todo el mundo.
Del ‘oro negro’ al ‘oro verde’
Ahora, y esta es la otra parte de la película, varios países del sur global tienen la bendición de contar con un potencial eólico y solar de primera, lo que les permite producir hidrógeno verde a muy bajo costo. Algunos, como Namibia, han puesto esta ventaja competitiva en el centro de su estrategia de desarrollo industrial. Pero ¿cómo convertir el comercio internacional de hidrógeno verde y sus derivados en una ruta a la prosperidad? ¿Y qué deben hacer los países en desarrollo para evitar la trampa del extractivismo verde y garantizar un comercio justo y sostenible?
La Fundación Heinrich Böll y la organización Pan para el Mundo realizaron consultas y estudios en Chile, Argentina, Brasil, Colombia, Sudáfrica, Marruecos y Túnez para explorar en extenso estas preguntas, y publicaron un informe que sintetiza las conclusiones obtenidas y en el que se pone de manifiesto la necesidad de evitar que el proceso resulte dañino. Para que el sueño del hidrógeno verde no se convierta en pesadilla, es necesario desarrollar el sector con planificación territorial y normas y políticas claras, respetando el derecho de las comunidades locales a dar consentimiento previo informado. Para hacer realidad la promesa de un desarrollo posfósil y fomentar economías sostenibles, los gobiernos deben idear estrategias industriales ambiciosas y realistas. Y estas estrategias deben ser parte de un enfoque sistémico en relación con el desarrollo sostenible y la transición energética. Además, hay que considerar los usos del hidrógeno y no solo quién tiene capacidad de financiarlo.
Nada de esto se dará por sí solo. El logro de un futuro sostenible es una elección política que exige liderazgo y cooperación. Varios países pueden ayudar a hacer realidad un comercio justo y sostenible de hidrógeno verde. Por ejemplo, Namibia, Chile, Colombia y ahora Brasil (con el presidente Luiz Inácio Lula da Silva) tienen condiciones políticas adecuadas para equilibrar la producción de hidrógeno verde con el respeto de sólidas normas ambientales y sociales. Con el tiempo, Argentina y Sudáfrica pueden también sumarse a la nómina y convertirse en países productores.
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Por su potencial para ser un gran importador y consumidor de hidrógeno verde, Alemania tendrá que forjar alianzas con países productores, sobre la base de las normas antedichas. Y por tener un gobierno progresista, es de esperar que se relacione con sus socios a largo plazo no solo como proveedores de recursos, sino como compañeros de ruta en el viaje hacia una prosperidad sostenible e inclusiva.
Para ello, Alemania y otros importadores de energía también tienen que dar apoyo a los países exportadores en sus intentos de localizar la creación de valor. De tal modo, el incipiente comercio internacional de hidrógeno verde puede ser heraldo de una nueva relación comercial equitativa entre el norte global y el sur global. Es un futuro por el que vale la pena luchar, y las fuentes de energía renovables son la clave para alcanzarlo.
¿Qué es el hidrógeno verde?
El hidrógeno verde se produce a partir de agua por la vía de la electrólisis, que permite la descomposición de las moléculas del agua (H2O) en oxígeno (O2) e hidrógeno (H2). Históricamente, el hidrógeno se ha obtenido usando combustibles fósiles, pero se denomina ‘verde’ cuando la energía utilizada para producirlo viene de fuentes no contaminantes, o limpias, como la energía solar y la eólica. Su valor radica en que la molécula de H2 tiene alta densidad energética por unidad de masa; 3 veces más que la gasolina y 120 veces más que las baterías de litio. Un kilo de hidrógeno produce 33,3 kilovatios, esto significa tener la potencialidad de iluminar numerosas casas. Y al convertir el hidrógeno en energía, el único residuo que genera es vapor de agua, por lo que es altamente ecológico.
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Otra de sus ventajas es que es almacenable por largos períodos de tiempo, lo que solucionaría la inestabilidad de suministro de las energías solar y eólica. El principal defecto del hidrógeno verde es que es más caro que el que se produce con energía limpias, pero países del sur como Marruecos o Chile pueden fabricarlo mucho más barato. Por otro lado, se trata de un elemento muy volátil e inflamable, por lo que requiere unos altos niveles de seguridad para evitar fugas y explosiones.
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JÖRG HAAS (*)
© Proyect Syndicate
Berlín
(*) Responsable de Política Internacional de la Fundación Heinrich Böll.