Una magadesaladora y los “vendepatrias” de Plan Sonora – SinEmbargo MX
El pasado 2 de febrero, más de 60 embajadores acreditados en México se dieron cita en la ciudad de Puerto Peñasco, Sonora, invitados por el Gobierno de México para visitar la que promete ser, según lo expresó el Canciller Marcelo Ebrard Casaubón, “la planta de energía solar más grande de América Latina”. En esta ocasión, Ebrard y el Gobernador de Sonora, Alfonso Durazo, presentaron—con bombo y platillo, y tamales además—los avances de la primera etapa de este proyecto en construcción, el cual sería sólo el inicio de un plan de creación de infraestructura estratégica mucho más grande que colocaría a Sonora como uno de los nodos hemisféricos de la transición energética a nivel global. Dicho proceso resulta de la reciente desintegración y recomposición de las cadenas de suministro energéticas después de las medidas para enfrentar la pandemia por la COVID-19, las acciones económicas globales en el periodo post-pandemia, la guerra en Ucrania y otros conflictos mundiales.
En este nuevo contexto, el Gobierno mexicano esboza una nueva narrativa y utiliza un nuevo lenguaje para definir las prioridades estratégicas de México. Así surge el llamado “Plan Sonora de Energías Sostenibles” que “destaca el papel de la actividad minera, con énfasis en la producción de litio, para lograr los objetivos de electromovilidad y descarbonización de la actividad industrial del Estado” (véase https://energiaadebate.com/de-que-se-trata-el-plan-sonora/). Pero no todo se centrará en el litio como veremos más adelante. Hablamos en realidad de un plan energético que considera la generación de energía solar y eólica, la producción de semiconductores, el desarrollo de la industria del gas natural licuado y la desalinización del agua (para su venta a Estados Unidos), entre otros proyectos potenciales. Para Ebrard, Plan Sonora es “una síntesis regional del cambio de modelo energético del país” (https://www.eleconomista.com.mx/opinion/Plan-Sonora-nuevo-modelo-energetico-20230203-0002.html).
Plan Sonora parece apoyar todos y cada uno de los puntos que contiene la agenda de transición hacia energías renovables que promueven actualmente los países más ricos del bloque occidental. Al mismo tiempo, acerca a México cada vez más a las agendas de sus socios en Norteamérica, los cuales sí forman parte del denominado “Norte Global” (Estados Unidos y Canadá). Es muy interesante el discurso de los funcionarios de los gobierno mexicanos (a nivel federal y estatal, destacando el del Canciller y el del Gobernador Durazo) que—como déjà vu de la era previa a la aprobación del TLCAN y los primeros años de la implementación de dicho acuerdo comercial—prometen gran desarrollo, derrama de recursos empresariales hacia el resto de la sociedad, empleos numerosos, carreras y profesionalización para nuestros jóvenes y toda una serie de prebendas. Todo lo anterior, en el caso del TLCAN, resultó ser sólo un “sueño guajiro” para un país tercermundista que se convertiría al final en un consumidor de productos chatarra y otros excedentes del Norte Global, así como en un simple maquilador para apoyar las cadenas de suministro diseñadas por—y que beneficiarían particularmente a—sus ricos socios comerciales.
En tiempos de negociación y promoción del TLCAN, parecían nuestros políticos decir: ¡vengan los capitales, aquí están los peones! Muchas empresas mexicanas quebraron y muchos mexicanos—antes emprendedores—se volvieron empleados de empresas transnacionales o tuvieron que emigrar a los Estados Unidos. En la nueva era de transición hacia las energías renovables y escuchando a los funcionarios de gobierno federales y sonorenses hablar de las múltiples bondades y ganancias potenciales para nuestro país de Plan Sonora, no puedo más que pensar en esa generación de tecnócratas inflados de los periodos salinista y zedillista. No puedo dejar de pensar en esos burócratas jóvenes, poco experimentados—algunos recién egresados de posgrados en universidades del extranjero—que creyeron al pie de la letra en la teoría de la ventaja comparativa y en toda una serie de principios falaces en los descansaba entonces el modelo neoliberal impuesto (después de la “crisis de la deuda”) en el seno del denominado “Consenso de Washington”.
En la era de la Cuarta Transformación y un “nuevo” modelo económico que surge de una crítica fundamental al llamado “neoliberalismo”, y en el marco de un Gobierno aparentemente nacionalista, soberanista y “progresista” donde los “pobres” supuestamente van “primero”, se vuelven a utilizar discursos grandilocuentes que parecen apoyar totalmente las agendas y la lógica del gran capital. Detrás de estos optimistas funcionarios mexicanos—quienes se caracterizan generalmente por su falta pericia, su casi nula experiencia (comparada con la de sus contrapartes del Norte Global), y a veces por su mezquina ambición—se encuentran los hábiles diplomáticos extranjeros que representan los intereses económicos y políticos de los principales socios comerciales de México. Ellos, como lobistas o cabilderos de gran experiencia en el ramo del comercio o la energía, les propinan regaños o palmaditas a nuestros nuevos tecnócratas para asegurarse de que respetarán los intereses de las principales empresas transnacionales que tienen centros de operación en sus países respectivos.
Hasta ahora, Plan Sonora es sólo la promesa de una serie de megaproyectos que generarían potencialmente riqueza y desarrollo en una era de transición hacia las energías renovables. El Plan se inauguraría con una planta fotovoltaica, que es sólo la primera parte de un proyecto muchísimo más grande; estarían por venir otras muchas obras—pero aún no es claro cuántas más, ni cómo se financiarían. En efecto, no es claro exactamente cuántos recursos se necesitarán para hacer esto posible, no se sabe a ciencia cierta cuál será el papel de México ni el de sus socios comerciales, ni cómo se beneficiará nuestro país efectivamente. Sabemos poco de Plan Sonora, puesto que la información respectiva se nos ha brindado “a cuentagotas”. Tampoco se nos ha compartido un análisis de impacto ambiental claro, ni un análisis costo-beneficio detallado por la vía oficial.
Lo que realmente preocupa del proyecto—que se inauguró con un festín de tamales para lobistas y embajadores en el Día de la Candelaria—es la deuda que ya se anticipa y que México tendría que adquirir para hacer posible este proyecto “de ensueño”. Según entendemos algunos, la materialización de Plan Sonora nos puede convertir simplemente, como en el caso del TLCAN, en un país maquilador de energías renovables (con todos los riesgos que ello conlleva), en el marco de un nuevo acuerdo verde global. El Canciller Ebrard anticipó una deuda extraordinaria para realizar lo que considera “la inversión más grande de la historia” de México en el rubro de las energías renovables. Incluso estimó una inversión de 48 mil millones de dólares (48 billion dollars– para efectos del sistema financiero internacional) para realizar un plan que permitiría al país “reducir entre 22 y 35 por ciento sus emisiones de gas de efecto invernadero para 2030”. Todo esto resulta muy ad hoc y en apoyo a los intereses o agendas estratégicas de las economías del Norte Global. De nuevo, parece un déjà vu, si pienso en el periodo salinista que favorecía un modelo económico de corte claramente neoliberal.
Plan Sonora se ancla al aprovechamiento del litio, pero hay mucho más. El intento fallido de reforma al sector eléctrico desembocó en una reforma a la Ley Minera que nacionalizó la explotación del litio en México—hasta pareciera que con la venia de nuestros socios comerciales de Norteamérica. Después de la euforia del discurso que celebraba la “nacionalización”, al final se dejaría abierta la puerta a la inversión privada en este sector. Es importante destacar que con las modificaciones a la Ley, China sale de la ecuación y pareciera ser que las inversiones más importantes se reservarían para los socios de México en el marco del T-MEC.
Pero como dije antes, Plan Sonora promete ir mucho más allá del litio. Es un gran proyecto que endeudaría bastante a nuestro país y lo haría mucho más dependiente de Estados Unidos y del Norte Global en general (por el financiamiento y la tecnología que nos ofrecerían nuestros socios a cambio de un costo oneroso, según parece). Además, el Plan convertiría a México en maquilador de energía y otros productos nuevos (como semiconductores, baterías de litio y otras piezas para autos eléctricos). También lo transformaría en proveedor de materias primas nuevas y recursos estratégicos, como el litio, las tierras raras y fundamentalmente de agua—a través de la construcción de una megadesaladora de agua en, nada más y nada menos que Puerto Peñasco, Sonora.
Llama la atención que, con respecto a este último tema, el Gobierno mexicano no haya brindado información precisa alguna. Yo conocí sobre el proyecto apenas en diciembre del año pasado en una conversación que sostenían funcionarios estadounidenses. Pero aquí casi nadie sabe nada; aunque el Gobernador y el Presidente mexicano sí están informados. ¿Ya lo habrán negociado? Ya varios analistas sonorenses levantan la ceja al revisar los planes del Gobierno de Arizona, así como los reportes de agencias estadounidenses y principalmente la prensa del otro lado de nuestra frontera. Me refiero en específico al plan para la construcción de una planta desalinizadora de agua en Puerto Peñasco para abastecer del líquido vital a los habitantes de Arizona, principalmente a la región de Phoenix.
La evaluación de este proyecto requiere de un análisis muy completo por parte de técnicos expertos y en medios especializados. Sorprende e irrita la secrecía con la que parecen estarse manejando el Gobierno federal y el Gobierno de Sonora. Parece escandaloso que un proyecto de tal envergadura y posible impacto ambiental y económico para México, no esté comunicándose a los mexicanos por parte de sus gobiernos. Sin embargo, existe importante información del lado estadounidense de la frontera. Los medios, las empresas participantes y el Gobierno de Arizona nos dan cuenta de este gran proyecto potencial que podría tener efectos ecológicos nefastos para el Mar de Cortés y para la flora y la fauna del estado de Sonora. Al mismo tiempo, no queda claro cuál será el compromiso financiero por parte de nuestro país para participar en ese proyecto—que quizás también nos dotaría de algo de agua (aunque esto no es seguro)—debido a que supuestamente la energía eléctrica para operar la planta se producirá en Arizona y no lo haría la CFE. Es decir, además del “cochinero” que nos pueden dejar en nuestro territorio, la desaladora sería para Estados Unidos un negocio redondo—o así lo parece ser.
En relación con un megaproyecto de muy dudosa conveniencia para México, vale la pena leer o escuchar los interesantes análisis y revisar los textos de opinión de los expertos sonorenses con respecto a este tema. Recomiendo dos notas recientes breves, pero muy importantes, escritas por Oscar Serrato y Nicolás Pineda:
Aquí la información:
Existe mucha más información con respecto al tema. La mayor parte de la misma se puede encontrar en la prensa de Arizona y plataformas electrónicas de medios y empresas estadounidenses. Una pequeña muestra de estos documentos, para quienes estén interesados, se incluye aquí abajo:
También existen interesantes análisis de opinión preliminares por parte de ambientalistas, empresarios y funcionarios gubernamentales del estado de Arizona. Sorprende y molesta que pareciera—según la información accesible del otro lado de la frontera—que nuestros vecinos ya dan por hecho la materialización del proyecto y que nosotros los mexicanos no hayamos sido informados por nuestros propios gobiernos. De nuevo, ¿ya lo habrán aceptado y negociado? Creo que merecemos una explicación al respecto porque en Arizona ya hablan de cantidades importantes de dinero y de plazos de construcción y aprovechamiento del agua. También ya se ha elegido a la empresa que estaría a cargo de la construcción de la planta (IDE Technologies con base en Israel y apoyada financieramente por Goldman Sachs).
El Presidente López Obrador hizo recientemente una mención muy escueta al respecto del proyecto de la desalinizadora—que promete ser la más grande de la región (algunos dicen que del mundo). Por su parte, el Gobernador Durazo se quiso desentender de un señalamiento que lo colocaba como un actor que conocía perfectamente el proyecto y que estaba de acuerdo con su ejecución. Aquí comparto un video en la plataforma sonorense Proyecto Puente, donde se explica el proyecto y sus grandes bemoles, y más adelante se comunica la postura del Gobierno de Sonora en voz de un comunicador que pareciera ser poco crítico y muy afín a la 4T, Luis Alberto Medina. Juzgue usted. Ya no sabe uno ni qué creer.
Derivado de lo delicado del asunto y de los posibles impactos nefastos para nuestro país, nuestra economía quizás (por eso de que vamos a consumir electricidad de Arizona y no la vamos a producir en México) y el medio ambiente en general, es importante estudiar bien este proyecto y otros proyectos parecidos que han fallado y que involucran a actores similares. Prometo entonces un análisis muy a conciencia del proyecto de la desalinizadora de agua en Puerto Peñasco, Sonora en una próxima entrega. Actualmente trabajo en un documento mucho más especializado al respecto, que resumiré en una columna de opinión subsecuente.
Mensaje a Andrés Manuel López Obrador
Sr. Presidente:
Nuestras críticas al Plan Sonora derivan de un interés genuino en promover los intereses nacionales. Créanos que no es un esfuerzo de torpedeo a las acciones de su Gobierno. Nosotros formamos parte de su base de apoyo y fuimos una especie de “adelitas” en la defensa del petróleo y en el intento de lograr una contrarreforma energética o reforma al sector eléctrico el año pasado. Le pedimos congruencia en su proyecto de Gobierno y en el cumplimiento de sus promesas de campaña. Plan Sonora nos recuerda a las promesas que hizo en su momento la administración salinista. Las nuevas promesas parecen enmarcarse en una especie de neoliberalismo moderno que favorece la transición energética en el marco de un nuevo acuerdo verde. Todo ello beneficiaría al gran capital transnacional y a los burócratas mexicanos encargados de las gestiones, más no a los mexicanos de a pie … como siempre.
No queremos gobiernos vendepatrias; no votamos por uno así. Si se materializa la deuda que anticipó el Canciller y se transita en la ruta que marcó también el aspirante presidencial en Puerto Peñasco (junto a embajadores y experimentados lobistas internacionales)—sin darnos ustedes a los mexicanos información puntual sobre impacto ambiental, ni un análisis costo-beneficio concreto—no podremos más que pensar en que tenemos un Gobierno que no busca la transformación. Es decir, pensaríamos que tenemos un Gobierno entreguista y neoliberal, que nos heredará una deuda gigantesca como en las épocas más obscuras de los gobiernos “vendepatrias” que usted tanto criticó. Esperemos no sea así. Confiamos en la Cuarta Transformación. No nos defrauden.
Guadalupe Correa-Cabrera
Guadalupe Correa-Cabrera. Profesora-investigadora de Política y Gobierno, especialista en temas de seguridad, estudios fronterizos y relaciones México-Estados Unidos. Autora de Los Zetas Inc.