Alfredo Bryce Echenique – A veces te quiero mucho siempre
Los libros del peruano Alfredo Bryce Echenique (19 de febrero de 1939) son variaciones de su propia biografía: un escritor enamorado, mirando la vida con humor y desparpajo. Aunque la historia se desarrolle en Francia, Italia, España o Estados Unidos, el escenario es siempre Perú. Desde Un mundo para Julius y La vida exagerada de Martín Romaña a sus interminables memorias iniciadas con No me esperen en abril. Transcribo las primeras líneas de su relato “A veces te quiero mucho siempre”.
Había amarrado la lancha pero se había quedado sentado en el pequeño embarcadero y desde ahí continuaba contemplando la casa al atardecer. Sintió que el mayordomo lo estorbaba, cuando se le acercó a preguntarle si estaba satisfecho con su día de pesca y si deseaba que se fuera llevando las cosas. Últimamente había notado lo mucho que le molestaba que Andrés fuera un mayordomo tan solícito y que apareciera a cada rato a ofrecerle su ayuda. Y detestaba que se interesara tanto por el resultado de sus días de pesca. La familiaridad de Andrés, que él mismo había buscado, al comienzo, empezaba a irritarlo, pero qué culpa podía tener el pobre hombre. Además, se dijo, Andrés es un excelente cocinero y esta noche podré tomar esta sopa de pescado que nadie prepara tan bien como él. Alzó la cabeza e hizo un esfuerso para sonreirle.
–Hoy no he tenido muy buena suerte con los pescados –le dijo–, pero hay suficiente para una buena sopa. Llévate todo menos las botellas y el cubo de hielo. Y de paso sírveme otra ginebra. Mucha ginebra, mucho hielo, y poca tónica.
Andrés siguió al pie de la letra las instrucciones, le preguntó si no deseaba nada más, pero él no le contestó. Ya lleva varios días así, don Felipe, pensó, mientras se alejaba por el embarcadero con ambas manos cargadas, comprobando que hoy tampoco había tocado las cosas que le puso para que almorzara en la lancha. Desde que le ordenó decirle a cualquiera que le llamara por teléfono que se había ausentado indefinidamente, don Felipe se contentaba con el café del desayuno y después no probaba bocado hasta la noche. Y por la noche sólo tomaba la sopa de pescado, con una botella de vino blanco. En cambio la ginebra… El mayordomo sacudió lenta y tristemente la cabeza. Cruzó el enorme jardín y desapareció por la puerta lateral de la casa.
Felipe lo había observado desde el embarcadero. Me pregunto qué cara pondría éste si Alicia apareciera aquí en Pollensa, pensó, sería capaz de pensar que se trata de una hija que nunca le he mencionado. Bebió un trago largo y pensó que podría haber brindado por Alicia. Después se dijo que Alicia era un nombre importante en su vida. A los diecisiete años había amado por primera vez, se había enamorado duro de una muchacha llamada Alicia, durante un verano en Piura. En la playa de Colán, ante unas puestas de sol que jamás volvería a ver, el tiempo se detuvo para que la felicidad de besarla se tragara esa treintena de marzo en que se acababan las vacaciones y llegaba el día inexistente del imposible regreso a Lima, y a los detestables estudios. Recordaba cartas de Alicia, desde Piura, pero ahora, en su increíble casa de Bahía de Pollensa, se sentía completamente incapaz de recordar cuánto tiempo duró esa correspondencia […]
Novedades en la mesa
En la editorial Gatopardo, el relato autobiográfico Unas gotas de aceite de la jurista originaria de Palermo, Simonetta Agnello Hornby, traducida por Teresa Clavel.