Anécdotas con mascotas Parte 5: ¡Quiero un mamut con pelo rizado! | Periodico El Vigia
Por los reportes contenidos en las revistas especializadas, de divulgación o periódicos (físicos o electrónicos), los colectivos sociales nos hemos enterado que los científicos de todo el mundo ya cuentan con los avances tecnológicos para «desextinguir» (¿palabra nueva o un simple desacierto?) especies que en un pasado reciente o remoto desaparecieron de la faz de la tierra. Mamuts y tigres dientes de sable (extintos hace unos 10 mil años) y el pájaro dodo (que se supone se extinguió hace relativamente poco tiempo, en el siglo XVII), ya pueden volver al planeta, gracias a la ciencia y a la mano del hombre. De entrada, a estos avances científicos les debemos dar una cálida bienvenida y celebrar la genialidad humana. Vendrán premios, reconocimientos científicos y sociales y, sobre todo, financiamientos de los grandes capitales que seguramente están muy pendientes de los hallazgos de los humanos dedicados a la ciencia. ¡Hurra!
Los avances científicos repercuten tarde o temprano en beneficios para el ser humano y también, hay que decirlo, en algunas ocasiones para los ecosistemas. El humano que vive en un ambiente artificial al que hemos llamado antroposfera, se ha beneficiado de las ciencias biológicas y sociales. La generación del conocimiento científico ha sido un pilar para mejorar la convivencia del hombre con su medio ambiente y con su sociedad. Las ciencias biológicas y de la salud han dado las bases para el desarrollo de los sistemas sanitarios y la prevención de enfermedades -como en el caso reciente de la creación de vacunas que nos apoyan en la lucha contra el COVID-. Nos ha permitido conocer las claves de las estructuras naturales para emular sus formas y construir grandes edificaciones para las viviendas, disminuyendo el peligro de derrumbes (aunque algunos sigan construyendo de manera burda edificaciones que se derrumban con acontecimientos como el acontecido recientemente al sur de Turquía). Con la ciencia, hemos podido comprender las dinámicas de las poblaciones de peces y de las comunidades marinas para practicar la pesca responsable. Por su parte, las ciencias sociales han sido clave fundamental de la democracia (por más imperfecta que esta sea) y nos ha permitido penetrar en los recónditos de la mente humana para desentrañar padecimientos psicológicos y psíquicos, a los cuales hoy se puede dar un tratamiento específico.
¿Pero qué sucederá en el futuro? De entrada, el futuro no ha acontecido, así que ni podemos decir que es nuestro, porque todavía no existe. Sin embargo, según Harari (2016), si podemos aventurarnos a afirmar que la ciencia caminará muy rápidamente en los ejes de la Biotecnología, la Inteligencia Artificial (IA) y la Informática. Precisamente en estos saberes es donde los poderosos del dinero pondrán sus ojos (y su capital). Hay buenas perspectivas de ganancias en todos los ámbitos en donde las sociedades requiere atención: salud, vivienda, energía, educación, justicia. Con la biotecnología, podremos desarrollar mejores tratamientos de las enfermedades que nos aquejan, pero también satisfacer nuestras ansias de belleza (soy mexicano de corazón, pero quiero tener un hijo de ojos escandinavos). Podemos hacer más poderosos a nuestros atletas y en seguridad contaremos con mejores equipos de inteligencia. Con la IA tendremos la oportunidad de contar con mejores sistemas de justicia: un abogado no humano no se equivocará en su sentencia (¿o sí?). Sin embargo, el este autor también menciona que «A la filosofía, a la religión y a la ciencia (sociales) se les está acabando el tiempo»; yo diría que también al arte. La IA, por ejemplo, ya puede actuar por si sola y produce obras artísticas y literarias, pero sin «el alma» humana. Hoy, una tesis, por más irrelevante que sea, ya no será necesario plagiarla; en el futuro cercano contaremos con un buen algoritmo que nos hará «la chamba» engorrosa del trámite universitario (pero nunca el trabajo intelectual).
A cuento viene el caso de un anuncio reciente difundido en diversos medios en donde una empresa de biotecnología está más que lista para, usando la cacofónica palabra «desextinguir» a una especie de mamut. Para ello, por medio de la biología molecular (creación del hombre) desarrollará un embrión que podrá ser inoculado en una hembra elefante (especie diferente al mamut) y que finalmente se obtendrá como producto «una especie de mamut» (SIC). A bote pronto (pidiendo prestado el nombre de la columna de Carlos Puig), no puedo decir más que ¡Bravo!, mínimo de premio Nobel; grandioso. Pero posteriormente hace falta reflexionar: ¿Qué beneficio trae al ser humano, para su desarrollo y su perpetuidad como Homo sapiens, hoy con todos sus defectos, pero natural? ¿En verdad es un acto de revivir una especie o una simple creación humana por más tecnificada que sea? ¿Cumple con los ideales de la ciencia? ¿Beneficia a la humanidad o solo a una porción del mercado hambriento de novedades y excentricidades? Pero, sobre todo: ¿Cuáles serán los efectos de estas especies «desextintas» en los ecosistemas actuales, ya que definitivamente serán exóticas? ¿Y en el ser humano y en sus sistemas artificiales?
En fin, yo estaría contento con NO tener un vecino excéntrico y con bastantes recursos financieros que tenga el poder de encargar en la veterinaria de la esquina a un ejemplar de Mamut con pelo rizado, para tenerlo como mascota. ¿Y usted?