María Isabel Caceres Menéndez: La generación de puchero y manteca – Diario de Yucatán
Mi padre vivió en pleno uso de sus facultades y en estado saludable, acorde con su edad, hasta los 93 años de edad. Muchas damas y caballeros de su tiempo también…. Y gran número de mis familiares por el estilo… hay longevidad en la familia de los dos lados.
¡Claro! No lo recuerdo con una Coca Cola jamás en la mano. (Sí, ocasionalmente, con una buena copa de cognac y algunas aceitunas), jamás comiendo charritos, churritos o papas fritas, que es lo único que recuerdo en calidad de “comida chatarra” hace muchos ayeres. Ni siquiera existía ese vocablo para aplicarlo a los alimentos, solo a los hierros viejos.
Cuando íbamos los sábados a casa de mis abuelos paternos nos daban como gran premio una “cocacolita” en botella de cristal con corcholata. Mi abuela decía que la “Coca Cola era refresco de flojas” y que en su casa se tomaba refresco de frutas de temporada: melón, sandía, piña, tamarindo, naranja, y demás. Con su buena cantidad de azúcar, si lo ameritaban.
Desayunos, almuerzos y cenas abundantes y saludables. No recuerdo “vamos a botanear”. Fruta de temporada en abundancia. Frijol con puerco con patas, oreja, rabo. Puchero de tres carnes con lonja y huesos a los que les comías la médula. Potaje de lentejas con chorizos españoles. Fabadas con todas las de la ley. Cochinita hecha en casa. Los sábados traían choch (morcilla), chicharra, puyules, kastakán.
Tortilllitas calientes hechas a mano por Claudia, cocinera que heredamos de mi abuela paterna. También Kibis deliciosos de La Alameda, con todas las botanas árabes de rigor y montón de pan duro con ajonjolí y pan árabe suave y fritos sepa usted en cuanta manteca de cerdo.
Huevos todos los días. Carne de res, de pollo. Pan de cazón. En Progreso rubias fritas en medio litro de manteca. Que aceite ni que aceite. Frijol refrito con puyul. Con manteca, desde luego. Yo caminaba a comprarlas con mi mamá a la orilla de la playa a los barquitos que llegaban, igual que el cazón y los meros.
Las yucatecas son sublimes cocinando y tienen manos de oro para los postres. Cada día inventan uno distinto y aún más delicioso que el anterior, si esto fuera posible. Los dulces de frutas yucatecos en almíbar son los que están como despareciendo. Lamentablemente.
Recuerdo a mi madre, desde muy temprano leyendo el Diario todos los días sagradamente, de cabo a rabo, anuncios incluidos. Ahí publicaba su columna el muy famoso desde ya Dr. Salvador Zubirán Anchondo. Mismo que vivió casi hasta los 100 años. Mexicano de Chihuahua y que desempeñó numerosas funciones públicas.
Ella seguía sus consejos sobre salud sagradamente, en especial, los que a alimentos se referían.
Un día cuando ya era yo adolescente, me dice con cara de decepción: “María Isabel yo ya no sé qué creer, un día me dicen una cosa, otro día me dicen otra en todo lo que leo sobre la salud; yo creo que finalmente, uno debe tomar una decisión y hacer lo que considere correcto”.
¡Y cuánta razón tenía! Desconocíamos aún la avalancha de prohibiciones, cambios, satanizaciones, y demás, en relación con los alimentos, ahora, en especial, con la epidemia mundial de obesidad que hay en el mundo, especialmente en México y en Mérida.
Huevo, manteca, mantequilla, grasa, sal, azúcar, todos los alimentos naturales para nosotros y que crecimos con ellos, comenzaron a ser perseguidos y cancelados: aceite vegetal en vez de manteca, margarina en vez de mantequilla, veganismo en vez de proteína, gente que solo come verduras crudas o gente que es ovolacto vegetariana.
La lista es infinita. Los nuevos programas e ideas sobre la nutrición compiten unos con otros. Unas cosas se ponen de moda. Otras dejan de estarlo. Unos te dicen que comas una cosa, otros te dicen que comas otra, algunos proclaman que eso está prohibido, otros, que comas precisamente eso, resultado total: pandemónium… y ya creo firmemente lo que decía mi mamá hace mas de 60 años: hay que hacer un análisis racional de lo que se come, investigar los infundios y las mentiras, consumir frutas, verduras, proteína y llevar siempre, como regla de oro, la moderación, que sugiere siempre evitar los excesos.
Jamás recuerdo ni a mis padres ni a mis abuelos, ni a mis tíos, ni a ninguno de mis amigas y conocidos al derredor con una botella o con un termo en la mano, tomando agua todo el día. De hecho tomaba yo poquísima agua y mi papá y mi mamá también. Nadie sugería tomar de 2 a 3 litros de agua; para mi sorpresa la nutrióloga me dijo el otro día que estaba yo en el límite de consumo de agua antes de empezar a hincharme…. Tomo al derredor de 2 litros al día.
Y me pregunto, como la canción: “¿En qué quedamos por fin, me quieres o no me quieres? Si estás cansado de mí más vale que no lo niegues”.
¿A quién creerle? Pienso en verdad que lo que hay que hacer “es tomar lo que me convenga, y desechar el resto”, comer sanamente, disfrutar de las frutas naturales, moderar los azúcares, las harinas y la chatarra que tanto daño hace y, como decía al principio, manejar la moderación. Los refrescos embotellados no ayudan para nada, sino todo lo contrario.
Y todo esto viene a razón de un video que encontré en Facebook sobre la salud en la que un médico nutriólogo explica las razones por las que, a pesar de tomar tanta agua a uno no se le quita la sed, y es porque le han retirado a través del agua embotellada todos los minerales, todas las sales, y sugiere un suero muy sencillo de hacer que es agua, una cucharita de miel, el jugo de dos limones y una pizca de bicarbonato y de sal no estoy muy segura porque estoy citando de memoria; sin embargo pondré aquí el link para que ustedes mismos puedan verlo en Facebook si así lo desean: https://fb.watch/k6H3h4YxRs/?mibextid=v7YzmG.— Mérida, Yucatán
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Abogada y escritora