Las colosales balsas mineras de Riotinto prevén crecer 42 metros de altura y los vecinos …
Las enormes balsas de residuos mineros de Riotinto, con 182 millones de metros cúbicos de lodos tóxicos, crecerán hacia arriba 42 metros, como un edificio de 12 plantas, si la Junta de Andalucía da el visto bueno final al plan trazado por la empresa minera Atalaya Mining. De momento, le ha otorgado a principios de mayo la autorización ambiental y solo resta que la Consejería de Industria, Energía y Minas dé su permiso final para que las piscinas añadan otros 107 millones de metros cúbicos de desechos procedentes de la mina de cobre. El riesgo de su rotura es latente y en el 25º aniversario del desastre de Aznalcóllar han resurgido las voces que alertan de que la estructura puede colapsar y provocar una catástrofe que multiplica por 10 el volumen de lodos y aguas ácidas que en 1998 arrasó el río Guadiamar.
El caudal tóxico de Riotinto recorrería el curso del río Odiel a un máximo de 39.186 metros cúbicos por segundo, lo que daría poco margen de reacción a las poblaciones río abajo. Hasta llegar al océano Atlántico, el vertiginoso torrente llevaría 63 millones de metros cúbicos de lodos que recorrerían 111 kilómetros y atravesarían la pedanía Sotiel Coronada en Calañas, Gibraleón, e inundarían parte de Aljaraque y dos barrios de la ciudad de Huelva, según el estudio de la empresa Ayesa que en 2014 examinó el peligro de la rotura de las balsas.
Manuela Martín, vecina de 64 años de la calle Juan XXIII de Gibraleón, a la espalda del río y a 40 kilómetros de las balsas, comenta su recelo: “Tengo miedo al ver tantas catástrofes naturales, aunque esperemos que no se rompa. Me da que pensar, sobre todo cuando llueve, porque estamos en todo el cauce del río. Cualquier día aparecemos con el colchón en Punta Umbría [en la costa]”. Martín recuerda la riada de 1997, que anegó parte de Gibraleón y provocó que las administraciones construyeran un muro de unos siete metros para protegerles de las crecidas del Odiel, y que minimizaría el avance de los desechos mineros hacia el casco urbano.
Los accidentes medioambientales por fracturas en balsas mineras se reproducen casi cada año en todo el mundo. Sobre Riotinto, explotación de 579 hectáreas, categoría A y entre las mayores de Europa, el investigador Steven Emerman, de la Universidad de Utah, hizo en 2019 un sombrío vaticinio al pronosticar que las balsas se romperían de manera “casi inevitable” en los próximos 20 años con un 95% de probabilidades. “Las autoridades españolas deberían evacuar la zona. Hace poco me llamaron inversores de la mina para preguntarme sobre el riesgo de catástrofe y les dije lo mismo: la probabilidad de perder vidas humanas, un desastre natural y que ellos pierdan dinero, es muy alta”, comenta ahora por teléfono tras su primer informe elaborado hace cuatro años para las ONG London Mining Network y Ecologistas en Acción. El riesgo latente es de licuación, el paso de sólido a líquido del material almacenado, que dispara su presión hacia los muros y que podría reventar las estructuras de las escombreras.
A la falda de las balsas nace el río Tintillo gracias a las filtraciones constantes de aguas con metales pesados que surgen de las enormes piscinas de residuos. En el cauce, las piedras anaranjadas y con manchas blancas componen un paisaje marciano que da una sensación de irrealidad. El río lleva muy poca agua y desde el cielo su color cobrizo resulta espectacular.
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A 3,5 kilómetros en línea recta desde las balsas, el ingeniero agrónomo Antonio Amate tiene dos casas de turismo rural y habla con tono encendido: “No alcanzo a comprender cómo la gente es tan obtusa. Las balsas están en riesgo más que probable de colapsar y de que se carguen la economía provincial. La ola de inundación destruirá el turismo y la pesca. ¿Quién comprará una sola fresa?”, interroga. Amate insiste en que las paredes no soportarán la presión en los próximos años: “El riesgo que se está corriendo es tremendo, las filtraciones que he visto en las balsas no se pueden evitar y están erosionando el terreno. La estabilidad del talud está en el inicio de su colapso al erosionar la base. Aunque se amontone la tierra, el defecto está abajo, en la obra inicial de formación de ese muro de estériles. Eso cederá tarde o temprano”, augura. Cuando Amate alegó ante el recrecimiento que generaría un gran impacto visual y de ruido, la Junta le respondió que la minería llevaba en la zona cientos de años, mucho antes que su negocio.
Con el recrecimiento y expansión prevista, las balsas quedarían a solo 150 metros de las primeras casas de El Campillo. Aunque los lodos no saldrían disparados en dirección a las viviendas al estar en alto, los vecinos sí soportarán los olores.
Los expertos calculan que los lodos tóxicos tardarían 10 horas en llegar a la ría de Huelva. Con vistas a las mareas que oscilan tres metros de altura, está la cervecería Bonilla, con 30 trabajadores, pegada al Muelle de Levante. “La ría ya huele mal de por sí con la porquería que lleva, pero no es tóxica. Si llegaran los lodos arruinarían nuestro negocio, pero también toda la ciudad”, subraya Antonio Bonilla, propietario del local.
En la ría destacan ahora unos pilares negros que sobresalen del fondo acuático y sobre los que pronto habrá una marina y un club deportivo con 7.200 metros cuadrados. “Tenemos el riesgo de las balsas como tenemos el del tsunami. Estamos en una zona sísmica particular, la diferencia aquí es el subsuelo de arena”, explica uno de los promotores, Luis Enguita.
En el extremo opuesto de la ría está el pueblo de Aljaraque, cuya barriada Corrales está a pocos metros de los esteros, unos canales donde desovan lubinas y corvinas. “Sería una catástrofe que pasara aquí lo de Aznalcóllar, con los cientos de flamencos que paran”, comenta el vecino José Manuel Moya. Río arriba, el Odiel atraviesa Sotiel Coronada, barriada del municipio de Calañas, cuyo alcalde, Mario Peña, asegura desconocer si el plan de emergencias establece un dispositivo específico para sus vecinos. “Me enteraré, es la primera noticia que tengo”, alega.
La empresa que explota Riotinto, Atalaya Mining, asegura que las balsas de estériles son “100% seguras” y que su tranquilidad es “absoluta” sobre el diseño constructivo del recrecimiento. “Esto contrasta con el falso catastrofismo y acusaciones sin base científica que generan una alarma innecesaria”, critican fuentes de la compañía. Atalaya Mining destaca que para lograr una “respuesta temprana ante cualquier incidencia” está desarrollando con el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) una plataforma que integra varias tecnologías, como la interferometría radar para medir los posibles desplazamientos del terreno y la interferometría de ruido sísmico para detectar deformaciones de las balsas.
Para contrarrestar el análisis sombrío de Ayesa, hace dos años Atalaya Mining encargó un segundo informe a la empresa Knight Piésold, que descartaba un rompimiento en cadena de las tres balsas. En su respuesta de hace un año a las alegaciones presentadas contra el recrecimiento, la delegación de la firma británica en Chile mencionó el arrastre de los sedimentos hasta el “Mar Mediterráneo” en vez del océano Atlántico.
Las direcciones generales de Emergencias y Minas de la Junta han elaborado un plan de gestión de emergencia para Riotinto en caso de rotura, que está “en su fase final de tramitación”, según fuentes del Gobierno andaluz. El Ejecutivo ha rechazado avanzar su contenido a preguntas de este diario.
“La simulación numérica dice que la riada no llegaría ni siquiera a Gibraleón y está manipulada. La empresa, los técnicos de medio ambiente y los mineros saben que es falsa, y están repitiendo los mismos errores que en 1998 se produjeron con la balsa de Aznalcóllar. La Junta no está haciendo caso a las alertas de los técnicos independientes, ellos sabrán y tendrán que someterse a las responsabilidades si finalmente se produce la rotura”, critica Isidoro Albarreal, activista del área de minería de Ecologistas en Acción. “Los técnicos medioambientales saben que la empresa miente. La ley de evaluación ambiental es muy clara y obliga a analizar la vulnerabilidad de las balsas ante accidentes graves y, sin embargo, esos técnicos dicen que es responsabilidad de la autoridad minera. Si se rompe la estructura, buscaremos las responsabilidades penales”, advierte.
Huelva, zona de sacrificio
En el puente de los cinco ojos, cerca del nacimiento del Tintillo, está Lucas Barrero, investigador del instituto de ciencias y tecnología ambiental de la Universidad Autónoma de Barcelona, que conoce bien los drenajes de las minas, activas y abandonadas, que rodean el Odiel y el Tinto. Barrero siguió el pasado octubre una ruta de seis días junto a 12 investigadores y financiada por la Universidad de Huelva, denominada Espejo del Antropoceno, para estudiar sobre el terreno los efectos del ser humano como el principal agente geológico.
“El Tinto es un espejo de las zonas de sacrificio, zonas expuestas a las consecuencias directas de la extracción de minerales, pero también de la deposición que genera la industria, con claros ejemplos como el vertedero de Nerva y las balsas de fosfoyesos, una pila de desechos radioactivos a escasos metros de la población de Huelva”, dice este biólogo y ambientólogo cuyo doctorado versa sobre los conflictos ambientales. “La moneda de pago para ese sacrificio de ofrecer las materias primas de Huelva es el empleo. Eso sí, gran parte de los beneficios van a las multinacionales”, reflexiona.
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