Una paz entre misiles: las dos Coreas cumplen 70 años de armisticio en plena tensión y sin vistas a la reunificación
A los pies de la Torre de la Paz de Seúl, en Corea del Sur, hay un reloj que no marca la hora desde hace años. Desafiante ante el paso del tiempo, espera el momento en que Corea del Norte y Corea del Sur vuelvan a reunificarse para echar andar sus manecillas. Este es tan solo uno de los muchos símbolos instalados en el país que muestra de un vistazo el estancamiento de la guerra entre ambos bandos, uno de los últimos conflictos sin resolver de la Guerra Fría.
Desde el acuerdo del alto el fuego, que cumple este jueves 70 años, Corea del Norte y Corea del Sur no han conseguido materializar un tratado de paz definitivo que ponga fin a las hostilidades, por lo que aún siguen técnicamente en guerra. En este periodo, el conflicto ha acabado derivando en una relativa ‘paz armada’ bajo la constante amenaza del desarrollo nuclear del Norte y una escalada dialéctica, pero sin ataques directos en los territorios.
La tensión se ha hecho especialmente patente en el último año. El aumento de las pruebas de misiles balísticos de Corea del Norte – hasta 70 proyectiles en 2022, y 16 en el primer trimestre de 2023 – ha hecho saltar las alarmas de su vecina del Sur, que ha respondido con cohetes y maniobras militares de advertencia junto a su aliado Estados Unidos. Pese a ello, no se apunta a bajas civiles ante el temor de que, de producirse, alguno de los bandos acabe pulsando el llamado ‘botón rojo’ nuclear, que derive en una nueva guerra internacional.
«La solución al conflicto es una deuda histórica en la península coreana. Pero hay una gran brecha ideológica entre ambos bandos que, en el contexto internacional tan polarizado en el que estamos, hace difícil que, por el momento, acaben aceptando un tratado», apunta a RTVE.es el director de Política, Sociedad y Educación de Casa Asia, Rafael Bueno.
La ‘era de los misiles’ norcoreanos de los Kim
La firma del armisticio entre Corea del Norte y Corea del Sur en 1953 supuso el fin de tres años de sangrientos combates, pero no las diferencias entre ambas partes. Al igual que con el Muro en Berlín, estos dos bloques quedaron divididos por una frontera, el paralelo 38. En el Norte, bajo el mando de la familia Kim, se impuso un régimen dictatorial de corte comunista apoyado por Rusia y China; mientras que en el Sur, con una república democrática, se optó por una economía capitalista respaldada por Estados Unidos.
«La división de la península fue un experimento social de dos instituciones y sistemas de mercado. A día de hoy, se puede ver claramente qué lado tuvo más éxito en términos económicos o de derechos humanos», considera la profesora de Economía y Gestión Global en la Universidad de Groningen (Países Bajos), Sunkung Choi, en relación a la explosión económica de Corea del Sur por el que el país ha conseguido situarse entre las 15 mayores potencias del mundo.
Corea del Norte, por su parte, ha centrado su estrategia en el desarrollo nuclear y militar. Ha realizado centenares de pruebas armamentísticas, entre las que se encuentran 226 misiles pesados y de largo alcance, según muestra el Centro James Martin para Estudios de No Proliferación (CNS). La ONU ha advertido que algunos de estos proyectiles pueden alcanzar casi cualquier parte del planeta y mantiene fuertes sanciones al país desde 2006, al que también acusa de no respetar los derechos humanos de sus ciudadanos.
Esto no ha frenado a Corea del Norte, que ha ido ampliando sus planes durante la ‘era de los misiles’ de los Kim. Mientras que los primeros dirigentes, King il-Sung y su hijo, Kim Jong-il, informaron en sus mandatos de poco más de una docena de pruebas con logros limitados; su predecesor y actual líder, Kim Jong-un, ya cuenta con casi 200, la mayoría con éxito.
Tan solo en este mes de julio, Corea del Norte ha disparado un misil balístico de alcalce intercontinental, así como dos nuevos misiles de corto alcance y varios misiles de crucero en una posible respuesta al primer envío en décadas de Estados Unidos a Corea del Sur de un submarino con capacidad para portar armas nucleares. Muchos de estos proyectiles caen al océano, lo que ha convertido en cementerios balísticos y víctimas silenciosas de la guerra al Mar del Este (Mar de Japón) y al Mar del Oeste (Mar Amarillo).
Para Choi, Corea del Norte intenta mandar un mensaje de fuerza con los lanzamientos, ya que considera que «solo pueden existir si son una amenaza para los países vecinos». El problema es que Corea del Sur se ha hecho «bastante fuerte» ante los riesgos y «ya no los toma en serio», añade Choi, lo que hace que Corea del Norte lleve al límite sus actos.
A algunas de estas pruebas balísticas, Kim Jong-un ha acudido incluso con su hija Kim Ju Ae, de 10 años, en una muestra de que la tensión puede sobrepasar generaciones. «Es un gesto muy significativo porque es una forma también de legitimar a la familia. Esto también ha hecho especular sobre la salud de Kim Jong-un, sobre si está preparando su legado para su hija o el papel de su hermana, Kim Yo-jong, que también aparece con frecuencia. Pero ante un país tan hermético es difícil saber lo que está ocurriendo en realidad y sus intenciones», añade Rafael Bueno.
En el ámbito económico, Corea del Norte mantiene lazos con China (del que depende la mayor parte de su comercio) y Rusia, mientras que la relación con Estados Unidos no ha dejado de sufrir altibajos. En 2018 se produjeron tres reuniones entre Corea del Norte y Estados Unidos, la última de ellas en la frontera, donde el expresidente Donald Trump se convirtió en el primer dirigente del país en pisar Corea del Norte. Esta imagen contrastó con la tensión que hubo entre ellos anteriormente, un periodo en el que incluso Trump apodó a Kim Jong-un ‘Rocket Man’ (hombre cohete), mientras que desde Corea del Norte llamaban al republicano «viejo chocho». Las aparentes buenas intenciones, sin embargo, duraron poco y volvieron a distanciarse tras una fallida cumbre en Hanói.
En el actual mandato de Joe Biden, las relaciones se mantienen congeladas. «Un primer paso sería el reconocimiento diplomático entre Estados Unidos y Corea del Norte y la firma de un tratado de paz», enumera Bueno para que después «sean los propios coreanos los que, entre ellos, arreglen sus diferencias y, si lo desean, se reunifiquen».
Corea del Sur refuerza su posición con sus aliados
En estos años, Corea del Sur también ha lanzado cohetes y ha realizado maniobras de aviación con su aliado Estados Unidos en una muestra de fuerza por parte de este bando. Esto ha sido visto tradicionalmente desde el Norte como una provocación y se escuda en ellos para el lanzamiento de nuevos proyectiles.
Durante los liderazgos surcoreanos de los conservadores Lee Myung-bak y Geun-hye Park ha habido una política dura con el país vecino, que cerraba prácticamente las vías que se habían tendido en otras etapas de acercamiento iniciadas por el Partido Demócrata de Corea como la de Kim Dae-jung y Moon Jae-in. Este último consiguió la icónica imagen con el presidente norcoreano, King Jong Un, cruzando de la mano la frontera y un acuerdo para empezar a hablar de «paz real». «El partido conservador (Partido del Poder Popular) siempre tiene una postura más dura centrada en la erradicación del programa nuclear. Mientras que presidencias como la de Moon Jae-in aceptaba ciertos actos con el objetivo de ayudar a la que consideraba la principal víctima del conflicto, el pueblo norcoreano», indica Rafael Bueno.
Estos planes se vinieron abajo con la llegada al poder en 2022 del conservador Yoon Suk-yeol, proclive a una política más dura con el Norte. El mayor punto de tensión se alcanzó a finales de ese año, cuando desde el país norcoreano se lanzaron más de 23 cohetes de todo tipo en un día, batiendo su propio récord. «La relación entre las dos Coreas no está en buenos términos en comparación con el gobierno anterior. No hay fuertes relaciones económicas entre ellos, ya que Corea del Norte no es predecible y no se puede esperar ninguna relación de confianza. Una relación económica estable los vincularía fuertemente y podría reducir el riesgo de esos comportamientos políticos norcoreanos, pero parece difícil en esta etapa», considera Choi.
El dirigente surcoreano Yoon Suk-yeol es aliado del presidente Joe Biden y apoya algunas de sus causas, como la guerra en Ucrania. Aunque al principio intentó llevar una postura más neutral, ha acabado por enviar asistencia humanitaria y financiera al país y se ha mostrado cercano a la OTAN, aunque no es miembro. Además, Corea del Sur ha empezado a tender puentes con Japón y celebró el pasado mayo una cumbre para descongelar sus tensas relaciones; a la vez que sigue reforzando sus relaciones económicas con China.
Una reunificación «difícil» en un mundo polarizado
En este contexto, el sentimiento de reunificación no ha dejado de caer en Corea del Sur. Una encuesta conducida por el Instituto para la reunificación de Seúl apunta que solo un 44,6% de los participantes creía que la unificación con el Norte era necesaria, el nivel más bajo desde 2007.
Las nuevas generaciones surcoreanas han crecido prácticamente sin lazos con el país vecino – uno de los más herméticos del planeta – y centran su perspectiva en el desarrollo económico de su territorio, que ha ido adquiriendo fuerza gracias a la tecnología y a la exportación cultural. «Corea del Sur se convirtió en una isla, ya que la frontera estaba bloqueada y no estaba conectada con el continente por carretera. Esto influyó mucho en la forma de pensar y la cultura del pueblo coreano durante los últimos 70 años», relata Choi.
La investigadora asegura que «los recuerdos de la guerra sí que «permanecen» en gran parte de la sociedad, aunque ve «difícil» un tratado de paz. «La reunificación no puede ser fácil en términos políticos. Probablemente China tampoco querría eso, ya que (como el oeste-este de Alemania) Corea del Sur sería dominante en términos políticos y económicos. China se tendría que enfrentar a una ‘Corea reunificada’, que también sería aliada de EE. UU y creo que no se sentirían cómodos al respecto», opina Choi, aunque reconoce que Pekín «tienen su propia agenda política y diplomática» y «es difícil decir cómo se comportarían en un momento crítico».
Sobre este aspecto, Rafael Bueno dice que «Pyonyang (la capital norcoreana) ya no es un actor que domine el discurso y la narrativa». «La guerra de Ucrania y otras disputas en Asia como el Estrecho de Taiwán han dejado el conflicto coreano fuera del foco y esto reduce también los esfuerzos por llegar a un punto común por parte de las otras potencias», indica. «Tiene que haber voluntad por parte de todos los actores», sentencia.
Parece que el reloj de la Torre de la Paz de Seúl no solo permanecerá impasible por el momento, sino que se va haciendo cada vez menos perceptible a medida que pasa el tiempo y crecen los imponentes rascacielos y neones de la agitada ciudad asiática.