La falacia del pleno empleo: ¿por qué España sigue aún lejos de alcanzarlo?
Los datos de la Encuesta de Población Activa (EPA) del segundo trimestre rompieron la barrera de la tasa de paro del 12%, situándolo el 11,6%, el nivel más bajo desde 2008, cuando estalló la burbuja inmobiliaria y la crisis financiera, aunque siguen lejos del mínimo del 7,9% anotado en 2007. Pero esto no impidió al Gobierno dejarse llevar por la euforia y asegurar que el pleno empleo «está al alcance de la mano«. El problema es que los datos no avalan este triunfalismo.
La cuestión tiene un marcado carácter político, habida cuenta de que una de las grandes promesas electorales del PSOE era llevar al mercado laboral español al pleno empleo. ¿Pero qué significa esto? Técnicamente, supondría que el 100% de la población activa (que engloba la suma tanto de personas que trabajan como de las que no lo hacen, pero buscan empleo) esté ocupada. Aunque el propio Gobierno reconoce, a través de un documento publicado por el SEPE, «la dificultad de alcanzar este objetivo», con lo cual se admite un «pequeño porcentaje de paro«, ‘generalmente’ hasta el 4% de la población activa.
Aunque en otros países, como Alemania, la tasa de ocupación ha llegado a rondar el 97% (lo que implica un paro del 3%) esta definición sigue siendo igual de impensable. Por eso quizá el secretario de Estado de Economía y Apoyo a la Empresa, Gonzalo García Andrés situaba la semana pasada como referencia el mejor momento de nuestro país en materia de empleo, cuando el paro rondaba el 8%. Un dato que parece más alcanzable que el 4%.
¿Por qué el Ejecutivo se fija en la tasa de desempleo para hablar de pleno empleo? La razón es simple: el INE no publica el dato de tasa de ocupación, pero sí la de paro, aunque la primera es simplemente el reverso de la segunda. Sin embargo, al destacar este dato se corre el riesgo de confundir el pleno empleo con el paro estructural, es decir, el «porcentaje de desempleo debido al crecimiento económico» (también según la definición del SEPE).
Es decir, las ‘bolsas’ de desempleo que se producen cuando la mano de obra no se adapta a la evolución de la economía y el modelo productivo, lo que suele indicar un déficit de reformas que faciliten este «reajuste». Aunque por su propia definición el paro estructural fluctúa según el momento del ciclo económico, del discurso del Gobierno se infiere que lo identifica con el 8%. Es decir, el mínimo histórico.
Un matiz muy relevante como veremos más adelante, aunque no altera el balance: los datos del segundo trimestre suponen el mayor repunte trimestral de la tasa de ocupación (del 86,7% al 88,4%) como el mayor retroceso de la de paro (del 13,3% al 11,6%) de toda la serie histórica. Algo que el Ejecutivo ahora en funciones ha tomado como un aval a su política laboral, sobre todo para un ejercicio ante el que muchos auguraban un estancamiento.
Lo que ocurre es que se sigue lejos de los niveles de paro asociados al pleno empleo, aunque se vinculen con los mínimos históricos. En concreto, la diferencia es de 3,7 puntos. No parece mucho si lo comparamos con los 19 puntos que llegó a alcanzar en 2013, pero la tendencia de descenso del paro parecía haberse ralentizado en los últimos años. Al menos hasta el sorprendente segundo trimestre del año. Aun así, la brecha se eleva a los 7,6 puntos si tomamos como referencia el 4% de paro asociado al ‘pleno empleo’.
Consciente de las dudas, los análisis más cercanos a las posiciones del Gobierno se han centrado en los datos regionalizados, y aquí ha encontrado un dato muy positivo: tres comunidades autónomas, Baleares, País Vasco y la Rioja, han logrado una tasa de paro inferior al 8%. En el caso de las islas, es la primera vez desde 2018, mientras que en las otras dos comunidades habría que remontarse a 2008. Es una evolución que se puede considerar como muy positiva, ya que muestra una intensificación de la creación de empleo en regiones con modelos productivos muy diferentes.
Pero en absoluto significa, como se han apresurado a afirmar varias voces políticas, que se haya alcanzado el pleno empleo, ni siquiera si con ello nos referimos al mínimo histórico de paro. De hecho, ni siquiera se acercan, El motivo es que el empleo no se comporta igual en todas las regiones, con lo cual no todas tienen el mismo umbral de ‘paro estructural’.
Y es que, cuando el mínimo nacional de tasa de paro llega al 7,9%, el de Baleares es del 4,64%, el de País Vasco un 5,77% y el de La Rioja un 4,68%. Esto significa que hoy están a 2,5, 1,4 y 2,8 puntos respectivamente de su ‘pleno empleo’. Lo que significa que la recuperación respecto a los niveles previos a la crisis financiera está siendo desigual entre ellas.
Pero la brecha de esta recuperación es aún más abultada en otras comunidades que ha llegado a un mínimo cercano al 5% es decir, próximo al 4% definido por el SEPE. Aparte de Baleares y su 4,64% y la Rioja, solo Aragón con un 4,73% (un hito que logró en 2004) ha quedado por debajo de ese umbral, aunque su tasa de paro hoy supera el 8% (exactamente un 8,59%).
La comparativa con los mínimos de paro de cada comunidad autónoma muestras la diferencia con la situación actual. En nueve regiones (Andalucía, Castilla – La Macha, Canarias, Extremadura, Murcia, Valencia, Aragón, Navarra y Madrid) la distancia entre su tasa de paro y la de su mínimo histórico de paro es mayor que la de la media nacional.
Dudas sobre el paro estructural
Esto nos lleva a la pregunta clara: ¿es factible alcanzar el ‘pleno empleo’? La respuesta rápida sería: «no con estos datos, ni regionales ni nacionales». Y es que hay que entender que identificar pleno empleo y paro estructural y, a su vez, con el mínimo histórico del 8% es como admitir que los cambios en la política económica (incluyendo todas las reformas laborales) desde 2007 han tenido un impacto neutro y la evolución de la economía ha ido exclusivamente al albur del ciclo económico.
Si aceptamos la tesis del Gobierno y que el pleno empleo equivale a una tasa de paro del 8%, el balance no es optimista: en la última Legislatura el paro ha caído en 2,2 puntos porcentuales netos. Para llegar a su objetivo de ‘pleno empleo’ tendría que reducirse en 3,7 puntos. Es algo que se logró entre 2002 y 2007, es decir, en 5 años. Pero el contexto económico era diferente: España acababa de entrar en el euro, lo que facilito un gran acceso a la financiación y la burbuja inmobiliaria disparó la creación de empleo.
Que la situación se repita es bastante incierto. Los datos del segundo trimestre parecen responder a un rebote de la actividad (especialmente en el turismo) tras tres ejercicios lastrados por la pandemia y la guerra de Ucrania y está por ver si esta evolución se mantiene en los próximos trimestres. Los datos de PIB del mismo periodo no invitan al optimismo. Sobre todo, sin grandes reformas laborales ni económicas en el horizonte.
De hecho, ninguna de las previsiones de Economía sitúa la tasa de paro por debajo del 10% antes de 2026, cuando llegaría al 9,8%. Ano ser que se revisen en los próximos meses, resulta difícil de creer que, en un solo año, puedan caer al 8% para cerrar la Legislatura en ese umbral.
Por otro lado, alcanzar una tasa del 4% del paro en España, que responde a un concepto más riguroso del pleno empleo, es algo que el propio Ejecutivo descarta al remitirse a un porcentaje que lo duplica. A esto se suman los análisis que establecen que el paro estructural está más cerca del 12% que del 8%, a pesar de los buenos datos del segundo trimestre, que responden en buena parte a un marcado comportamiento estacional ligado al turismo.