José Cueli: Adiós, Carlos Biro
L
a tarde toronja y ranchera, gris y penumbrosa, salada y tequilera, abatida y silenciosa, lóbrega y oscura, lluviosa y con ventiscas, nostálgica y triste, hizo eco con la muerte de mi compañero de trabajo en las zonas del Lago de Texcoco durante 40 años, Carlos Biro.
Entre aflicción y recelo, magia rezandera que fue queja y amargura. Tarde ciclónica de tristes sones, voz de metales aguardientosos que desgarraban y hacía gemir ecos de muerte.
En la colonia Del Sol y el Bordo de Xochiaca vivimos el destino de la violencia con los deseos siempre insatisfechos y traumáticos de la defensiva omnipotencia, fetiche narcisista, canto quejumbroso, espacio roto que hablaba del pecado aquí y en el más allá.
Silenciosa quedó la ciudad Nezahualcóyotl, Chimalhuacán y San Agustín Atlapulco, los puestos de fritangas, de los que no se oía ni el chirrear del roce de la manteca contra la tortilla chilosa, y de los vendedores que se protegían de la lluvia y el granizo, y guardaron pregones y quedaron afónicos con la lluvia que caía a torrentes, y sobre el piso lodoso se resbalaba el dolor que acompaña al recordar la muerte irrepresentable, y la música de los comedores se hacía más lenta y lánguida en un exagerado desgarramiento de lo convaleciente que luchaba por no morir.
Hondo desconsuelo en el lugar del hambre que se acentuaba, sollozante ritmo y pausado lamento, queja y amargura.
Tarde lluviosa en que se fue el médico que dejó el Instituto de Cardiología y se fue a hacer medicina y sicología comunitaria a la zona oriente de la ciudad.
Tarde que se hizo noche más rápido que siempre, y, en medio de la penumbra, todo oscureció entre grandes abatimientos, alucinantes visiones, torturadores ecos y desolación que sonaba a muerte de los desnutridos, en medio de las capas antilluvia anaranjadas, verdes, azules que se volvieron negros paraguas en los techos de los tugurios. Leyenda negra, vendaval de raíces que remataban en la noche mirando nubes negras.
Adiós, Carlos.