El Pozo Calero: leyenda viva y negra de la minería en la Montaña Palentina – Diario de Valderrueda
El Pozo Calero: leyenda viva y negra de la minería en Barruelo de Santullán.
La inconfundible figura de su castillete de piedra, de 15 metros, es emblema de la cuenca minera, pero también recuerdo del centenar de mineros que perecieron en él.
El Pozo Calero de Barruelo de Santullán es una de las leyendas vivas de la minería que todavía se conservan en pie, pero también es uno de los más peligrosos de España. Su inconfundible figura, con el castillete de piedra de 15 metros, es emblema de la cuenca minera de la Montaña Palentina, mientras su extensa red de galerías, con 480 metros de profundidad y 22 kilómetros, es una de las más trágicas por el centenar de mineros que perecieron en ella.
El 30 de julio los barruelanos conmemoran el aniversario de su construcción, que comenzó en 1911 debido a la falta de reservas en las explotaciones de la localidad y a la abundante demanda de Ferrocarriles del Norte. Su nombre oficial era Pozo Grupo Inferior, sin embargo, el topónimo que se daba a la zona donde se edificó por acoger una cantera de cal y caliza, Calero, terminó por imponerse.
Las expectativas preveían que alcanzase los 270 metros de profundidad con una capacidad de extracción de 600 toneladas diarias para así relanzar la amenaza producción carbonera de Barruelo, que empezaba a escasear. En 1912, un año después de iniciarse la perforación, ya se habían alcanzado los 90 metros. Finalmente, llegó a los 480 metros y en las profundidades se extendieron 22 kilómetros de galerías, después de muchas dificultades.
En 1914 concluyeron los trabajos de perforación iniciales, alcanzando los 342 metros, pero las expectativas se truncaron con el estallido de la Primera Guerra Mundial, que retrasó la llegada de la maquinaria necesaria para la extracción del mineral. Aun así, la Compañía de los Caminos de Hierro del Norte de España no se rindió, se adaptó el pequeño torno que se había utilizado para excavar y así pudieron ver la luz las primeras toneladas de carbón del Calero, un leve alivio porque en 1917 apenas se obtuvieron entre 60 y 65 toneladas diarias, frente a las 600 previstas.
Mientras la minería barruelana se tambaleaba, el resto de explotaciones de la Montaña Palentina se encontraban en un momento álgido, aprovechando las circunstancias de la guerra europea, que duró poco. Una vez terminada, con la competencia que suponía el carbón extranjero, su producción comenzó a reducirse. Por el contrario, con el fin de los conflictos Barruelo vio la luz al final del túnel: llegó la maquinaria y comenzó a funcionar su nueva central eléctrica.
A partir de 1920, se iniciaría un proceso de importante crecimiento que llevaría a las minas barruelanas a su mejor época. Además, la pertenencia de las minas a un gran consumidor del mineral, como era Ferrocarriles del Norte, hizo que toda la producción tuviese una salida asegurada.
Sin embargo, esa bonanza económica estuvo teñida de negro por las trágicas muertes y accidentes que se produjeron en el pozo, que llegó a ser considerado uno de los más peligrosos de España. Las minas de Barruelo de Santullán eran conocidas por su importante contenido en grisú, pero en la explotación del Calero comenzaron a darse explosiones totalmente desconocidas hasta entonces en la minería española.
Se trataba de explosiones en seco o desprendimientos instantáneos de grisú: para que se desencadenasen no era necesaria ninguna chispa ni fuente de calor, bastaba con la presencia de los mineros. Una leve variación de temperatura y presión en el gas, que llevaba encerrado más de 300 millones de años, desencadenaba el estallido de forma instantánea.
En la lista negra de los graves accidentes del Calero está grabada a fuego la explosión por la que perdieron la vida 18 jóvenes barruelanos el 21 de abril de 1941, en la capa novena. Apenas una década antes habían fallecido otros 10 por una gran emanación de grisú que los asfixió, y así, el pozo fue sesgando vidas hasta alcanzar casi un centenar. El último minero de la lista fue Juan Carlos Provedo, el 14 de noviembre de 1997.
A pesar del luto, la historia seguía sucediéndose en los pozos de Barruelo, que tras la Guerra Civil Española, como el resto de minas de España, fueron nacionalizados y asignados a RENFE, principal consumidor de la hulla extraída. En esta época, concretamente en 1951, fue cuando se llevó a cabo una reprofundización del Calero para alcanzar los 480 metros.
Por desgracia, la época de prosperidad llegó a su fin con la paulatina electrificación de los ferrocarriles por parte de RENFE, un duro golpe para la minería de la comarca, que destinaba el 90% de su producción a alimentar las antiguas máquinas de vapor. Un golpe que inició el proceso de una muerte lenta, pero real.
En 1964 se hizo cargo de las instalaciones la compañía Hullera Vasco Leonesa para, cuatro años después, iniciar el cierre paulatino de las mismas. El Pozo Calero fue clausurado en 1972 y, más tarde, reabierto por Hullas de Barruelo, que compró las instalaciones en 1980 y puso el pozo en funcionamiento desde 1993. Un breve lapsus de vida que terminó de manera definitiva en apenas una década, cuando su propietario, el magnate de la minería española Victorino Alonso, tomo la decisión de cerrar la explotación más emblemática de la cuenca palentina.
Ahora, la localidad reclama que se declare el Calero como Bien de Interés Cultural, para proteger del inexorable paso del tiempo una construcción que ha escrito unas de las páginas más importantes de la historia de Barruelo, y de toda la Montaña Palentina.
Su existencia honra el orgullo del pasado minero que lleva el pueblo por bandera y es memoria viva de las vidas que nacieron, vivieron y murieron en él.
Fuente: Diario de Valderrueda
Fotografía: Centro de Interpretación de la Minería de Barruelo de Santullán; Wikipedia