África subsahariana, el paraíso de las renovables que no llega a todos
Una de las primeras imágenes que reciben al visitante del sitio web de la Cumbre Africana sobre el Clima, que arranca este lunes en Nairobi, es la de decenas de aerogeneradores girando al unísono. Y es precisamente la región donde se encuentra Kenia, el África subsahariana, la que, en una primera mirada, puede parecer el sueño de un activista contra el cambio climático. En ninguna otra región del mundo hay tantos países donde las fuentes renovables pesen tanto dentro del panorama energético eléctrico, con porcentajes que ya en 2021 eran de más de 99% para la República Centroafricana, Etiopía y República Democrática del Congo; o de más del 90% en Kenia, Namibia y Uganda, de acuerdo con los datos del organismo profesional Energy Institute y del centro de estudios Ember.
El problema viene con una segunda mirada, al diferenciar entre energía y electricidad. Solo el 9% de la energía generada en África —es decir, el suministro que ilumina los hogares, permite funcionar a la industria o el transporte— venía de renovables en 2020, según un informe de la consultora PricewaterhouseCoopers. La electricidad supone solo una quinta parte de todo el consumo enérgico del mundo, según datos de la Fundación Mo Ibrahim. Por sectores, la electricidad supone el 28,5% de la energía que usa la industria, el 25% de la energía en usos “residenciales” y apenas el 1,2% de la energía consumida en transporte.
Y el problema se acrecienta especialmente cuando se incorpora el concepto de pobreza energética, una categoría que desafortunadamente África subsahariana lidera. Según los datos de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD, por sus siglas en inglés), un 50% de sus ciudadanos seguía en 2021 sin acceso a la electricidad, con casos especialmente graves como Burundi, Chad o Sudán del Sur, donde el porcentaje de población sin luz se elevaba hasta el 90%. Y es que, como dice Wikus Kruger, director del centro Power Futures Lab de la Universidad de Ciudad del Cabo, “salvando el caso de Sudáfrica [cuya generación eléctrica, dependiente del carbón, es comparable a la de otros países industrializados], en la mayoría de los países subsaharianos los sistemas de generación eléctrica son diminutos, con una capacidad de generación entre todos que no llega a la de países como Francia o como España”.
Pero primero, las buenas noticias. ¿A qué debe la región una implementación tan generalizada de las fuentes renovables? Una parte de la respuesta tiene que ver con los recursos hídricos en países como República Democrática del Congo, Zambia, Etiopía, Uganda, Mozambique, Angola, Kenia y Ruanda. Según Kruger, el impulso de la energía hidroeléctrica viene de la época colonial, cuando los países europeos “construyeron en África las presas que necesitaban para abastecer a sus minas de energía”. Se ha seguido ampliando desde entonces, con un desarrollo importante en Etiopía (la Presa del Renacimiento, en el Nilo Azul) y nuevos proyectos en Malaui, Burundi y Mozambique, que en el río Zambeze está construyendo una presa de 1.500 megavatios.
Lo malo de las presas es que no son inmunes al cambio climático, dice Grace Tamble, del centro de estudios Energy for Growth Hub. “Las sequías, las inundaciones, el cambio en el régimen de precipitaciones… todo esto tiene un impacto en la generación hidroeléctrica, como se ha sufrido por ejemplo con los cortes en el suministro de Zambia”. La imprevisibilidad de las fuentes renovables hace que siga sin haber un sustituto sencillo a la central térmica de gas natural como mecanismo de estabilización en muchos países, subraya Kruger. Con la excepción, tal vez, de los que tienen la posibilidad de desarrollar energía geotérmica en el Valle del Rift.
“Lo bueno de la geotérmica es que es estable y que hay mucho potencial”, señala Naomi Wagura, directora de programas nacionales de la ONG Global Energy Alliance for People and Planet (GEAPP). “Solo en África Oriental hay un potencial de unos 20 gigavatios, un número que representa muchas veces la actual capacidad instalada”.
Kenia, uno de los países más bendecidos por la energía eólica y la geotérmica, también está entre los que han registrado mayores avances en el acceso a la electricidad: según los datos del Banco Mundial, pasó de un 15% de la población en el año 2000 a un 77% en 2021. En comparación, el promedio para toda la región subsahariana fue de un 26% a un 50% en el mismo periodo.
En cuanto a otras energías, como la solar, África concentra el 40% del potencial de generar energía del mundo, pero solo tiene un 1% de capacidad instalada, según datos de la Fundación Mo Ibrahim de 2022.
El problema es la pobreza
La falta de electricidad tiene mucho que ver con la pobreza. Según un estudio de la Agencia Internacional de la Energía (AIE), en los hogares más pobres del África subsahariana el precio de la electricidad necesaria para un par de electrodomésticos básicos representa una décima parte de los ingresos. De ahí, explica Wagura, que se haga tanto hincapié en una electrificación que genere sus propios frutos en términos de crecimiento económico. “Cuando hablamos de pobreza energética, también estamos hablando de pobreza a secas”, apunta. “Muchas de las comunidades carecen de dinero, por eso tender una red eléctrica que no mejora las posibilidades económicas de la comunidad puede no ser viable en el largo plazo”.
Una consecuencia de esa pobreza es la imposición desde el Gobierno de máximos en los precios de la luz. La medida alivia el bolsillo de los ciudadanos, pero complica la viabilidad financiera de las empresas eléctricas estatales, con muchas de ellas en situación de bancarrota y poco capaces de atraer inversiones de fuera.
Un 50% de los africanos seguía en 2021 sin acceso a la electricidad. En Burundi, Chad o Sudán del Sur, el porcentaje de población sin luz se elevaba hasta el 90%
En un informe publicado en 2022, la AIE estimaba que todo el continente africano tendría que doblar su capacidad total de generación (desde los actuales 260 gigavatios hasta los 510 gigavatios) para cumplir con el Objetivo de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas número siete: garantizar el acceso universal a una energía asequible, fiable, sostenible y moderna.
Hasta un 80% de esos 250 gigavatios extra, calculaba la AIE, podrían venir de renovables si las inversiones en ese sector se multiplicasen por seis. El problema, como siempre, es quién paga. Especialmente después de una pandemia global que tensó las cuentas en muchos gobiernos de la región y de una subida en los tipos de interés que agravó aún más las cosas.
En busca de financiación
Los organismos multilaterales son un posible mecanismo de financiación. De acuerdo con un informe de The Economist, los países ricos han prometido alcanzar el objetivo anual de 100.000 millones de dólares (92.000 millones de euros) en la financiación de soluciones contra el cambio climático en África. Un objetivo que, según la misma revista, han incumplido sistemáticamente entre los años 2009 y 2021. En dicho periodo, la cantidad comprometida nunca sobrepasó los 85.000 millones de dólares.
Pero también hay razones para el optimismo. El abaratamiento de la energía fotovoltaica ha popularizado la creación de minirredes que llegan a comunidades a las que sería muy costoso llevar la red eléctrica principal. En algunos casos, son las operadoras de telefonía las que financian la instalación, con el objetivo doble de abastecer de energía a sus propias torres y de vender electricidad a las comunidades cercanas.
En países como Etiopía, explica Wagura, son empresas agrícolas las que están adelantando el capital de estas minirredes, que no funcionan solo con placas fotovoltaicas. “Hay mucho potencial para armar minirredes a partir de pequeñas presas y de otras fuentes renovables”, dice. “Y no tiene que ser solo para uso doméstico, una minirred también alcanza para clientes comerciales y pequeñas industrias, y eso soluciona gran parte del problema”, concluye.
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