Una remota isla del Caribe está descubriendo qué sucede cuando logras algo casi imposible: erradicar a las ratas
Redonda es algo más que una pequeña isla deshabitada de las Antillas, en el Mar del Caribe. A día de hoy representa también una enorme lección medioambiental que nos habla de hasta qué punto los humanos podemos influir en los ecosistemas que nos rodean. Para bien. Y para mal. Hace tiempo nos encargamos de destruir la rica biodiversidad del islote hasta convertirlo casi en un páramo en el que las ratas campaban a sus anchas. Ahora, gracias a los esfuerzos de los ecologistas, Redonda ha recuperado su aspecto original, el de un rico paraíso de vida silvestre.
Uno, claro está, sin la presencia de voraces roedores.
Un poco de historia. Quizás no sea muy conocida, ni amplia, pero Redonda es una isla con historia. Cristóbal Colón la documentó en 1493, durante su segundo viaje a América, y hay constancia de un desembarco allí en 1687. Aunque el islote es pequeño —no llega a los 1,7 kilómetros de largo por 0,5 de ancho—, se alza sobre acantilados escarpados y no resulta sencillo acceder a él, su potencial económico no tardó en despertar el interés de los comerciantes. La razón: aquella «roca» verde resultó ser una generosa mina de guano. Eso es, excrementos de aves.
Quizás dicho así no suene muy prometedor, pero este material es rico en nitrógeno, oxalato amónico, fósforo y fosfatos, lo que lo convierte en un recurso especialmente valioso. Cuando quedó claro su enorme potencial como fertilizante o incluso el provecho que podía sacarse para la pólvora, Redonda se convirtió en una valiosa fuente de recursos. Buena prueba es que en el XIX Gran Bretaña decidió volcarse en su explotación: en 1869 estableció la Redonda Phosphate Company, que empleaba a más de cien operarios para extraer fosfato. Durante su apogeo, se calcula que la isla producía entre 3.000 y 4.000 toneladas anuales.
Una «huella» demoledora. Los trabajos mineros en la isla se prolongaron varias décadas, pero para principios del siglo XX se decidió que ya no resultaban rentables. El escenario que abría la Primera Guerra Mundial, los ataques a navíos mercantes, los cambios comerciales y el huracán que azotó la zona en 1929 provocaron que la isla se quedase sin su asentamiento de colonos.
Que los humanos desaparecieran no significaba, eso sí, que lo hiciera su huella, recuerda Earth Island Journal. Junto a los mineros habían llegado a la isla otros moradores que siguieron más allá de 1930: cabras criadas en su día para alimentar a los trabajadores y ratas, ratas negras que viajaban como polizonas en los barcos.
¿Importa eso? Y tanto. Libres de humanos, unas y otras tomaron la isla y se expandieron con libertad, algo que no sentó especialmente bien a Redonda. Lo que tiempo atrás había sido un paraíso virgen, con una rica biodiversidad y hogar de iguanas, búhos y miles de aves, pasó a convertirse en un erial por influencia de los colonos humanos y su legado. Las cabras y ratas se dedicaron a devorar plantas y especies endémicas hasta que Redonda quedó reducido a un pedregal. No hace falta imaginárselo. Conservamos fotos que la muestran pelada, gris.
La situación llegó a ser tan dramática que la CNN asegura que las aves dejaron de anidar, hubo cabras que perecieron de hambre y el islote empezó a desmoronarse. Al perder su vegetación, las rocas se deslizaron hacia el mar, lo que afectó a su vez al ecosistema submarino. «No podía creerme lo degradada que estaba», confesaba en 2017 Sophia Punnet-Steele al recordar su primera visita al islote caribeño.
Reparando el daño. Eso es lo que se propusieron un grupos ecologistas como Environmental Awareness Group (EAG) o Fauna & Flora International (FFI), a la que pertenece Punnet-Steele. En 2016 trazaron un plan ambicioso y afrontaron dos grandes tareas que aspiraban a revertir lo que habían hecho los antiguos colonos europeos: capturar las cabras y erradicar las ratas. No resultó sencillo.
Los expertos tuvieron que lidiar con la complicada orografía de Redonda, capturar y sacar las cabras de la isla y acampar durante meses con el propósito de repartir cebos para ratas. Johnella Bradshaw, de EAG, explica a la CNN que antes de su campaña el islote acogía aproximadamente 6.000 roedores y 60 cabras.
¿Cuál fue el resultado? Sorprendente. En 2018 la isla se declaró libre de ratas y durante los últimos años ha experimentado una regeneración espectacular. Tanto, que el Gobierno de Antigua y Barbuda —país en el que se enmarca Redonda— ha decidido declarar zonas protegidas tanto el islote como el océano que la rodea.
El área protegida abarca 30.000 hectáreas de tierra y mar e incluye también las praderas marinas y un extenso arrecife de coral de 180 km2. Un paso valioso para conseguir uno de los grandes objetivos de los ecologistas, explica Bradshaw: convertir a Redonda en un «faro» que inspire a otras naciones insulares.
¿Qué dicen los datos? El islote caribeño está todavía en una fase inicial de su recuperación y las autoridades se plantean ya medidas para evitar que las ratas o incluso semillas de especies invasoras puedan enturbiar su recuperación, pero sus resultados ya son impresionantes. Los ecologistas han visto cómo 15 especies de aves regresaban a la isla, se recuperaban los lagartos endémicos y la población de dragón de tierra de Redonda se disparaba hasta multiplicarse por 13 desde 2017. En cuanto a la biomasa, estiman que ha aumentado en más de un 2.000%.
La clave: no tocar nada. Esa es la idea en la que incide Bradshaw. Al menos hasta ahora los ecologistas se han limitado a retirar las especies invasoras que más daño estaban causando a la isla y, simplemente, sentarse a ver cómo su ecosistema se regeneraba poco a poco. «Hasta la fecha no hemos plantado nada, no hemos reintroducido ninguna especie. Simplemente eliminados las ratas y cabras».
«La isla se ha transformado ante nuestros ojos», celebra el ecologista de EAG: «Estamos consiguiendo vegetación. Los pájaros vienen, comen y echan semillas. Vemos cómo crecen árboles diferentes que invitan a venir a más pájaros».
¿Un caso único? El de Redonda es un ejemplo de éxito en la regeneración de ecosistemas y de algo más: la complicada tarea de combatir las plagas de ratas en zonas en las que se expanden como especies invasoras, un problema que se da en otras latitudes y está bien estudiado. «Desde las islas subárticas y subantárticas hasta los trópicos se han catalogado casos de extinción o reducción grave del número de especies autóctonas como consecuencia de las invasiones de ratas», explican Grant A. Harper y Nancy Bunbury en un artículo sobre las conocidas como ratas de barco y de muelle publicado en Global Ecology Conservation.
La isla de Antigua y Barbuda no es la primera en lograrlo. Hace años consiguió algo similar Georgia del Sur, un archipiélago de las Antillas del Sur que desplegó una campaña de más de 10 millones de dólares para exterminar roedores invasores y preservar sus aves. Tampoco lo tuvo fácil. Además de una inversión considerable, sus responsables trabajaron durante años y desplegar miles de dispositivos para eliminar ratas. A su favor jugaron con la dura climatología del pequeño islote.
Imágenes: Wikipedia