La mañana del 11-M, del despacho de la calle Hernani a la esperanza de toda España
Era un despacho no muy grande, algo asptico. Lo recuerdo apenas iluminado por la amanecida y la luz del flexo de mi mesa. La maana de aquel jueves era la maana de un jueves normal. Como abogado del Estado, estaba destinado en los juzgados de lo social de la calle Hernani, tena por delante una maana llena de juicios, as que llegu a mi despacho a eso de las 7:45. Quera tener algo ms de una hora para revisar expedientes y preparar vistas. Y fue all, en esa pequea habitacin atestada de documentos donde me enter.
Primero nos asalt el desconcierto; despus, la desolacin. Diez minutos antes, una decena de bombas haba estallado en la Estacin de Atocha y nos empezaban a llegar las informaciones. Se hablaba ya de unos terribles atentados en la hora punta; avanzaban cifras descorazonadoras de muertos y daban cuenta de la confusin que rein durante los primeros momentos de la catstrofe.
Recuerdo los rostros petrificados de todos los trabajadores de los juzgados; las miradas desconcertadas que nos cruzbamos, sin saber exactamente qu estaba sucediendo a menos de 5.000 metros de donde estbamos nosotros. Cada nmero que sumaba era una vida sesgada; era un padre, una madre, un hijo, una hermana, un amigo…
Las primeras imgenes fueron terribles. Los trenes reventados; los boquetes abiertos en el metal de sus vagones y el ir y venir terrible de los coches de polica fue el sonido de fondo de una maana de mudez, de voz rota y corazn quebrado. Aquellas imgenes eran la aterradora confirmacin de que el dolor infinito se haba apoderado del corazn de la capital de Espaa.
Al poco de conocerse la noticia, los juicios previstos aquel da se suspendieron. Pens que aquel juzgado, hiertico y paralizado por el dolor, era el reflejo de una Espaa que contena el aliento y apretaba los dientes ante el mayor ataque que habamos sufrido en nuestra historia.
Pero en medio de tanto dolor, nos llegaron tambin las primeras muestras del honor de Espaa y Madrid. La ciudad se levant contra la brutalidad aquella misma maana. Los centros de donacin de sangre se saturaron con la esperanza de los madrileos de colaborar en la batalla contra la muerte. El espeso un velo de silencio que nos embargaba, era roto slo por el sonido de las ambulancias, en el que se mezclaban la tristeza con el anhelo de que los servicios de emergencia consiguieran seguir arrebatndole vidas a la masacre.
Luego, tras la suspensin de los juicios, los recuerdos se amontonan en una montaa de imgenes terribles que desembocan en una sola: la del Madrid del 12 de marzo, con las calles llenas de un pas sin miedo, de un pas que, aunque herido, no fue derrotado; de una Espaa que alzaba la voz, el cuerpo y el nimo para gritar: seguimos en pie.
Apenas si pude moverme en aquella manifestacin envuelta en la llovizna; era tanta la gente, era tan ardiente el nimo y el valor tan fuerte, que los madrileos llenamos las calles, y por las calles de Madrid, el mundo. Frente al dolor terrible del da anterior, me qued el calor de unir mi voz a una sola voz, la de Espaa entera, gritndole a la cara al terror que no, no nos haban vencido.
Jos Luis Martnez-Almeida es alcalde de Madrid