Arrecifes de esperanza – Animal Politico
Salió de la casa en la mañana del 16 de abril y nunca más regresó.
La madre, desesperada, fue a la policía y reportó que su hijo, Jesús Nazareno, de 19 años, estaba desaparecido.
En las siguientes horas y días no solo creció la angustia de esta familia ecuatoriana por desconocer el paradero del joven, sino también porque recibieron llamadas anónimas de unos supuestos secuestradores que pedían US$1.000 por entregarlo.
La familia no tenía el dinero, ni tampoco confiaba en que el joven estuviera secuestrado.
Casi una semana después de la desaparición, sonó el teléfono. Era la llamada que no querían escuchar: la policía les informaba que habían encontrado el cuerpo sin vida de Jesús.
A partir de ese momento, comenzó una pesadilla que se extendió por casi dos meses.
La madre fue a reconocer el cuerpo de su hijo que se encontraba en el Centro Forense de Guayaquil, la morgue donde llegan los cadáveres por muertes violentas.
Ahí lo reconoció, luego de que le mostraran fotografías de las manos y la cara de su hijo. Ella pidió ver el cuerpo, pero le explicaron que debía esperar hasta que las pruebas de ADN demostraran su identidad.
Lo que en ese momento no sabía es que tendría que esperar 51 días antes de que la dejaran ver el cadáver de su hijo y se lo entregaran para darle sepultura.
Así lo relata Madeleine Pardo, tía de Jesús, en conversación telefónica desde Guayaquil.
BBC Mundo contactó a las autoridades locales para conseguir una versión oficial de los hechos, pero no obtuvo respuesta.
Guayaquil, una ciudad desgarrada por la violencia
Jesús murió en Guayaquil, la ciudad más peligrosa y más poblada de Ecuador, actualmente convertida en el epicentro de la brutal ola de violencia protagonizada por organizaciones criminales que azota al país.
Tan brutal, que el presidente Daniel Noboa declaró en enero la existencia de un “conflicto armado interno“, decretó el estado de excepción, sacó el ejército a las calles y calificó como “terroristas” a más de 20 grupos del crimen organizado.
En ese contexto, Guayaquil, una ciudad portuaria de casi tres millones de habitantes, desde donde zarpan cargamentos con droga hacia los mercados internacionales, ha experimentado un dramático aumento de muertes violentas en los últimos años.
Con una tasa de 89 homicidios por cada 100.000 habitantes, Guayaquil ocupó el octavo lugar entre las 10 ciudades más violentas del mundo en 2023, según un informe publicado por el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal, una organización mexicana no gubernamental.
Y aunque el gobierno asegura que este año las muertes violentas a nivel nacional han disminuido, en Guayaquil pareciera que la violencia no da tregua.
Un síntoma de la crisis de seguridad en esta zona costera es que aumentó la cantidad de cadáveres no reconocidos en la ciudad, según informó el Servicio Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses a través de un comunicado publicado hace unos días.
Los cadáveres producto de muertes violentas (tanto los identificados como aquellos que nadie reclama) se acumulan en la morgue de Guayaquil, una institución en el centro del debate público después de que habitantes del sector denunciaran olores insoportables a comienzos de junio y las cámaras de televisión llegaran al sitio para transmitir en vivo escenas de profundo dolor.
Desesperados, los familiares se agolpaban en las afueras de la morgue, muchos de ellos con mascarillas, preguntando qué pasaba con los cuerpos de sus seres queridos.
La morgue había colapsado y los cadáveres se estaban descomponiendo.
Bajo la presión de las familias y los medios de comunicación, las autoridades informaron que un contenedor refrigerado donde los cuerpos permanecían almacenados sufrió un fallo.
“Olía a muerte”
“Olía a muerte”, dijo Madeleine Pardo, la tía de Jesús Nazareno, que acompañó a la madre del joven el 11 de junio a retirar el cuerpo, precisamente en medio del colapso de la morgue.
Cuando llegaron al lugar, se encontraron con la desagradable sorpresa de que no recibirían los restos de Jesús.
Les dijeron que el personal de la morgue, cuenta Pardo, no podía acceder al contenedor mientras éste permanecía averiado.
Desconsoladas, Pardo y su hermana, al igual que los familiares de los otros fallecidos, tuvieron que regresar después.
La crisis del sistema
Según el Servicio de Medicina Legal, encargado de la morgue, la crisis se debió a variaciones eléctricas que dañaron el contenedor que almacenaba los cadáveres congelados.
Más allá del hecho puntual, el tema de fondo, dicen analistas consultados por BBC Mundo, es que los servicios forenses de Guayaquil están sobrepasados.
“Existen solo cuatro médicos forenses” en la ciudad, afirma Juan Montenegro, exjefe de Medicina Legal. Pero no solo falta personal, argumenta.
En medio de la ola de violencia que vive el país, que le pone presión al sistema por el aumento de los cadáveres, la morgue de Guayaquil no cuenta con la infraestructura necesaria.
La morgue, agrega el experto, debería seguir los protocolos establecidos para la entrega de cadáveres o la inhumación de aquellos que no son reclamados en los plazos establecidos.
“Los contenedores tienen capacidad de albergar 50 cadáveres, si meten 200 ya no es una cámara frigorífica, sino un microondas“, sostiene Montenegro.
Una fuente de alto rango del Servicio Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses, que habló con la BBC bajo condición de anonimato, confirmó que el colapso afectó a cerca de 200 cadáveres y aseguró que el fallo de contenedores no era un problema reciente.
Por casi dos meses, “los contenedores funcionaban de forma intermitente”.
En Ecuador, la Fiscalía es la institución encargada de dirigir el Sistema Especializado de Investigación, Medicina Legal y Ciencias Forenses, con el apoyo de personal experto de la Policía Nacional, de acuerdo a la legislación vigente.
Eso explica por qué hay policías licenciados en criminalística al mando de las morgues.
Según Montenegro, estos policías no tienen la experiencia ni los conocimientos específicos para el manejo de cadáveres, como sí la tienen los médicos forenses.
El problema es que en un país donde hay escasez de médicos forenses y las morgues no tienen la capacidad suficiente para manejar una alta cantidad de cadáveres, el sistema queda expuesto a situaciones críticas como la que ocurrió en Guayaquil, explica el experto.
La piel estaba “desprendida de los huesos”
Madeleine Pardo y su hermana, que habían ido a la morgue con la esperanza de traer a casa el cadáver de Jesús para velarlo, regresaron con las manos vacías.
Dos días después, finalmente, la madre recibió el cuerpo. O lo que quedaba de él.
“Lo sacaron como si fuera un saco de carne y hueso, lo arrastraron”, cuenta Pardo.
En el piso, agrega, su hermana vio gusanos y fluidos que salían de las bolsas de los cuerpos en descomposición.
Su sobrino tenía una botella atada a los pies con un código para identificarlo. A simple vista, era imposible saber que era él, aunque la madre logró reconocer su mandíbula y sus dientes. Era Jesús.
“El cuerpo de mi sobrino aún tenía piel, pero estaba dañada y desprendida de los huesos”, cuenta Pardo.
Lo irregular de todo esto, dicen los expertos, no solo es la tardanza en las pruebas de ADN y la demora en la entrega del cuerpo a los familiares, sino que además lo entreguen en estado de putrefacción, algo que está fuera del protocolo.
“Me arrodillé y la abracé”
La madre de Jesús salió de la morgue con un ataúd sellado en plástico rumbo a su casa.
“Cuando llegué a la casa mi hermana, me acerqué a ella, me arrodillé y la abracé”, recuerda Pardo.
El velorio fue breve. Empezó al medio día y terminó a las 4 de la tarde. No hubo ceremonia, ni una despedida como hubiesen querido.
“Fue muy triste llevarlo así tan rápido, sin nadie, sin sus amistades”, relata la tía del joven.
“No solo es dolor, [siento] coraje porque desde un inicio pudieron darnos el cuerpo de mi sobrino. Una tristeza y enojo a la vez… y lo peor de todo es que ni siquiera sabíamos que el cuerpo de él se estaba pudriendo con gusanos ahí adentro”.
Jesús fue enterrado el 13 de junio, siete semanas y tres días después de su muerte, y con él, la esperanza de una familia de vivir en paz en una ciudad desgarrada por el crimen.
* Con la colaboración de la periodista de BBC Mundo Cecilia Barría.
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