La Tierra pone sus ojos en la Luna
Hace más de medio siglo, la Luna se convirtió en objeto de una carrera entre estadounidenses y soviéticos. Ahora, el interés ha renacido con planes de volver a pisar el satélite, en un camino jalonado por un goteo incesante de misiones e intereses científicos, estratégicos y comerciales.
La Luna, que este sábado ha celebrado su Día Internacional, recibe este año diversas misiones no tripuladas, se ha anunciado el retraso o la anulación de otras, por primera vez se trajeron muestras desde su cara oculta, en una misión china, y Estados Unidos regresó, tras 50 años, con un módulo.Estados Unidos es el único país que llevó personas al satélite, la primera vez en 1969, la entonces Unión Soviética perdió esa carrera, aunque se anotó tantos como el del primer humano en el espacio, Yuri Gagarin, en 1961. Corría la Guerra Fría y el mundo estaba polarizado en dos bloques.Ahora se ha dado “un cambio de paradigma”, explica el investigador del Centro de Astrobiología (CAB) David Barrado. Estamos en un mundo multipolar y el interés no se limita a dos países ni a agencias espaciales estatales, también hay operadores privados que están diseñando sus propias estrategias.Cinco países han aterrizado en la historia: EEUU, China, India, Japón y Rusia, cuando era la URSS, pues su intento de regresar el año pasado con la sonda Luna-25 acabó en choque contra el satélite.En el renovado interés por la Luna “sigue existiendo una competencia geoestratégica”, la vertiente científica “sigue siendo interesante, pero se puede hacer de forma más eficiente con sondas automáticas” y el experto duda a día de hoy de la viabilidad comercial de la explotación del satélite.Un “suceso fundamental” que ha definido el interés en la Luna es el anuncio de China de llevar personas allí hacia 2030 y su intención de instalar una base, agrega el ingeniero aeroespacial de la Universidad de Vigo Alejandro Manuel Gómez San Juan.“Los sitios buenos para estar en la Luna son muy pocos. Nadie habla de carrera, pero todos van a buscar un sitio en el polo sur, que es –dice Gómez– el único realmente bueno para poder quedarse” y donde hay agua helada. “El desafío es ir cuanto más al sur mejor”, agrega Barrado.Las misiones de este año tienen como destino ese lugar. China trajo el pasado junio y por primera vez muestras de la cara oculta, tomadas cerca del polo sur. En febrero, Estados Unidos regresó al satélite con el módulo Odiseo (IM-1), el primero fabricado por una empresa privada, Intuitive Machines, con carga de la Nasa. Su aterrizaje fue accidentado, aunque pudo realizar su misión. El módulo estadounidense Peregrine, de la compañía Astrobotic, regresó al perder combustible y la sonda SLIM japonesa tuvo en enero un difícil aterrizaje y funcionó de manera intermitente. Aterrizar en la Luna “es muy difícil, no tiene atmósfera que se pueda aprovechar para frenar, hay que hacerlo con motores”, se necesita un sistema de control automático y es un terreno bastante irregular, dice Gómez.La Nasa quiere lanzar en los próximos meses el orbitador Trailblazer y el vehículo Primer-1 (IM-2), aunque esta semana anunció el fin del proyecto VIPER, que debía aterrizar cerca del polo sur. El retraso más importante anunciado este año es el del proyecto estadounidense Artemis, con colaboración entre otras de la Agencia Espacial Europea, para llevar astronautas a la Luna. Ha aplazado a 2025 un sobrevuelo tripulado (Artemis II) y el regreso de personas al suelo lunar (Artemis III) no será antes de septiembre de 2026.Ambos expertos coinciden en que los retrasos son normales en un proyecto de desarrollo tecnológico de esa envergadura y aunque el riesgo siempre existe, el umbral asumible es mucho menor que hace medio siglo.
La basura espacial, problema que se concentra en órbitas bajas
El número de satélites lanzados en 2023 superó al de cualquier año precedente y con ello el aumento de la basura espacial. Un problema que se concentra en las órbitas más bajas, donde los satélites activos deben hacer cada vez más maniobras para esquivar a otros y a los desechos abandonados. La Agencia Espacial Europea (ESA) advierte que a medida que el número de satélites en órbita terrestre baja (LEO) aumenta exponencialmente, también lo hacen los desechos, lo que tiene consecuencias potencialmente catastróficas. La cantidad de basura espacial en órbita sigue aumentando rápidamente y actualmente las redes de vigilancia espacial rastrean unos 35.000 objetos. De ellos, unos 9.100 son cargas útiles activas y los otros 26.000 son fragmentos de desechos de más de 10 centímetros de tamaño.