La crisis ecológica amenaza la identidad del río Paraná – elDiarioAR.com
Desde hace 45 años, Julián “el Negro” Aguilar pesca en las aguas marrones y sedimentosas del río Paraná, un gigante fluvial que cruza medio Cono Sur creando vida y belleza a su paso. “Tenemos el mismo color, el río y yo”, dice y se ríe, con un gesto casi imperceptible que mezcla diversión y emoción.
Aguilar conoce muy bien el pulso del Paraná: nació en Las Cuevas, un pueblo muy pequeño de la provincia de Entre Ríos, en 1960, cuando la naturaleza era otra y el río se movía, todavía libre y silvestre, sin trabas, a lo largo de sus casi 5 mil kilómetros de largo, desde su naciente en Brasil hasta su desembocadura en el estuario del Plata. Al poco tiempo se afincó con su familia en la zona norte de Rosario, ciudad ubicada en el corazón geográfico de la región agrícola más próspera de la Argentina.
Su primer trabajo, de muy joven, fue pescar, actividad que comenzó a hacer con 7 u 8 años, durante los fines de semana. Cuando tenía 9 años su papá se compró una canoa: “Cuando yo empecé a trabajar con él salía surubí, dorado, boga, sábalo, todas piezas de tamaño extra grande, lo que hoy sería una sorpresa. Solo se pescaba el pescado de época, y algunos todavía salían a trabajar a vela”.
Pero ahora el río es otro, al que la crisis ecológica generada por el ser humano afecta en su esencia y comportamiento, llenando de incertidumbre y variabilidad lo que hasta hace poco se llamaba normalidad. Un río más transitado, más intervenido y más contaminado que dejó de ser libre para convertirse en un curso multifragmentado.
El gigante sudamericano
El Paraná nace de la confluencia de los ríos Paranaiba y Grande en el sur de Brasil, atraviesa tres países y llega a trasladar hasta 15 mil metros cúbicos de agua por segundo. El río drena una superficie de 2,3 millones de kilómetros cuadrados y es considerado por su extensión, el tamaño de su cuenca y su caudal, el segundo en importancia de Sudamérica, según la Fundación Humedales.
Desde la altura de Diamante, en la provincia de Entre Ríos, hacia el sur comienza el Delta, la última porción del sistema de humedales fluviales Paraná-Paraguay. Se extiende a lo largo de 300 kilómetros y cubre unas 2,3 millones de hectáreas. Estos humedales son una fuente de servicios ecosistémicos como amortiguación de las inundaciones y sequías, depuración del agua, control de la erosión y protección costera, provisión de gran cantidad de recursos (pesqueros, forrajeros, madereros, medicinales, para la construcción y la indumentaria, entre otros), regulación del clima y provisión de sitios de refugio, alimentación y reproducción para diversas especies de la fauna silvestre.
En los últimos años tomó mayor importancia otra función clave de los humedales: su rol como aliados contra el cambio climático, ya que mejoran la resiliencia de las comunidades frente a sus impactos, son barreras naturales contra las inundaciones y sequías y funcionan, además, como sumideros de carbono. A pesar de todo esto, se trata de un ecosistema muy amenazado por la acción humana y se estima que a nivel global el 85% de los humedales que existían hace tres siglos fueron destruidos o transformados drásticamente.
El Delta del Paraná no escapa a eso, ya que se trata de un territorio que el ser humano ha usado para fines productivos desde tiempos antiguos. En la actualidad, en los tramos superior y medio del Delta la ganadería es una de las actividades productivas de mayor importancia: a partir de los primeros años de este siglo, tuvo un importante salto de escala después de que el boom de precios de la soja llenara de ese grano los campos de la zona núcleo pampeana argentina.
La pesca es otra actividad importante, y el sábalo es el recurso pesquero más abundante. La pesca industrial de esa especie dió un salto con la habilitación de su exportación a mediados de los años ‘80 y otro mayor a mediados de los ‘90: entre 1994 y 2004, las exportaciones pasaron de 2.785 toneladas a 32.000 toneladas de sábalo, de acuerdo a una evaluación de la Secretaría de Agricultura de 2008. Ello generó “una reducción en el tamaño medio de los peces capturados debido al aumento del esfuerzo de pesca”, según el documento.
Entre 2015 y 2018, esa cantidad osciló entre las 15 mil y las 20 mil toneladas, según datos oficiales. Esa práctica extractiva fue señalada como un problema ambiental muchas veces por diferentes organizaciones y académicos, que incluso pidieron que se revea esa política durante la última gran bajante (que comenzó en agosto de 2019 y se extendió hasta finales de 2023) para permitir la recuperación de las especies comerciales.
La era de la multifragmentación
Según el “Freshwater Living Planet Index” que publica la World Wildlife Foundation en su Living Planet Report de 2022, los ecosistemas de agua dulce son la parte de la biosfera más amenazada de la Tierra: se estima que hasta el 83% de las poblaciones de especies de aguas dulces están decreciendo. Además, apenas el 37% de los ríos con más de 1.000 kilómetros conservan su cauce libre a lo largo de toda su extensión, y solo el 23% fluye de forma ininterrumpida hacia los océanos.
Quedan cada vez menos ríos libres en el mundo y el Paraná ya no es uno de ellos. En el Delta del Paraná, una de las mayores amenazas al equilibrio ecosistémico es la construcción de diques y terraplenes. Según el trabajo “El Delta del Paraná”, de Wetlands International, las áreas endicadas pasaron de ocupar el 10% de la región en 2005 al 14% en 2018. En muchos casos, esta alteración agresiva del régimen hidrológico del territorio es consecuencia de la ganadería de Islas, que de esta manera busca facilitar la circulación o evitar el ingreso del agua al interior de los campos.
Tallar el río
La acción humana no solo ha cambiado lo visible de la naturaleza del Paraná, sino también lo que no se ve. Carlos Ramonell, geólogo especializado en morfología fluvial de la Universidad Nacional del Litoral (UNL), explica que los ríos tienen un pulso de cambios naturales por su propia hidrología, a lo que se suman los cambios derivados de la antropización del ecosistema, sea de forma directa o indirecta. Uno de los efectos de la acción humana tiene que ver con la regulación de caudales, no solo los líquidos (el agua), sino también los sólidos (los sedimentos).
“Desde un punto de vista físico, un río no solo mueve agua, también mueve una masa de sedimentos que es lo que le da una identidad y lo constituye, porque de ahí salen luego las formaciones insulares que genera. Para eso, hace falta tierra”, dice Ramonell.
“Actualmente lo que aporta el Bermejo [un río afluente] al Paraná representa el 90% del sedimento fino del río aguas abajo. Antes de Itaipú (central hidroeléctrica compartida por Paraguay y Brasil) el Bermejo representaba el 56% del aporte de sedimentos: no es que ahora ese río aporta más, sino que el resto aporta menos”, razona Ramonell. Y concluye: “acá tenemos un impacto indirecto de la acción humana sobre el río, ya que las presas en Brasil retienen sedimentos finos y eso cambia la composición de su caudal sólido”.
¿Por qué importa esto desde un registro ambiental del río? Porque con el sedimento fino vienen los nutrientes, que constituyen un sustrato más adecuado para la vegetación. “No es lo mismo un suelo arenoso, que suele ser más estéril, que un suelo limo-arcilloso con textura y estructura más adecuada para esto. Aquí tenemos un impacto indirecto de las presas”, expresa el geólogo.
La Hidrovía
Por condiciones geográficas y por la propia historia agroindustrial de la región, el Paraná es el canal natural de salida de los granos y cereales que se producen en el centro y norte de la Argentina, así como en Paraguay, Bolivia e incluso zonas del sur de Brasil. El corredor Paraguay-Paraná, también conocido como “Hidrovía” (el nombre de la empresa privada de capitales europeos que tuvo desde los ‘90 la concesión del dragado y balizamiento del tramo navegable) tiene 3.442 kilómetros de extensión desde Puerto Cáceres (Brasil) hasta el río de la Plata.
La reducción de la identidad natural del río que trae consigo el término “Hidrovía” no es gratuita. En el trabajo “Potenciales impactos ambientales de la Hidrovía en el tramo medio del río Paraná”, los investigadores Martín Bletter y Luis Espínola hablan de la “complejidad fluvial” del sistema y de los impactos antrópicos del dragado “que tiende a simplificar morfológica e hidrológicamente a las corrientes fluviales, con consecuencias ecológicas negativas para la estructura y función de estos ecosistemas”.
Según explican Bletter y Espínola, la vía navegable “tiene impactos ambientales directos, indirectos, momentáneos y acumulativos” que pueden afectar los servicios ecosistémicos y al sistema acuático, por la pérdida, degradación y fragmentación de los hábitats fluviales y de la fauna y flora asociada.
La nueva normalidad
El Paraná del siglo XXI es un nuevo río que está frente a amenazas que tensionan al máximo las formas de habitar ese territorio. A Aguilar le sobran argumentos para decir que el río ha cambiado mucho. Un ejemplo es el puente Rosario-Victoria, obra vial de 60 kilómetros de largo que cortó a las Islas en dos y facilitó el acceso a un territorio antes exclusivamente insular. “El puente y la ruta hicieron un desastre ecológico en el humedal, se instalaron feedlots y construyeron terraplenes para el ganado. Cambió la escala”, sostiene.
La expansión de los cultivos de soja en la Pampa Húmeda y el puente llenaron de vacas este humedal. “La expansión de la soja y la profundización de la agriculturización reconfiguraron la ganadería en el país, con un desplazamiento de las fronteras agropecuarias. El stock ganadero fue desplazado desde la región pampeana hacia zonas marginales de menor aptitud agrícola”, dice el trabajo “Impacto de la ganadería sobre las islas” de la ONG Taller Ecologista. “Otros factores favorecieron el creciente uso de esas tierras, como la construcción del puente Rosario-Victoria y la política de arrendamiento de tierras fiscales”, puntualiza esa investigación.
Con la ganadería a gran escala en el Delta del Paraná [la cantidad de cabezas se multiplicó por 10 entre 1997 y 2007] llegó el fuego, que muchos productores ganaderos usan durante los meses secos del invierno austral como herramienta de manejo para “limpiar” los terrenos de vegetación seca y favorecer el rebrote primaveral de las pasturas. Los incendios en el Delta escalaron a una nueva dimensión a partir de mediados de 2019, cuando la cuenca del Paraná entró en una bajante de sus aguas que duró hasta finales de 2023, la más prolongada jamás registrada, según el Instituto Nacional del Agua.
Según el Museo de Ciencias Naturales Antonio Scasso de la ciudad de San Nicolás, entre 2020 y 2023 se detectaron 82 mil focos de calor en el Delta, con una superficie promedio para cada uno de esos focos de 14 hectáreas. En poco más de tres años se incendiaron un total de 1,2 millones de hectáreas, la mitad de ese territorio que cubre 2,3 millones de hectáreas.
‘Nunca vi incendios así’
Luisa Balbi tiene cinco hijos, va a cumplir 60 años y hace 35 que vive en las Islas, frente a la ciudad santafesina de Villa Constitución, donde se ocupa de colmenas y animales de granja. Es de familia de pescadores, pero dice que ya no es como antes y que ahora cuesta sacar buenos pescados porque “hay mucha depredación”.
“Cuando era chica vivíamos de la pesca, salían más especies que ahora y eran más grandes, ahora son todos chiquitos”, recuerda, para agregar que en los años que lleva en la zona nunca vio una bajante tan larga, ni incendios tan peligrosos como los de los últimos años. Las llamas consumieron todo: el suelo, la vegetación y a los propios animales. “No había más campo, nada, se quemó todo, hasta las nutrias y los pájaros. He visto a los carpinchos (capibaras) tirarse al agua de la desesperación”.
Aguilar lo recuerda así: “nunca vi una bajante ni incendios así. He visto quemas, si, y vacas también, pero nunca como en estos últimos años. En el pico de los incendios no se podía respirar. Nos teníamos que poner un pañuelo mojado en la boca para poder levantar la red”.
Esa transformación del territorio que cuentan los habitantes del lugar fue corroborada, también, desde la ciencia. Guillermo Montero es ingeniero agrónomo y lideró un equipo de la Universidad Nacional de Rosario que estudió el impacto del fuego en la zona. “Fueron tres años seguidos de sequía y bajante, algo nunca visto, y cualquier incendio se expandía sin límites”. La intensidad y duración de las quemas fue tal que los investigadores detectaron un fenómeno nuevo: el suelo parecía recubierto por un barniz, una costra de unos 5 milímetros de espesor que aparece cuando la temperatura supera los 800 grados y lo vuelve hidrofóbico. “Aún con lluvia, el agua no se absorbía, se formaban pequeñas lagunitas. Fue un notable efecto secundario de las quemas”, explica.
Nuevo clima, nuevas preguntas
Según la Organización Meteorológica Mundial (OMM) 2023 fue el año más cálido desde que hay registros, con una temperatura media mundial de 1,45 grados centígrados por encima de los niveles preindustriales de referencia, algo de lo cual no escapó Argentina, que también registró una anomalía de temperatura media de +0.83 grados centígrados respecto al período de referencia 1991-2020, según el Servicio Meteorológico Nacional.
¿Qué influencia tiene el cambio climático sobre el comportamiento del Paraná? Según Juan Borus, ingeniero civil especializado en hidráulica que desde hace 40 años se dedica a la hidrología y trabaja en el Instituto Nacional del Agua (INA), hay numerosas. “Por varias razones, hoy tenemos otro río que hace 40 años, cuando comencé a seguirlo. Una de las razones que explican eso es que somos mucho más Paraná-dependientes que antes, sea para navegación, turismo, pesca, generación de energía o toma de agua. Otra razón es el cambio climático, que genera incertidumbres y mucha variabilidad”.
Nada parece ser como era antes. La crisis climática cambió el escenario global y las intervenciones humanas modificaron en gran parte el equilibrio original del Delta medio. ¿Puede el río sostener sus ciclos naturales en un escenario marcado por intervenciones antrópicas y bajo la presión de un planeta que se calienta?
Borus lo explica así: “cuando estaba terminando 2022, después de tres años de sequía y bajante, pensé que el río había cambiado para siempre. Al mismo tiempo, veo que mantiene una capacidad de resiliencia importante, se autolimpia, se autocura. Quedan muchas preguntas abiertas respecto a su recuperación”.
Guillermo Montero y el también ingeniero agrónomo José Vesprini, del equipo de la UNR, han trabajado en torno a la idea de pérdida de identidad del ecosistema: “los ecosistemas siempre se recuperan, de hecho las Islas son muy cambiantes y dinámicas y se arman y desarman todo el tiempo. Buscamos saber cómo queda el ecosistema cuando vuelve a su estado de equilibrio y algunas especies de flora y fauna se vuelven más masivas, mientras que otras se rarifican. Si esto se ratifica en el tiempo, perdemos identidad”.
Entonces: ¿se puede recuperar la naturaleza después de tantas agresiones? Aguilar piensa su respuesta. “Las quemas arrasan con todo, pero se recupera la naturaleza, aunque no en toda su variedad y dimensión”, razona este pescador del Paraná que quiere reivindicar, con cada palabra, su oficio: el más antiguo de la región, el más viejo de la Humanidad.
Este artículo se publicó originalmente en Paraná Extremo, un proyecto periodístico multimedia que documenta los cambios en el río Paraná en Argentina y las historias de sus habitantes. Esta versión ha sido acortada y ligeramente editada con permiso.