Los venezolanos en Times Square: “No podemos decaer. Lo importante es que Edmundo González esté en la …
Arranca la tarde en Times Square y como no ha empezado la protesta que unirá a los venezolanos este sábado, el sitio parece el de siempre, las mismas pantallas que promocionan el espectáculo Chicago, la sucursal de la tienda Sephora, una publicidad de Coca Cola, y la enorme bandera de neón que anuncia que no se trata de otro lugar más que de Estados Unidos. A pesar del calor, Jhonatan Gregorio tiene puestos unos guantes blancos, el pantalón rojo, el esmoquin negro, la cabeza grande con orejas de ratón. Es venezolano, uno de los 545 mil que han emigrado a este país, y es el Mickey Mouse de Times Square. Normalmente le rodean turistas de todos lados, pero hoy la plaza va a llenarse de su gente. María Corina Machado los invitó a participar de la marcha mundial este 17 de agosto que se replicará en más de 350 ciudades del mundo, en las que viven casi ocho millones de venezolanos de los cuales solo pudieron votar en julio poco más de 69 mil.
Jhonatan Gregorio trabaja desde que empieza el día hasta que le agarra el sueño, y no ha tenido el chance de conocer de Nueva York más allá de Times Square, el sitio que le dijeron que era el más espectacular, el más colorido, el más iluminado y el centro del mundo. Pasa un turista apurado y curioso, y Jhonatan Gregorio, de 27 años, le ofrece una foto por la que cobrará más de lo que ganaba en Venezuela como barbero. Por eso se fue del país, dice. “Yo estaba trabajando y cobraba cinco mil bolívares que no me alcanzaba ni para comer”.
A medida que avanza la tarde, el mítico lugar se va poblando de vendedores que para la ocasión ofrecen banderas venezolanas y otros souvenires un tanto patrióticos. Uno de esos vendedores, un dominicano de 34 años que oferta gorras de béisbol con la letra “V”, asegura que no solo vino a vender, sino a apoyar a sus hermanos venezolanos. Se oye al fondo la voz inconfundible de Alicia Keys. Los venezolanos se dieron cita a las cinco de la tarde justo enfrente de las escaleras rojas de Times Square, pero una policía les dice a gritos que deben desplazarse del lugar.
La gente obedece sin objeciones, están concentrados en la movilización que ahora mismo también se extiende en su país, liderada por Machado, la mujer que volvió a inyectar de vida a la oposición venezolana, y Edmundo González Urrutia, el candidato opositor que habría ganado las elecciones del pasado 28 de julio, según muestran las copias de las actas en las que obtuvo el 67% de los votos, y que ha pedido “una transición ordenada” en el país sudamericano. El chavismo, por su parte, también convocó una marcha con sus seguidores por la avenida Libertador hasta el Palacio de Miraflores, y desplegó un arsenal militar para reprimir, en caso de que lo considerara necesario. Miguel Domínguez, director de la Fuerza de Acciones Especiales de la Policía Nacional Bolivariana, ya lo había advertido en un mensaje en Instagram: “Seré breve, el sábado hay transporte gratis para Tocorón (cárcel en el país) solo de ida”.
Los venezolanos están en las calles hoy pese a las mil maneras a las que ha acudido Nicolás Maduro para convencerlos de que el chavismo ganó por mayoría o porque sí: el sucesor de Hugo Chávez no solo se niega a reconocer una derrota o mostrar las pruebas de los resultados pese a la presión internacional, sino que desvía la atención entre su lucha personal contra Whatsapp, su batalla con Elon Musk, o sus respuestas descabelladas a la influencer Lele Pons. Han pasado 20 días de las elecciones en Venezuela, y los venezolanos no piensan dejar de discutir el voto que dicen que Maduro les quiere arrebatar.
“Esta vez es diferente”, asegura Yoel Martínez, de 48 años. “Hace apenas tres semanas logramos una victoria importantísima, no podemos decaer, aunque pasen dos, tres meses. Lo importante es que el 10 de enero de 2025 esté Edmundo González en la presidencia”.
Martínez tiene impresas las actas del colegio electoral de Catia, en el municipio Libertador, al oeste de Caracas, donde “hubiese votado si estuviera en Venezuela”, y donde los números muestran que no es Maduro el ganador, sino Urrutia. Fue la propia Machado la que, cuando convocó a esta marcha mundial, indicó a los venezolanos que accedieran al sitio online, imprimieran las actas y las llevaran consigo a las protestas.
“Que el mundo vea, actas en mano, que no nos dejaremos robar”, dijo la líder, y así hicieron muchos venezolanos. Pedro Díaz, de 42 años, quien llegó hace tres a Nueva York, muestra el acta de su urbanización, la Simón Bolívar, en el estado Miranda. La muestra y explica que, efectivamente, Maduro acaparó 140 votos al frente de los 346 de Urrutia. “Y estos se repiten en cada mesa, en cada centro, en todas partes del país”, asegura.
Pasadas las seis de la tarde es imposible conocer la cantidad exacta de venezolanos que han llegado a Times Square, a pesar de que la lluvia cae repentina sobre sus gorras multicolores. Son los emigrantes, a los que Machado se viene dirigiendo incluso antes de las elecciones de julio, un tema clave en su campaña. “La única manera de que la gente deje de huir es que vea un futuro en su país y eso solo es posible si derrotamos a Maduro”, dijo en una entrevista con la cadena CNN a inicios de año.
El éxodo venezolano ha sido catalogado como el más grande de “América Latina en la época moderna”. Comenzó cuando, con Chávez en el poder, parte de la élite del país se fue a Estados Unidos, una emigración más cómoda, en avión, que luego mutó hacia una masiva, protagonizada por la gente que ha vivido, en la última década, el hambre, el desabastecimiento, la represión y el deterioro del país. Es un éxodo que podría crecer si Maduro permanece en el poder. Según la propia Machado, “más de 2 o 3 millones de venezolanos podrían abandonar nuestro país en un par de años”. Otros sondeos también apuntan a que una quinta parte de los venezolanos querría emigrar si Maduro sale reelecto. La líder opositora ha declarado que es su propósito que los venezolanos que así lo deseen tengan un país al que volver. “Quiero que los venezolanos vuelvan a nuestro país y que vuelvan libremente a nuestro país porque tienen un futuro en nuestra tierra”, dijo a la misma cadena.
Es lo que pretende hacer Corina Bustamante, de 54 años, quien llegó a Nueva York hace diez. “Me fui por mis hijos, necesitaban libertad. Pasamos muchos sustos con ellos, nos daba miedo que los secuestraran o los asesinaran”, dice casi llorando. “Le doy gracias a este país porque nos abrió las puertas, nos dio trabajo, pero quiero regresar. Allá está mi casa, allá está mi familia, están mis amigos”.
Corina y su familia llevan puesto, todos, unos rosarios. Dicen que tienen fe en que algo va a cambiar. En algún momento de la protesta neoyorquina, los venezolanos se unen en oración. Luego gritan todos varias consignas en las que aseguran que “ya ganamos”, en las que piden “libertad”, en las que insisten en que “la dictadura ya cayó”, en las que gritan a coro “y vamos a volver, y vamos a volver” y en las que dicen que Urrutia es el segundo presidente más votado de la historia de su país, luego de Rómulo Gallegos. Varias veces, se unen en un coro que dice: “Y no me da la gana, y no me da la gana, una dictadura igualita a la cubana”.
En el lugar se ven pocas, pero hay banderas cubanas que casi se pierden entre la multitud de banderas del país sudamericanos. En un momento toma el altavoz un cubano y se dirige a la concentración: “Nosotros llevamos 65 años, ustedes 25, pero ya son libres”. Luego otros piden la palabra. Se hace silencio y alguien habla: “Esto que estamos viviendo ahorita no es el trabajo de Maria Corina, ni es el trabajo de Edmundo. Es el trabajo de cada uno de nosotros que ha luchado, que no nos olvidamos de Venezuela”.
Varios activistas sostienen carteles con nombres. Se trata de las víctimas y los detenidos. Suman 25 los muertos tras las protestas posteriores a las elecciones y unas 2.000 personas fueron apresadas. Jackson Villamarín ahora está en Times Square, pero fue alguna vez, también, una víctima del gobierno de Nicolás Maduro. En 2016, cuando era trabajador de la empresa sindicalista Algodoneros del Orinoco, fue torturado por hacerle frente al poder. Muestra su mano: tiene dos dedos amputados.
“Levantamos mucha fuerza como trabajadores, nos lanzamos a la calle a protestar y al gobierno no le gustó”, cuenta. “En 2016 me agarraron y me llevaron al SEBIN encapuchado, me torturaron, me pusieron un aparato explosivo en la mano izquierda, perdí los dedos. Me partieron mi clavícula, cuando estaba desmayado, fue cuando me llevaron al hospital militar y me dejaron ahí tirado”.
La protesta en Times Square estaba anunciada hasta las siete de la noche del sábado. Mientras, se tuvo noticias de las muchas personas congregadas en la plaza Sol de Madrid, o de los carteles en el metro de Milán, o de pequeñas protestas en ciudades como Osaka y Matsumoto, o en otras tan distantes como Brisbane y Tasmania. Se ha comentado de una persona protestando sola en Madagascar y tres en Uganda. Aún así, Maduro se ha burlado de la respuesta de los exiliados venezolanos al llamado de Machado. “Ellos creyeron que los influencers de Miami iban a convocar a millones de personas en las calles. Pero los influencers y artistas de Miami fracasaron”, dijo.
En algún momento, Times Square se vuelve un sitio exclusivo de los venezolanos, a los que los turistas, que no esperaban una protesta como fondo de sus muchas fotos, codean o piden permiso para transitar. Hay familias enteras. Niños de todas las edades. Un joven lleva un cartel que reza: “Quiero abrazar a mi abuela otra vez”. Melanyeli Yecerra, de 26 años, carga a su hijo de seis sobre los hombros. El niño está vestido con un trajecito que imita al de Simón Bolívar. “Yo di a luz sentada en una silla de hospital porque ni siquiera había camas en la maternidad de Santa Ana”, dice. “A mi hijo me lo infectaron en la sala de neonatos, estuvimos dos semanas hospitalizados por una infección en el estómago. Por eso es que estamos aquí, para salir adelante, y para que ninguna otra mujer pase por lo que pasamos muchas esa madrugada en que él llegó a la vida”.