El fracaso de la Boeing Starliner deja la futura carrera espacial en manos de Musk y China
En el puesto de la feria, los globos de helio lucen resplandecientes, deseando escapar de la mano de los niños rumbo al espacio. Sin embargo, basta con esperar un día o dos para ver a esos globos, hechos un pingajo, que apenas levanta un palmo del suelo. Esto, salvando las distancias, es lo que ha pasado con la Boeing Starliner. La NASA hizo un enorme esfuerzo económico por disponer de la cápsula que transportara a sus astronautas a la Estación Espacial Internacional (ISS) y, diez años después, se ha visto con un globo pinchado de 3.800 millones de euros y dos astronautas que iban para ocho días y pasarán los próximos ocho meses varados en el espacio.
No es el primer accidente de la industria aeroespacial, tampoco el peor. Pero el fiasco del Starliner sucede en un momento muy delicado. Estados Unidos ve amenazado, por primera vez en décadas, su liderazgo en la conquista del espacio a manos del programa espacial chino, que avanza con firmeza y sin apenas registrar un solo fallo.
Por ello, observan el desbarre de la cápsula de Boeing como un revés muy serio, que despeja con claridad a los protagonistas de una nueva carrera espacial: entre el gigante asiático y SpaceX, la empresa de Elon Musk que sigue cumpliendo sus objetivos y esta semana llevó al empresario Jared Isaacman a 1.400 kilómetros de la Tierra, el vuelo más lejano realizado desde los tiempos de la misión Apolo.
La cápsula, a diferencia de sus antecesoras, puede aterrizar en tierra firme y no en el océano, podría ser reutilizada hasta diez veces. Pero, sobre todo, permite a la NASA reducir su dependencia de países extranjeros para trasladar a sus astronautas, un factor potenciado por la hostilidad que guía sus relaciones actuales con Rusia o China.
«Históricamente, los traslados a la ISS se realizaban principalmente utilizando las naves Soyuz de fabricación rusa», explica a El Confidencial Isabel Vera, presidenta del Comité del Espacio del Instituto de la Ingeniería de España y directiva en la Asociación de Ingenieros Aeronáuticos de España. «Estas naves, aunque fiables, tenían limitaciones en cuanto a capacidad y comodidad«.
«Además, el acceso a la ISS dependía en gran medida de la cooperación internacional entre Rusia y los demás socios de la estación», explica Vera, «con el desarrollo de las naves SpaceX Crew Dragon y Boeing Starliner, la NASA ha diversificado sus opciones de transporte a la ISS». Con el desarrollo de la Starliner, Boeing preveía un sistema capaz de proporcionar 450 viajes anuales a órbita baja terrestre. Hoy, la única opción es la Estación Espacial, pero en el futuro aparecerán otras estaciones o instalaciones privadas, por lo que la apuesta por una cápsula trasbordadora exitosa podía dar a los estadounidenses una llave muy importante para las andanzas espaciales del próximo siglo.
De Cabo Cañaveral a Nuevo México
Los periódicos han ido contando cada capítulo de este serial veraniego por entregas. Barry Butch Wilmore y Sunita Williams, dos experimentados pilotos de las Fuerzas Aéreas estadounidenses que ya habían figurado como huéspedes de la Estación Espacial Internacional, fueron llevados hasta allí por la Starliner el 6 de junio, pero no sin complicaciones. En las pruebas preliminares se habían detectado ya fugas de helio que afectaban a los propulsores, y en una misión anterior no tripulada no fue capaz de ensamblarse a la ISS por un problema de software.
A diferencia de la misión Apolo, esta vez la NASA tiró de dos socios comerciales para desarrollar nuevas cápsulas.
«Para mí, uno de los motivos de la historia del Starliner ha sido económico», dice Rafael Clemente, primer director del CosmoCaixa de Barcelona y autor del reciente libro Más allá de la Tierra (Planeta, 2024), enciclopédico volumen donde cuenta que, esencialmente, la historia de la conquista del espacio por parte del ser humano es una concatenación de fracasos hasta llegar al éxito. «Hasta ahora Boeing realizaba contratos a coste, es decir, la NASA pagaba el desarrollo, hubiera o no ampliaciones, y luego había un añadido de beneficios, lógico». Sin embargo, en el caso del Starliner, «la NASA lo ha hecho a coste fijo, Boeing recibió una cantidad y se tenía que apañar con eso, por lo que cualquier céntimo que ahorrasen era beneficio«.
Era un incentivo peligroso, como se ha podido comprobar. En este reparto, el fabricante del Starliner fue el más beneficiado: en 2013, la NASA destinó a Boeing 3.800 millones de euros y a SpaceX unos 2.400. Sin embargo, el Starliner dio más problemas de los previstos y le acabó costando a Boeing 1.400 millones más de lo previsto.
«La culpa no ha sido tanto de Boeing como del suministro de los motores de maniobra, que eran Aerojet«, explica el escritor. «Esta es una empresa con mucha experiencia, ¿cómo es posible que hace 50 años no dieran problemas y ahora sí? Pues se habrán hecho pocas pruebas, los motores serán demasiado sofisticados o habrán usado materiales poco experimentados«.
El trasfondo económico del fiasco del Starliner puede tener muchas ramificaciones, más allá de los posibles defectos de fabricación, como la falta de ensayos. «Las pruebas en tierra, aunque son esenciales, no pueden replicar todas las condiciones del vuelo espacial», dice Vera. «Es posible que algunos fallos sean difíciles de detectar durante las pruebas en tierra, especialmente si se manifiestan bajo condiciones específicas de vuelo«.
Helio, teflón y combustible hiperbólico
«El helio es un gas que se usa mucho en el espacio porque es muy ligero y es inerte, el problema es que es muy puñetero y se escapa por cualquier sitio, en los globos de los niños se escapa por la membrana y en la Starliner se escapaba por las juntas y las tuberías», explica Clemente. En una cápsula espacial como esta, el helio funciona como un pistón en una jeringa. «Estos motores llevan dos depósitos con dos combustibles hiperbólicos diferentes, basta con mezclarlos para que se enciendan espontáneamente, es una medida de seguridad para no llevar bujías o ignitores», ilustra.
Pese a asegurar que todo estaba solucionado y que la nave era segura («no estaríamos aquí si no lo fuera», dijo el día del lanzamiento Steven Stitch, de la NASA), durante su trayectoria ascendente los problemas volvieron a aparecer. No solo las fugas de helio, sino también de los propios propulsores, fallos que afectaban a la orientación de la nave. Previo al acoplamiento, cinco propulsores mostraron un comportamiento imprevisto, a lo que se sumaron más fugas y la detección de una válvula defectuosa.
«El problema parece ser que unas juntas de teflón se han corroído a lo largo del tiempo de almacenamiento«, indica el veterano divulgador. «La humedad del ambiente combinada con el combustible, que es muy corrosivo, ha afectado a estas juntas, por tanto, la válvula no se abría y no entraba parte del combustible».
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R. Badillo
Como medida de seguridad hacia la ISS, la cápsula Calypso —nombrada así por el barco de Jacques Cousteau— tuvo que ponerse a dar vueltas alrededor de la zona de exclusión de 200 metros que tiene la estación, por miedo a que otro fallo pudiese causar una colisión. «Solo pueden entrar ahí naves que están perfectamente controladas», dice Clemente.
«Los ingenieros de Boeing tuvieron que identificar la causa exacta de las fugas y diseñar una solución que garantizara la integridad del sistema de propulsión», dice Vera. «Esto pudo haber involucrado la revisión de los materiales utilizados, la mejora de los procesos de fabricación o el diseño de nuevos componentes».
Cuando Wilmore y Williams se unieron a los otros siete astronautas de la tripulación de la ISS, intuían que no iban a estar esos ocho días que habían planeado. Además de solucionar los fallos detectados en la cápsula, había que encontrar un hueco para el vuelo de vuelta, algo nada sencillo en la única estación similar de la que la humanidad dispone. A finales de junio, NASA y Boeing declararon que el vuelo de vuelta se aplazaba sine die.
Boeing trataba de buscar opciones de resarcirse de lo que a todas luces era un monumental fracaso en la misión, pero la agencia espacial fue mucho más conservadora en sus cálculos. «La NASA no se ha querido arriesgar a repetir un accidente que costara la pérdida de astronautas», dice Clemente en referencia a la lista negra de 15 astronautas fallecidos durante un vuelo espacial. El listado lleva, afortunadamente, congelado desde aquel fatídico día de 2003 en que el trasbordador espacial Columbia se desintegró sobre sus cabezas, acabando con la vida de sus siete pasajeros.
Durante todo el verano, el público ha asistido a una Guerra Fría entre NASA y Boeing que finalmente se dilucidó hace unos días. La Starliner regresó a la Tierra el pasado 6 de septiembre, tres meses después de lo previsto y con dos astronautas menos. Para más humillación, Williams regresará a bordo de una nave de la competencia, en un vuelo que el Dragon Crew realizará en febrero de 2025 y para el que la NASA ha dejado dos asientos vacíos.
Por último, la primera misión oficial —esto, después de todo, era un test tripulado— agendada para la Starliner, en agosto de 2025, pende de un hilo: la NASA ha reservado ya a SpaceX la misión por si acaso Boeing no llega a tiempo a su cita, para transportar a cuatro astronautas: dos estadounidenses, un canadiense y un japonés.
«Es importante destacar que cada misión espacial es única y que los problemas que surgen en una misión no necesariamente se repetirán en otra», dice Vera. «Es frustrante que una misión espacial experimente tantos contratiempos, pero es fundamental recordar que la exploración espacial es un proceso de aprendizaje continuo y que cada desafío nos acerca a un futuro en el que el viaje espacial sea más seguro y confiable».
Es posible que la Starliner definitiva sea la mejor cápsula posible para viajar a la ISS, pero también es cierto que en este tiempo ha perdido su posición de liderazgo.
Implicaciones para la carrera espacial
El gran objetivo de Boeing con este vuelo tripulado era obtener la llamada Interim Human Rating Certification, la licencia que permitirá al Starliner transportar a personas a las distintas estaciones que se desplegarán en la órbita baja terrestre. Su rival, el Crew Dragon de SpaceX, que traerá de vuelta a Williams y Wilmore, cuenta con ella desde hace cuatro años, a pesar de haber sido desarrollado con mucho menos dinero público que la Starliner.
«Además de la carga, estas naves, el Starliner y la Crew Dragon, están diseñadas para el transporte de astronautas, lo que impone unos requisitos de seguridad estrictos», explica Vera.
Aunque pueda parecer algo mucho menos sexy que los viajes a la Luna o a Marte, este tipo de cápsulas encierran la explosión de una nueva economía, íntimamente relacionada con la exploración de nuestro satélite o de otros planetas, ya que permitirá la estancia durante meses en el espacio y la posibilidad de utilizar estas estaciones como base.
«Los nuevos tipos de naves espaciales están transformando la forma en que exploramos el espacio, generando nuevas oportunidades de negocio y creando un ecosistema espacial más dinámico», indica la ingeniera aeroespacial. «Al ofrecer mayor capacidad, reusabilidad y comodidad, estas naves están abriendo nuevas posibilidades para la investigación científica, el turismo espacial y la exploración a largo plazo del sistema solar«.
Ya están en desarrollo proyectos que beberían directamente de Starliner o Dragon Crew, como el hotel construido con módulos inflables que se acoplarían a la Estación Espacial Internacional una vez se abandone. «Es un proyecto absolutamente realista», subraya Clemente. «Cuando decidan mandar la ISS a hundirse en el océano, el hotel se desacoplaría y sería una pequeña estación para turistas«.
«En pocos años podemos asistir a una reedición del programa Apolo, pero contra China»
Mientras tanto, los problemas con el Starliner también meten presión a Boeing en otro sentido: de momento, sigue siendo el socio principal de la NASA para construir los cohetes que llevarán a los estadounidenses de vuelta a la Luna, en la misión Artemis II programada para, como pronto, finales del año que viene. En esta ocasión, la nave será una Orion (desarrollada por Lockheed Martin) pero volará a bordo de un cohete SLS (Space Launch System) de Boeing. Ninguno de los participantes dispone de margen de error.
«El programa de la NASA para ir a la Luna está bastante en entredicho, no está yendo a la velocidad esperada», dice Clemente. «Y lo que sí está yendo deprisa es el programa chino». Precisamente, mientras los norteamericanos lamentaban el «fallo parcial» del Starliner, los orientales celebraban el éxito de su programa de exploración del lado oscuro de la Luna, con un robot enviado en su flamante misión Chang’e 6. «En unos pocos años podemos asistir a una reedición del programa Apolo, solo que esta vez, en vez de ser EEUU contra Rusia, será EEUU contra China«.
Y con Estados Unidos, por primera vez, en el papel de segundón.