Grandes empresas y salud pública 2024/12/01 – Excélsior
Se comienza a ver en medios y redes sociales un argumento que, si bien no deriva exactamente del gobierno actual, es un hecho que lo están apoyando y es lo relativo a todos los alimentos y bebidas que ofrecen las grandes empresas del ramo; además de las dedicadas a la comercialización generalizada, que, por supuesto, son cómplices de los daños enormes a la salud de las y los mexicanos.
El drama es evidente, la obesidad infantil es producto de un abuso interminable por parte de las empresas productoras y las comercializadoras de alimentos y bebidas chatarras y malsanas; pero también es otro drama la diabetes gestacional y la obesidad en la tercera edad. Cada etapa de la vida afectada por el sobrepeso trae consecuencias gravísimas a la salud humana, y por supuesto están asociadas con muertes prematuras e injustificadas. No entiendo como pueden conciliar el sueño los dueños de dichas corporaciones a sabiendas de los millones de muertes y la enorme cantidad de secuelas provocadas por la basura que producen y se empeñan en venderle a la población.
Los que radicalmente defienden a la libre empresa como el único valor en las sociedades modernas tienden a responsabilizar a la persona individual de lo que consume y, por lo tanto, exoneran de toda responsabilidad al industrial de los alimentos chatarra, pero esa perspectiva carece del sentido común más elemental: ¿cómo puede ser el individuo el único responsable si a su alcance se encuentran sólo ese tipo de alimentos? El argumento se cae por sí solo, es francamente ridículo y, por supuesto, existe una responsabilidad social y gubernamental en el triste fenómeno. El problema es que esos industriales se defienden con uñas y dientes frente a cualquier tentativa de regulación sobre su basura, incluso frente al señalamiento de lo obvio: son productos venenosos.
Celebro entonces que la recién estrenada administración federal parece apoyar una perspectiva sensata y a favor de las mayorías, es decir, en contra de esos “alimentos” y de su distribución indiscriminada. Las llamadas “tiendas de conveniencia” que paradójicamente a nadie nos conviene que existan, por lo menos ahora, porque la inmensa mayoría de los productos que ahí ofrecen caen dentro de esta clasificación que estoy proponiendo como “basura en bolsitas o frascos”. Por lo que deben cambiar su esquema de negocio para ofrecer alimentos y bebidas saludables y envasadas en contenedores no contaminantes. Parece que la solución es francamente fácil; los industriales deben cambiar sus recetas y las cadenas de esas tiendas cambiar su oferta, pero la dificultad empieza en el momento en el que esos cambios afectan las utilidades de dichos negocios.
Espero, por el bien de todas y todos, que el gobierno de la doctora Sheinbaum actúe de forma decidida y radical para cambiar eso que tanto daño está provocando a la población de este lastimado país. No podemos seguir por el mismo camino.