
Deterioro de la pesca peninsular: todos contribuyen – La Jornada Maya
El dictamen de la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural (Sader), expresado en la Carta Nacional Pesquera y del Golfo de México y el mar Caribe 2025, es contundente: los tres estados de la península de Yucatán se encuentran al límite en determinadas pesquerías de alto valor comercial.
El documento señala que especies como el camarón roca y rojo, el caracol, el pulpo maya, el mero y el pepino de mar se encuentran en tal nivel de explotación que resulta imposible otorgar más permisos de pesca. La pregunta obligatoria, por supuesto, es cómo se llegó a esta situación y quiénes son los responsables. Responder a esto es un deber de cualquier autoridad legítima, pero más allá de hacer señalamientos, la Sader tendría que presentar al sector pesquero una estrategia integral, transversal, que conduzca a la recuperación de las especies y a una reforma en las prácticas de captura y comercialización.
La Carta deja una serie de recomendaciones: no incrementar el esfuerzo pesquero, disminuirlo en lo posible y dar seguimiento constante a la implementación del Plan de Manejo Pesquero, tareas que corresponden a las autoridades locales. Sin embargo, esto sería partir de un diagnóstico muy limitado.
La pérdida de sostenibilidad de las pesquerías es un problema complejo en el cual tiene que resolverse lo hecho y lo dejado de hacer por parte de autoridades, pescadores, empresarios y compradores. Los reclamos de unos a otros únicamente resultarán en el recrudecimiento de rencores mutuos pero no en la solución, y si repercutirá en el encarecimiento del producto, la pérdida de fuentes de trabajo y la extensión de vedas, y a su vez en el incremento de la pesca furtiva.
Dependencias como la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) y la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa), y sus símiles locales, han dejado mucho que desear en cuanto a la publicación de listas de permisionarios, o en la actualización de sus padrones. Agreguemos que los operativos contra la pesca furtiva suelen terminar en decomiso de especies o el registro de “sancochaderos” de pepino de mar, pero muy rara vez en la detención y procesamiento de pescadores clandestinos o que utilizan artes de pesca prohibidas.
Pero también los pescadores caen en la captura de ejemplares de talla inferior a la debida para su aprovechamiento, lo que impide la recuperación de las especies en su ciclo de reproducción. Esto ocurre en prácticamente todos los niveles, pues es posible escuchar entre quienes acuden a los muelles que hace 10 o 15 años se veían arribazones de peces de mayor tamaño a los que obtienen hoy día. Esto porque durante años, todos los días, se han llevado lo que caiga en los anzuelos, y de paso matando a los que “no se comen”, como bagres, macabíes o peces sapo, que también tienen una función en el ecosistema marino.
Quienes compramos hemos sido también muy poco considerados, contribuyendo a poner mayor presión para la explotación de una especie en particular. El caso del mero es tal vez el más significativo para Yucatán, ya que a casi 20 años de que se estableciera un período de veda para éste, hasta la fecha es sumamente demandado por los visitantes a la costa en cualquier periodo del año; esto a pesar de la existencia de variedades de pescados de calidad semejante e incluso menor precio.
Ya se escuchan voces que advierten de la posibilidad de establecer vedas permanentes hasta por cinco años. Si hacemos un comparativo con lo que ha ocurrido con las variedades de caracol en Yucatán, tenemos que reconocer que la prohibición no va a ser la respuesta a menos que exista un combate real a la pesca furtiva, pues esta especie no ha recuperado su biomasa en más de dos décadas.
La pregunta entonces, después de conocer la Carta, es si todos los sectores involucrados en la cadena productiva de la pesca están interesados en que su supervivencia y sus hábitos de consumo puedan continuar por más tiempo; lo básico es sentarse a conversar y acordar qué hacer para que las especies no se conviertan en un recuerdo de cómo era la costa peninsular.
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Edición: Estefanía Cardeña