
Lo que separó a Sudamérica de África sigue bajo el mar: El hallazgo que reescribe la historia de la Tierra
Durante millones de años, los continentes han viajado por la superficie terrestre como piezas de un rompecabezas colosal. Pero, ¿qué fuerza invisible logró romper el vínculo entre Sudamérica y África? Un nuevo estudio arroja una explicación tan inesperada como fascinante… y todo apunta al fondo del océano Atlántico.
Más que tectónica: El origen explosivo de una separación colosal
Hace 135 millones de años, un evento transformó el rostro del planeta. África y Sudamérica, unidas en el supercontinente Pangea, comenzaron una separación que marcaría el nacimiento del océano Atlántico. Hasta ahora, se creía que este proceso fue exclusivamente tectónico. Pero nuevas pruebas indican que fue mucho más violento.
El geólogo Mohamed Mansour Abdelmalak y su equipo, desde la Universidad de Oslo, han descubierto que erupciones volcánicas masivas acompañaron esta ruptura. Se liberaron más de 16 millones de kilómetros cúbicos de magma, generando colosales capas de roca ígnea que todavía hoy se encuentran en países como Angola y Namibia. Estas rocas, con espesores que superan el kilómetro, son evidencia sólida de un vulcanismo que pudo haber sido decisivo.
El momento crítico fue hace unos 134,5 millones de años, cuando esta actividad alcanzó su punto máximo. Fue entonces cuando el océano comenzó a abrirse, y la Tierra cambió para siempre.
Bajo el Atlántico: Una cicatriz geológica aún visible

Lo más impactante del estudio es que las marcas de este evento siguen presentes en el lecho marino. Allí, en la zona sur del Atlántico, yacen los restos de esta fractura monumental. Las provincias ígneas formadas por las erupciones se extienden como cicatrices ocultas bajo el agua, modelando no solo el paisaje submarino, sino también nuestra comprensión del pasado geológico.
Los científicos también señalan un posible origen profundo del fenómeno: una pluma del manto. Esta columna de roca sobrecalentada habría surgido desde las profundidades del planeta, debilitando la corteza terrestre hasta provocar la ruptura. Aunque esta hipótesis aún se debate, existen paralelismos con el punto caliente de Islandia, donde hoy la actividad volcánica aún nace de una anomalía similar.
Cambios globales: Clima, vida y extinción

La separación de los continentes no solo remodeló los océanos. También alteró la atmósfera y los ecosistemas del Cretácico. Las gigantescas erupciones liberaron enormes cantidades de gases, lo que normalmente implicaría un calentamiento del planeta. Sin embargo, ocurrió algo inesperado: la Tierra se enfrió temporalmente.
Esto se debió a un fenómeno poco conocido pero eficaz: la meteorización de las rocas volcánicas. Al descomponerse, estas rocas capturaron grandes volúmenes de dióxido de carbono, reduciendo su presencia en la atmósfera. El resultado fue un enfriamiento climático que coincidió con alteraciones importantes en la biodiversidad, incluso extinciones masivas.
Un pasado que sigue vivo bajo el mar
Este hallazgo no solo nos invita a mirar hacia atrás. También nos muestra cómo procesos geológicos de hace millones de años aún influyen en la Tierra actual. Las cicatrices de esa separación siguen ahí, bajo el Atlántico, recordándonos que el planeta nunca deja de transformarse.
Y quizás, lo más inquietante, es pensar en lo que aún no hemos descubierto. Porque si este evento pudo reconfigurar continentes, climas y formas de vida, ¿qué otras fuerzas escondidas podrían estar activas bajo nuestros pies, esperando su momento?