
“Es decisivo que busquemos en nuestro interior la afinación exacta de la mente”
Armando G. Tejeda
Corresponsal
Periódico La Jornada
Sábado 10 de mayo de 2025, p. 2
Madrid. El pensador, poeta y ensayista Ramón Andrés sostiene que con la música se detiene el tiempo, el ahora, para iniciar una reflexión lenta, profunda, sin precipitaciones
. Ese es el punto de partida de su libro Despacio el mundo (Acantilado), en el que se recrea en 52 cuadros protagonizados por personas que afinan instrumentos musicales, ya sea un laúd, una tiorba, un violín o una viola, con el fin de describir o constatar la confabulación entre la música y la pintura.
Ramón Andrés nació en Pamplona en 1955; también es autor de aforismos, poemas y libros como Diccionario de instrumentos musicales: Desde la antigüedad a JS Bach; El oyente infinito: Reflexiones y sentencias sobre música; Diccionario de música, mitología, magia y religión, y El luthier de Delft, que de alguna forma es el punto de partida de este ensayo en el que imaginó un Museo del Oído, donde todas las obras de arte están detenidas
en el momento exacto en el que un músico afina su instrumento. En entrevista con La Jornada, Ramón Andrés defendió la idea de vivir con más lentitud
ante el asedio de la sinrazón
que nos transforma en personas violentas
.
−¿Despacio el mundo es tal vez una especie de revelación?
−Dicho así parece presuntuoso. No, me refiero en el libro a que la música es siempre una revelación, una apertura a mundos imprevistos; por más que conozcamos una obra, siembre abre caminos distintos.
−Aunque es un libro sobre arte pictórico, su origen es la música, el sonido, ese gran misterio que ha condicionado de alguna forma su pensamiento. ¿Ha descubierto claves nuevas en esa búsqueda al escribir este libro?
−Es una obra meditada desde años atrás. De hecho, cuando empiezo a escribir un libro es al final, muy al final de un periodo de reflexiones. A veces años. Empecé a escribir sobre este asunto hacia 2012 o 2013, cuando publiqué El luthier de Delft. En él hablaba de unos músicos que afinan instrumentos, que es el motivo de este libro. No puedo decir que haya descubierto claves nuevas, pero sí verificar la relación de la música y la pintura, y la intensidad de un momento que parte del silencio para convertirse en el umbral del sonido que dará cuerpo y vida a una obra. El momento de afinar es una pequeña epifanía.
−¿Por qué sólo eligió pinturas entre los siglos XV al XVIII?
−En el apéndice del libro hay un apartado que titulo Museo del Oído, donde sí se muestran obras del siglo XX. Pero la idea de recrear cuadros de entre los siglos XV y XVIII responde al deseo de evocar el mundo del pasado, tan sabio, sobre el que nos asentamos hoy.
−Hábleme de esa idea o utopía del Museo del Oído…
−Sinceramente, me he permitido jugar con un museo imaginario, un museo que sólo contenga obras de músicos afinando su instrumento. Visitarlo nos permitiría entrar en un mundo muy físico, sensual, lleno de curiosidades. Lo imagino con sus escalinatas, con plantas que alojan las obras por época, con un patio. Luminoso, amplio, concurrido.
−Usted afirma que los pintores han captado el momento previo y decisivo a la música, ¿para qué? ¿qué sentido tiene?
−Los antiguos pintores eligieron este gesto, me refiero al de la afinación de un instrumento, para conferir naturalidad a la escena. Son muchos los cuadros de músicos tocando, pero no tanto de músicos afinando las cuerdas. Hay un momento previo, es cierto, en el que se activa el oído interior, el que nos revela cosas inaudibles, y ese es el que agudiza los sentidos del músico cuando se dispone a templar su violín, su viola, su laúd. Hay un momento previo de concentración, de recogimiento, en busca de una armonía que ha desaparecido.
▲ En el nuevo libro del escritor Ramón Andrés se recrean 52 cuadros protagonizados por personas que afinan instrumentos musicales, con el fin de describir o constatar la confabulación entre música y pintura.Foto Pere Tordera
Aprender a vivir lento
−En la afinación de un instrumento, ¿hay, quizás, un momento decisivo para la humanidad?¿Por qué?
−Lo decisivo es buscar en nuestro interior la afinación exacta, no sólo de las cuerdas, sino de nuestra mente, porque este libro es una metáfora de ello, no se habla tan sólo de música, sino de restaurar la armonía perdida y que tanto necesitamos restablecer.
−¿Estas reflexiones son una forma de repeler ese tiempo que nos saquea? ¿Combatir la velocidad de un mundo a la deriva?
−El mismo título del libro es una invitación a remansarse, a aprender a vivir con mayor lentitud. Estamos asediados por la sinrazón, hemos sido expoliados y desposeídos del llamado tiempo humano, ahora trastocado por la prisa de la producción, por la urgencia de viajar a toda velocidad. Se vive rápido, se come rápido, se trabaja rápido sin más finalidad que unas ganancias que no pueden gozarse. Esto vuelve violentas a las personas.
−Usted afirma que los laudistas, más aún, toda la música, es un ahora detenido
… ¿Es quizá también el punto de partida de esa idea y, al mismo tiempo, el punto de llegada?
−Jeanne Hersch decía que una obra musical es una eternidad en miniatura. Me gusta pensar en detener el tiempo por unos momentos. Esa es una función de la música, más que escapar como él hace con su fuga constante. Detener el ahora, además, permite la reflexión lenta, profunda, sin precipitaciones.
−También reflexiona sobre este tiempo nuestro y su velocidad vertiginosa, sus nuevos arquetipos, como la llamada inteligencia artificial…
−No soy refractario al hecho de la inteligencia artificial, al contrario, bien aplicada nos ayudaría a vivir mejor y, por tanto, a existir más lentamente. El problema está en nuestra indómita y empobrecida naturaleza, que todo lo malbarata, y lo que podría ser un avance se convierte en una amenaza, en una muy seria amenaza, porque somos codiciosos y violentos, y muchos sólo viven para adquirir poder. Son los que manipulan la tecnología, se apoderan de ella para someter y controlar.
−¿Cómo ve al mundo desde esa contemplación, de su atalaya de sabiduría en la que apela a la lentitud para vivir una vida plena? ¿Vamos a la deriva? ¿Es irreversible?
−¡Ah! Nunca he vivido en una atalaya, y menos de sabiduría. Desde adolescente he procurado vivir de otro modo, no comprendía demasiado bien a mis compañeros, tan preocupados por sus conquistas y por llegar a ser hombres de provecho, como se decía antes. Hombres de provecho significaba entonces ser empresarios de éxito. He renunciado a muchas cosas, vivo con muy poco, y eso me hace libre. Procuro contemplar, pensar sin urgencias, y, sobre todo, resistirme a ser un colaboracionista de este mundo desmedido y tan maltratado.