
El British Museum exhibe tapetes afganos procedentes de Asia Central
▲ Algunas de las alfombras que, junto con una selección de objetos, exploran el complejo pasado y el turbulento presente de Afganistán, realizadas por los tejedores afganos que comenzaron a remplazar las tradicionales figuras de aves por helicópteros militares y otras imágenes de la guerra.Foto War Rugs © The Trustees of the British Museum
Alejandra Ortiz Castañares
Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Domingo 11 de mayo de 2025, p. 3
Londres. En la sala 43 del British Museum se exhibe hasta el 29 de junio Alfombras de guerra. La historia anudada de Afganistán, muestra dedicada a los tapetes afganos surgidos tras la invasión soviética de 1979 cuando el país, martirizado por conflictos y violencia, transformó su tradición milenaria: los antiguos motivos ornamentales dieron paso a una iconografía bélica de tanques, helicópteros, fusiles y granadas.
El tapete afgano, tejido casi siempre por manos femeninas de grupos nómadas como turcomanos, baluchis, hazaras, uzbekos y kirguises, con técnicas y diseños propios, es parte esencial de la vida cotidiana –sirve para dormir, comer, rezar o como refugio–. Hoy codiciados por coleccionistas, estos tapetes fueron también instrumentos de propaganda que celebraban la resistencia y la victoria sobre los soviéticos en 1989, contribuyendo así a la caída de la URSS.
La invasión de 1979 fue provocada por el temor soviético al creciente influjo estadunidense tras un golpe de Estado. La imposición de un gobierno comunista ateo generó una feroz resistencia armada, los muyahidines, apoyados por Estados Unidos y otros aliados, desatando una guerra prolongada y sangrienta.
Más tarde, los tapetes de guerra reflejarían también el ascenso del terrorismo islámico, los atentados del 11 de septiembre de 2001 y la negativa talibán a extraditar a Osama bin Laden. La intervención anglo-estadunidense bajo la operación Libertad duradera
prolongó la ocupación militar y el conflicto en Afganistán durante 20 años.
Creación y destrucción
Aunque sin salida al mar, Afganistán posee una estratégica ubicación –vecino de Irán, Paquistán, tres ex repúblicas soviéticas y China–, así como vastos recursos minerales, como tierras raras y el legendario lapislázuli, explotado desde hace más de 6 mil 500 años. Su riqueza natural lo ha hecho, desde tiempos remotos, blanco de constantes invasiones.
Mientras conquistadores como Carlo Magno o los imperios hindúes y persas dejaron un legado cultural, las irrupciones contemporáneas, reflejadas en los tapetes de guerra, muestran sólo destrucción y muerte. Algunos objetos expuestos subrayan ese antiguo esplendor, como un incensario del Imperio Gaznávida (siglos X-XII), la primera dinastía musulmana del país, testimonio del arte metalúrgico que unió el mundo islámico, India y Asia Central, y cuyo centro era Gazni, la única ciudad amurallada sobreviviente en el país.
Otro ejemplo es un dibujo híbrido que combina una franja inferior con dragones míticos timúridas del siglo XV –inspirados en la cultura china– y una sección superior añadida siglos después con flores persas del Imperio Qajar iraní. Este mestizaje artístico ilustra la vocación cosmopolita de Afganistán a lo largo de su historia.
Durante el auge timúrida (1370-1507), de linaje turco-mongol, Herat fue un gran centro cultural bajo el mecenazgo de Gawharshad, esposa de Shah Rukh. De aquel esplendor quedan fragmentos de mosaicos de la Musalla de Gawharshad, recogidos tras su demolición preventiva por tropas británicas, a pesar de que el peligro de ocupación soviética nunca se materializó.
En el siglo XIX, el Reino Unido invadió Afganistán tres veces para frenar la expansión rusa y proteger su joya colonial, India, usando al país como estado colchón.
La exposición también presenta dos obras de Khadim Ali, artista hazara –comunidad chiita perseguida en Bamiyán–, quien evoca la destrucción de los gigantescos budas de Bamiyán (siglos VI-VII d.C.) dinamitados por los talibanes en 2001. En su obra, uno de los budas aparece cubierto por caligrafía roja invertida, símbolo de violencia y de la supresión de una herencia cultural milenaria.
Símbolos de distinción
Procedentes de Asia Central, los tapetes comenzaron a arribar a Europa en el siglo XVI como artículos de lujo, y no tardaron en erigirse en símbolos de distinción, inmortalizados por artistas italianos y flamencos como Lorenzo Lotto y Jan van Eyck. Tras un prolongado aislamiento, Afganistán fue redescubierto en los años 60 por los hippies, y sus tapetes, elevados entonces a la categoría de fetiches de estatus, conquistaron de nuevo a Occidente.
Hasta ese momento, el tapete afgano había sido sinónimo de refinamiento y pericia artesanal; sin embargo, la creciente demanda global impulsó su comercialización, convirtiéndolo en una de las principales fuentes de ingreso del país, junto al cultivo de la amapola –que llegó a concentrar 90 por ciento de la producción mundial de heroína, crucial para financiar la guerra y prohibida finalmente por los talibanes en 2022– y al tráfico clandestino de armas.
Los primeros tapetes de guerra conservaron la delicadeza de los motivos tradicionales, mientras que los elaborados tras los atentados del 11 de septiembre se volvieron más esquemáticos, abocados a representar material bélico y proclamas políticas. Surgieron entonces dos mercados para el extranjero: pequeñas alfombras portátiles, destinadas a soldados, periodistas y diplomáticos, y complejas piezas de colección. Los talleres, volcados en la producción estandarizada, fueron objeto de críticas por su falta de autenticidad y por las condiciones de explotación laboral, aunque constituyeron un sostén vital para los artesanos.
La retirada del ejército soviético en 1989 precipitó la caída de la URSS y dejó a Afganistán sumido en el caos. Los talibanes impusieron su régimen de 1996 hasta su derrocamiento por Estados Unidos tras el 11 de septiembre. Posteriormente, gobiernos apoyados por Occidente (Karzai y Ghani) gobernaron hasta el retorno talibán en 2021, que desató un éxodo masivo.
En sus inicios, las alfombras de guerra amalgamaban motivos ancestrales con iconografía bélica, como revela la alfombra de jardín
aquí expuesta, donde helicópteros remplazan a los tradicionales pájaros entre las flores.
Las llamadas alfombras de salida
representan, en cambio, la retirada soviética de Afganistán (1988-89), con convoyes militares huyendo hacia el norte bajo el fuego afgano. Las flores, entretejidas con amapolas de opio, celebran la derrota del invasor.
Tras 2021, los tejedores continúan creando alfombras de guerra, incorporando nuevos motivos –como drones o la caída de Kabul– pese al férreo dominio talibán, reflejando así una resiliencia inquebrantable tras medio siglo de agitación.
Más que meros objetos, estas alfombras son crónicas tejidas de resistencia y adaptación. En sus tramas palpita la memoria colectiva de un pueblo que ha elevado el arte a acto de supervivencia, y en cuyos hilos, hoy más que nunca, se anhela urdir tapetes de paz.