
Proyecto teatral indígena sigue dando frutos en Xocén
▲ Escena de La tragedia del jaguar, interpretada por el LTCI en San José de Simón Sarlat, Tabasco.Foto cortesía de Arturo Guerra
Daniel López Aguilar
Periódico La Jornada
Jueves 15 de mayo de 2025, p. 3
El 1º de septiembre de 1989, en la comunidad maya de Xocén, municipio de Valladolid, Yucatán, se sembró una semilla teatral que sigue resistiendo, dando frutos y buscando nuevas formas de florecer.
Así comenzó el Laboratorio de Teatro Campesino e Indígena (LTCI) en esa entidad, una experiencia escénica arraigada a la tierra, las luchas sociales, la lengua y la identidad de sus habitantes.
Este 2025 cumplirá 36 años, y aunque su historia ha estado llena de desafíos, su persistencia es también una forma de poesía. Aquí todos hacen todo
, dice en entrevista Delia Rendón, su actual directora, quien lleva más de cuatro décadas acompañando este proyecto.
Actriz, productora, dramaturga, directora y profesora, Rendón habla desde la práctica cotidiana y el compromiso sembrado al lado de María Alicia Martínez Medrano, fundadora del LTCI a nivel nacional.
Juntas vivieron el tránsito de Tabasco a Yucatán tras la salida forzada en 1988, cuando la labor del laboratorio en la región fue interrumpida por decisiones políticas que casi terminan con la iniciativa y hasta pusieron en riesgo la libertad de sus integrantes.
La historia del teatro comunitario en México no es lineal: avanza entre persecuciones, estigmas, políticas culturales inconstantes… y una fuerza entrañable de creación colectiva.
Tras la salida de Tabasco, y con el apoyo de figuras claves como Julieta Campos, entonces presidenta del DIF estatal, el laboratorio encontró nuevos caminos.
Campos incluso dejó un edificio muy grande para los actores, pero todo cambió con el relevo de gobierno
, recordó Delia Rendón.
“Fue entonces cuando el equipo se volcó a crear nuevos espacios: surgieron iniciativas paralelas en la Ciudad de México, como los laboratorios en los Pedregales de Santo Domingo, el Museo Nacional de Culturas Populares y el centro comunitario de Culhuacán.
“En todos estos lugares, los actores no se limitaban a ser ejecutantes, también desempeñaban roles de dramaturgos, directores, productores, técnicos y maestros. Una ética de la totalidad. Aquí no hay quien diga: ‘yo sólo actúo’. Todos hacen todo”, añadió la dramaturga con orgullo.
En la actualidad, el laboratorio de Yucatán cuenta con alrededor de 300 participantes activos. Muchos menos que antes de la pandemia de covid-19, cuando la matrícula era aún más amplia.
La contingencia fue devastadora. Primero, el encierro; luego, las clases virtuales; ahora, el uso excesivo del celular. Todo eso ha alejado a muchos jóvenes del teatro
, lamentó Rendón.
La digitalización impuesta por la emergencia sanitaria transformó hábitos de vida en comunidades donde el acceso a la tecnología era limitado. Ahora todo lo hacen por celular y hay mucha adicción, incluso en zonas donde antes ni siquiera había señal. Eso ha afectado muchísimo
.
Enfoque integral
En Xocén, sin embargo, el teatro sigue siendo una escuela de vida. No se trata únicamente de una actividad extracurricular. El LTCI ofrece una formación sistemática de cuatro años. Para graduarse, cada estudiante debe presentar 12 exámenes finales, los primeros cuatro diseñados, escritos, dirigidos y actuados por sí mismos.

▲ Representación de Bodas de sangre en la tercera sección del Bosque de Chapultepec, en 1987.Foto cortesía de Arturo Guerra
Para hacerlos, deben escribir su propio texto, montarlo, y si necesitan apoyo, lo piden a sus compañeros. Pero el ejercicio es suyo. No estamos formando ejecutantes, sino creadores
, enfatizó la directora.
Este enfoque integral ha permitido que muchos jóvenes desarrollen habilidades múltiples: actúan, escriben, dirigen, diseñan escenografía, organizan funciones. Es una pedagogía basada en la comunidad, en el trabajo colectivo, y también en la urgencia de la expresión propia.
El único requisito para entrar al laboratorio es querer hacer teatro
, subrayó Rendón. La diversidad es amplia: participan niños, adolescentes, adultos, personas dedicadas al campo, estudiantes de secundaria o telebachillerato. Algunos deben irse temporalmente a trabajar a otras regiones, pero regresan porque este espacio es también una casa
.
En promedio, realizan tres montajes al año. Puede parecer poco, pero ese ritmo responde a dificultades estructurales que persisten.
Después de la pandemia ya no pudimos volver a tener clases todos los días. Ahora sólo damos clases tres veces por semana porque hay mucho rezago escolar y los niños y jóvenes deben dedicar más tiempo a sus tareas
, explicó la profesora.
En medio de este panorama, la Secretaría de Cultura federal retomó el apoyo al LTCI en 2019, beneficiando tanto al laboratorio de Yucatán como al de Tabasco. Aun así, el financiamiento sigue siendo precario: cada año deben concursar por recursos, diseñar proyectos, hacer gestiones. Vamos dando tumbos
, dice la directora.
A pesar de las dificultades, la planta docente del laboratorio se mantiene firme. En Yucatán son 17 maestros, muchos de los cuales son ex alumnos del propio espacio. En Tabasco, el número es similar.
Para Delia Rendón, en un contexto donde las comunidades indígenas y campesinas suelen ser vistas desde el asistencialismo o la exotización, el LTCI propone otro camino: el arte como derecho y herramienta de autodefinición.
Aquí no se impone un modelo; formamos desde la experiencia, desde lo que nos atraviesa. El teatro es nuestra forma de pensarnos. Cada montaje aborda temas del entorno: migración, lengua, violencia, trabajo agrícola. Pero no se reduce a la denuncia: también celebra, imagina, provoca. El reto es que siga siendo de todos. Que los niños puedan venir sin que la escuela los agobie.
Desde 1989, el LTCI ha formado actores, dramaturgos y productores en comunidades mayas. Sus obras han llegado a cientos de poblados y festivales en México y Nueva York. En 2021, fue declarado Patrimonio Cultural Intangible de Yucatán.