
“La cámara hizo posible que la naturaleza me hablara”
▲ Los fotógrafos Raghu Rai (izquierda), Graciela Iturbide y Sebastião Salgado bromean al término de una conferencia donde hablaron del libro India México, en febrero de 2002.Foto José Núñez
Armando G. Tejeda
Corresponsal
Periódico La Jornada
Sábado 24 de mayo de 2025, p. 3
Madrid. El fotógrafo brasileño Sebastião Salgado, quien murió ayer a los 81 años, tuvo una estrecha relación con España, donde no sólo era habitual que presentara sus exposiciones y trabajos en forma de libro, sino que también recibió numerosos reconocimientos, entre ellos el Príncipe de Asturias de las Artes, en 1998.
En sus visitas siempre insistió en uno de sus mensajes centrales, el de cuidar el medio ambiente, el de preservar la Amazonia, región de enorme riqueza natural a la que le dedicó buena parte de su vida. La Amazonia es la realidad de un concepto místico, es el paraíso. En mis 58 viajes por ese territorio he podido vivir en ese sistema colosal de naturaleza y armonía, pero también he visto la huella de la destrucción. Así que es necesario salvarla y protegerla, porque el futuro del mundo depende en gran medida de ella
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En el 2014, Salgado visitó Madrid para presentar en el Caixa Forum una exposición itinerante, que tituló Génesis. Eran imágenes de paisajes lunares en los parajes más recónditos y enigmáticos de la Tierra, del sonido de la naturaleza que irrumpe en la colina desde la que se divisa el hallazgo, la magia de la vida mediante el viaje de ida y vuelta de los pingüinos o el origen de la especie a través de las tribus más inhóspitas.
Entonces, en un encuentro con medios de comunicación, en el que estaba La Jornada, el fotógrafo reconoció que se trata de su, hasta entonces, trabajo más íntimo
, en el cual se encuentran las razones fundacionales de su obra y lenguaje, desde su mirada inquieta ante el aleteo de un pájaro extraviado hasta la voz resignada frente a la miseria y la destrucción del entorno natural. En palabras del propio Salgado, “en Génesis, la cámara hizo posible que la naturaleza me hablara. Tuve el privilegio de escucharla”.
Salgado regresó a Madrid casi una década después, para presentar uno de sus últimos grandes proyectos fotográficos, la Amazônia, que presentó él mismo en el centro cultural Fernando Fernán Gómez. En un encuentro con medios de comunicación, al que también asistió este periódico, Salgado explico que la Amazonia es la realidad de un concepto místico; es el paraíso. En mis 58 viajes por ese territorio he podido vivir en ese sistema colosal de naturaleza y armonía, pero también he visto la huella de la destrucción. Así que es necesario salvarla y protegerla, porque el futuro del mundo depende en gran medida de ella.
Ese proyecto fue el resultado de siete años, en los que realizó 58 viajes por la Amazonia, la selva tropical más grande y diversa del mundo, con una extensión de más de 7 millones de kilómetros cuadrados que forman parte del territorio de nueve países de América del Sur (Brasil, Perú, Colombia, Bolivia, Venezuela, Ecuador, Guyana, Surinam y Guayana Francesa).
En aquel encuentro, Salgado explicó: “Hemos querido presentar una Amazonia prístina, real. Lo que se ve en mis fotografías es ese 83 por ciento de la Amazonia que no ha sido destruida: está ahí, y tenemos la posibilidad de conservarla, juntos. Lo que muestro es este ‘paraíso en la Tierra’, que es realmente un paraíso: un espacio inmenso, que sólo en la parte brasileña (65 por ciento) es 10 veces el territorio de España, ¡y son nueve países amazónicos! El planeta depende de este paraíso, y de ahí la necesidad de esta exposición: necesitamos tomar conciencia y exigir a los políticos y al sistema económico que reduzcan la presión sobre la Amazonia”.
La exposición, que estuvo bajo la curaduría y el diseño de su esposa, Lélia Wanick Salgado, muestra las diferentes secciones de la Amazonía: la inmensidad de su selva desde el aire, los fenómenos naturales extraordinarios, como el de los ríos voladores
–que surgen de la succión de agua de 400 mil millones de árboles de la región, misma que liberan en forma de vapor a la atmósfera través de los poros de su follaje–; las Anavilhanas –el archipiélago de agua dulce más grande del mundo–; las tormentas tropicales y esos cielos incomparables con sus imponentes formaciones de nubes; la cadena montañosa del Imerí –una de las más importantes de Brasil, con picos únicos, laderas cubiertas por la selva tropical, como el de la Neblina o el Guimarães Rosa–, así como el bosque y sus árboles de ramajes exuberantes.
De ahí que insistiera en su mensaje: “Lo que presentamos en esta exposición es muy importante: se trata de un muestreo de las comunidades indígenas. He trabajado con 12 tribus distintas, pero hay más de 200, y para conocerlas a todas habría necesitado 30 o 40 años. Con algunas he llegado a convivir cinco meses, y en total he pasado con ellos unos siete años. Las fotografías han sido realizadas en partes distintas de la Amazonia para mostrar la diversidad de tribus, de fauna, de sistemas de floresta, de aguas, los ríos aéreos (muchas de las lluvias que llegan a España proceden del Amazonas).
“El espacio amazónico es el único en el planeta, más allá de los océanos, con una capacidad de evaporación que introduce humedad en el aire hasta el punto de provocar lluvias. Los grandes árboles de Amazonia colocan en la atmósfera en torno a mil 200 litros de agua al día, ¡y hay billones de árboles! Es un sistema de humedad colosal.
“Se forman estos ríos aéreos, que son como los nimbos (nubes de 10 kilómetros de altura), que el viento desplaza por el planeta garantizando la distribución de la humedad y de las lluvias. Esto es lo importante: hay mucha información, mucho texto, pero la belleza es importante. Por eso he querido mostrar el paraíso: para que la gente se enamore del Amazonas, aunque también he hecho fotografías de esa Amazonia destruida con las que he realizado otra exposición itinerante, Herida”, explicó.
Salgado también habló de lo que él cree que será su propio legado: Mi forma de mirar es mi herencia. Es de donde vengo, es mi padre y mi madre, es las luces que conocí cuando era niño, las relaciones que hice, el bagaje cultural que porto conmigo y con el que he construido todo un sistema de ideas y un aparato de información. Todo esto se pone en juego en el momento en el que hago una fotografía, todo está presente; instintivamente, está dentro de mí. Dos personas hacemos dos fotografías muy distintas porque somos dos personas muy distintas. Tenemos que reflejar la información que está delante de nosotros, pero de una forma profundamente subjetiva. Porque uno interviene en la realidad con toda su herencia de vida
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