
Historia de la minería argentina: la vieja promesa que aún podría cambiar el país
Aunque la minería argentina suele pensarse como un fenómeno reciente, sus raíces se hunden en tiempos prehispánicos. Mucho antes de la llegada de los conquistadores europeos, los pueblos originarios ya recolectaban oro en arroyos y cerros del norte y oeste del actual territorio nacional.
Aquellas prácticas, si bien rudimentarias, no eran despreciables para el mundo indígena: el oro tenía usos rituales y simbólicos. La conquista transformó esa relación. El metal, ahora codiciado por su valor económico, fue saqueado por los recién llegados, quienes usaron la mano de obra indígena y esclava para extraer cuanto pudieran.
Durante la etapa colonial, la minería en el actual territorio argentino fue marginal si se la compara con la riqueza que brotaba del Alto Perú. Sin embargo, hubo zonas, como las sierras de Famatina o la región cuyana, que llamaron la atención por su potencial. Los jesuitas tuvieron un papel destacado en algunas de estas explotaciones, aunque la actividad no alcanzó un desarrollo sostenido. La lejanía de los grandes centros de poder, la falta de caminos y la limitada demanda interna conspiraban contra el crecimiento del sector.
El impulso de Rivadavia a la minería
Todo cambiaría, o eso se esperaba, con la Revolución de Mayo. Las jóvenes autoridades patrias, urgidas por la necesidad de financiar la guerra y sostener la economía de un Estado naciente, miraron con ansias las vetas de plata y oro. Se intentó reactivar la producción minera en La Rioja y Cuyo, aunque con escasos resultados. Uno de los principales impulsores de la minería fue Bernardino Rivadavia, quien desde su cargo de ministro gestionó la creación de compañías mixtas con capital británico. En 1824, se firmó en Londres el contrato de la Sociedad de Minas del Río de La Plata, una empresa pensada para explotar especialmente Famatina. El proyecto incluía exenciones impositivas, privilegios legales e importación de maquinaria avanzada desde Europa. Todo parecía prometedor. Sin embargo, el caos institucional de las décadas de 1820 y 1830 condenó al fracaso a esas primeras asociaciones.
Entre la unificación nacional y el estancamiento productivo
No sería hasta después de 1880, con el orden constitucional consolidado, que el país volvió a interesarse con fuerza en la minería. El nuevo Estado nacional procuró desarrollar ciertas explotaciones, sobre todo de minerales demandados por Europa: cobre, wólfram y oro. A pesar del esfuerzo, la actividad no llegó a convertirse en un pilar de la economía. Las dificultades logísticas, la falta de tecnología y el escaso mercado interno frenaron su expansión.
En los comienzos del siglo XX, el panorama no era muy diferente. A pesar de que se habían identificado más de mil yacimientos de oro para 1910, el crecimiento fue débil. La gran competencia internacional, con explotaciones más baratas en África y Asia, y el modelo agroexportador argentino —centrado en la ganadería y los cereales— limitaban las oportunidades del sector. Incluso en los años de mayor impulso, como durante la Segunda Guerra Mundial, cuando se revalorizó el oro, la producción nacional nunca alcanzó cifras relevantes.
A mediados del siglo XX, los números eran elocuentes: la minería aportaba apenas un 2% al PBI y representaba menos del 1% de las exportaciones. Predominaban las rocas de aplicación —granito, caliza, mármol— y los minerales no metalíferos, usados en la construcción y la industria local. La minería metalífera era marginal.
El giro de los años noventa y el retorno de la esperanza
Recién en la década de 1990, la historia dio un vuelco. A partir de 1992, con un nuevo marco legal promovido por el gobierno de Carlos Menem, Argentina comenzó a transformarse en un país atractivo para la inversión extranjera en minería. Se ofrecieron garantías de estabilidad fiscal, desregulación y libre disponibilidad de divisas. La gran apuesta llegó en 1997 con el inicio del yacimiento La Alumbrera, una mina de oro y cobre a cielo abierto en Catamarca, que implicó una inversión de 1.200 millones de dólares. Era el inicio de una nueva etapa, marcada por la presencia de grandes corporaciones y una creciente polémica por los impactos sociales y ambientales de estos proyectos.
La historia de la minería en Argentina es, en definitiva, la historia de una promesa. Una promesa que ha sido evocada desde tiempos coloniales, relanzada con entusiasmo en distintas etapas, pero que nunca terminó de cumplirse del todo. A lo largo de los siglos, cada intento encontró sus propios obstáculos. Hoy, como en tiempos de Rivadavia o de la generación del 80, la minería sigue estando allí: como posibilidad, como potencia dormida, como uno de los proyectos inconclusos de la historia económica del país.