
Hay que disolver el Eurogrupo
El Eurogrupo debe ser eliminado del marco institucional de la Unión Europea. No quedan razones subyacentes para mantener una institución que se ha visto superada por el devenir de la propia construcción europea. El éxito del euro y la integración financiera a la que nos ha conducido, aun cuando todavía no es plena, ha dejado sin razón de ser al Eurogrupo. En estos momentos, el ECOFIN —el Consejo de la UE para los asuntos económicos y financieros—, es el verdadero foro de representación y debate de los Estados miembros, y, junto al Comité de Asuntos Económicos y Monetarios del Parlamento Europeo, codecide en el ámbito legislativo. Ya no es necesario, pues, complicar aún más la maraña institucional de la Unión Europea. Es el momento de hacer desaparecer al Eurogrupo.
«El éxito del euro y la integración financiera a la que nos ha conducido, aun cuando todavía no es plena, ha dejado sin razón de ser al Eurogrupo»
En 1998, y tras la aprobación del Consejo Europeo a finales del año previo, se creó formalmente el Eurogrupo como órgano informal de debate de los ministros de economía o finanzas de los Estados miembros que se encaminaban a adoptar el euro. Entonces, aún no existía la moneda única, pero tampoco contábamos con un marco regulatorio en el ámbito de las finanzas medianamente uniforme. Con todo, se vislumbraba que la entrada en circulación del euro obligaría a nuevos hitos en la integración europea, que exigiría un mayor grado de armonización de la regulación bancaria, seguros y mercados de capitales, así como una coordinación de las políticas tributarias y fiscales nacionales. Tenía sentido, pues, disponer de un foro de debate de representación de los Estados que adoptasen el euro para discutir sobre esas materias.
Asimismo, las ampliaciones de la Unión en 2004, 2007 y 2013, en las que no todos los nuevos miembros adoptaban el euro como moneda propia en sus primeros pasos en la Unión, justificaban la existencia del Eurogrupo, en la medida que una parte significativa de los Estados miembros no participaban aún del euro. Por ejemplo, tras la primera de esas ampliaciones que llevaron a la Unión hasta los veinticinco Estados, solo doce usaban el euro. Ahora bien, la situación ha cambiado diametralmente desde entonces.
El próximo 1 de enero de 2026, Bulgaria se incorporará al euro. Esto significa que todos los Estados de la Unión usarán la moneda única, a excepción de Chequia, Suecia, Hungría, Polonia, Rumanía y Dinamarca. Es decir, en veintiuno de los veintisiete Estados de la UE, la moneda en circulación será el euro, y no ninguna otra. Además, a excepción de Dinamarca, que dispone de un opt-out [salida voluntaria], los otros cinco países aún fuera del euro deberán incorporarse en algún momento, tal y como se explicita directamente en los Tratados de la UE. De este modo, cabe preguntarse por qué mantener un foro paralelo al ECOFIN, toda vez que cualquier decisión ejecutiva o legislativa que pase por los Estados necesita la aprobación del único órgano de representación institucional de los propios países, es decir, el ECOFIN.
«El próximo 1 de enero de 2026, Bulgaria se incorporará al euro. Esto significa que todos los Estados de la Unión usarán la moneda única, a excepción de Chequia, Suecia, Hungría, Polonia, Rumanía y Dinamarca»
Tras la crisis financiera y fiscal de 2008-10, la Unión se ha dotado de una unión bancaria, en torno al euro, un supervisor único, un marco de resolución también único y un fondo de resolución para afrontar crisis bancarias. El conjunto de la regulación bancaria ha dado un salto extraordinario en su integración, así como en el marco de supervisión general, también en mercados de capitales y seguros. Y todo ello se ha hecho también a través del ECOFIN en negociación permanente con el Parlamento. Aún queda, sin duda, trabajo por hacer en esa integración de ahorros e inversiones, pero ese esfuerzo adicional no exige de una institución como el Eurogrupo que, por otra parte, se ha tornado más en un obstáculo que en un dinamizador de tales debates. En estos momentos, su naturaleza intergubernamental, alejada del método de trabajo comunitario, está bloqueando avances adicionales, prisioneros de un sistema de toma de decisiones basado en el mínimo común denominador, sin espacio, dado su diseño institucional, para la ambición que la situación requiere.
Además, en términos comparativos, ninguna otra política comunitaria con afecciones muy diferenciales entre distintos grupos de Estados ha contado nunca con un foro similar al Eurogrupo. Ni la gestión de los flujos migratorios se ha discutido solo por los países con fronteras exteriores. Ni la política pesquera comunitaria ha estado encapsulada en un debate exclusivo entre los Estados costeros. Ni las ayudas a las regiones ultraperiféricas o a las zonas de montaña han quedado circunscritas a una interlocución cerrada de los países con tales características. Ni siquiera en un asunto tan crítico para la soberanía formal de los Estados como la libre circulación de personas en el área Schengen, de la que no forman parte todos los países de la UE, pero sí algunos países de fuera de la UE, ha dispuesto de un foro de debate complementario al Consejo de la UE de Justicia y Asuntos de Interior.
Los europeos hemos asumido que tales políticas, y otras muchas, condicionan al conjunto de la Unión y que, por lo tanto, deben ser debatidas y acordadas entre todos, es decir, entre los representantes de los países a través del Consejo de la UE, en sus distintos formatos (el ECOFIN para los asuntos económicos) y entre los representantes de la ciudadanía en el Parlamento Europeo.
«Todavía queda mucho por hacer para la integración económica de la eurozona y de la Unión, que ya son casi lo mismo, pero el Eurogrupo se ha transformado en un obstáculo que debe ser eliminado para lograr tal objetivo»
En 2021, escribí en mi libro ‘Volver a las raíces’ (editorial Clave Intelectual): «El Eurogrupo está restando poder a la institución comunitaria para la definición de la política económica y financiera por parte del Consejo, el ECOFIN, y lo está haciendo sin una rendición de cuentas transparente. Y, en la medida en que los países que aún no han adoptado el euro transiten rápidamente por esa vía, el Eurogrupo debería disolverse en el propio ECOFIN». He de reconocer que la candidatura del ministro español de Economía, Carlos Cuerpo, a la presidencia del Eurogrupo representaba la última esperanza para reordenar el trabajo de tal institución, que ha ido languideciendo por el propio éxito de la moneda única, la funcionalidad de la negociación entre el ECOFIN y el Comité de Asuntos Económicos y Monetarios del Parlamento, y el autobloqueo del propio Eurogrupo por su diseño institucional. Ahora ya puedo afirmar con más convencimiento aún que no hay mejor opción a que disolver el Eurogrupo.
Todavía queda mucho por hacer para la integración económica de la eurozona y de la Unión, que ya son casi lo mismo, pero el Eurogrupo se ha transformado en un obstáculo que debe ser eliminado para lograr tal objetivo.