
«Las empresas gigantes de la IA ocultan su huella medioambiental»
En mayo de 2025, el 84% de las solicitudes recibidas por los robots conversacionales fueron procesadas por modelos que generan una huella medioambiental altamente opaca, una lista que incluye a OpenAI, revela un reciente estudio de Sasha Luccioni.
KEYSTONE/PATRICK PLEUL
El auge de la inteligencia artificial va de la mano de un elevado coste medioambiental que se ha mantenido preponderantemente oculto. Para dilucidar el tema, entrevistamos a Sasha Luccioni, investigadora especializada en la huella ecológica producida por la Inteligencia Artificial (IA), unos días antes de la cumbre AI for Good celebrada en Ginebra del 8 al 11 de julio.
«Nuestro futuro es una carrera entre el creciente poder que adquiere la tecnología y la sabiduría con la que la utilizamos», escribió el físico Stephen Hawking en 2018, poco antes de morir.
Algunos años después, la inteligencia artificial se ha integrado a nuestra vida cotidiana para todo tipo de actividades: sugerencias de compra, procesos de navegación inteligente, traducciones automáticas, chatbots, etc. Sin embargo, detrás de estos usos aparentemente desmaterializados que se respaldan en «nubes» o «nubes virtuales» se esconden infraestructuras completamente reales que consumen elevados niveles de energía, agua y metales, generando un coste medioambiental que frecuentemente es pasado por alto.
Sasha Luccioni se propone desentrañar la paradoja de la desmaterialización. Científica informática y responsable del tema climático en Hugging Face -una plataforma de inteligencia artificial de acceso libre-, lanza una alerta sobre los abusos ecológicos y éticos que entraña una tecnología que evoluciona más rápido que la capacidad humana para comprender sus consecuencias, y que lo hace además con una gran opacidad. Swissinfo la entrevistó antes de su intervención en la cumbre AI for Good, que tuvo lugar entre el 8 y el 11 de julio.

Sasha Luccioni es científica informática y responsable del tema climático en Hugging Face de Montreal. Fue una de las invitadas a la cumbre AI for Good celebrada en Ginebra.
Gilberto Tadday
«Existe una auténtica desconexión entre las interfaces que utilizamos -como ChatGPT o Siri- y la realidad del hardware de los servidores que las ejecutan», dice la investigadora. Un desfase que alimenta un efecto rebote conocido como la paradoja de Jevons: «Aunque la IA es cada vez más eficiente, su consumo de energía aumenta porque ahora se utiliza en todos lados: en asistentes de voz, neveras inteligentes, publicidad personalizada, búsquedas en línea, entre otros», añade. Pero esto se produce a tal velocidad que en un periodo de solo cuatro meses se duplicó el número de usuarios semanales de ChatGPT, para alcanzar los 800 millones.
Centros de datos devoradores de energía
El uso excesivo de la IA generativa -capaz de producir textos, imágenes o música a partir de modelos de aprendizaje automático, como ChatGPT- es señalado por la experta: «La IA generativa estaría consumiendo entre 20 y 30 veces más energía que la IA tradicional solo para responder a una pregunta objetiva, según un estudio que realizamos en 2024», dijo.
Un informe de la Unión Internacional de ComunicacionesEnlace externo de publicación reciente refirió que el consumo eléctrico de los centros de datos, derivado fundamentalmente del funcionamiento de la IA y la nube, ha crecido a una tasa del 12% anual entre 2017 y 2023, es decir, cuatro veces más rápido que la demanda eléctrica a nivel global. Un consumo que podría duplicarse para el año 2030, según la Agencia Internacional de la Energía, para alcanzar un nivel de 945 TWh, equivalente al consumo eléctrico de Japón (900 Twh) y Suiza (60 TWh) juntos.
Una nube alimentada con gas y carbón
Sasha Luccioni advierte que el crecimiento desenfrenado del uso de la IA está superando la capacidad de expansión de las energías renovables: «Construir paneles solares o turbinas eólicas toma tiempo, y la IA se desarrolla a la velocidad de la luz. Por ello, a menudo se alimenta de fuentes de energía no renovables, como el gas o el carbón, cuando tendríamos que estar descarbonizando nuestras sociedades».
Resultado: se están reactivando centrales eléctricas de gas y carbón a nivel mundial para alimentar estos centros de datos, como en Irlanda, país en donde la red eléctrica está llegando a sus límites debido a la expansión de la IA. En Memphis, en Estados Unidos, las turbinas de gas que abastecen a un centro de Elon Musk causan polémica, al tiempo que Donald Trump firmó en abril decretos destinados a reactivar la minería del carbón, alegando el auge de la IA. Según la UIT, las emisiones vinculadas a las actividades de los gigantes de la IA han aumentado una media del 150% desde 2020.
Pero la huella ecológica de la IA no se limita exclusivamente al consumo de electricidad. «La expansión de los modelos generativos de IA también requiere grandes cantidades de metales críticos y agua para la construcción de infraestructuras y para la refrigeración de los servidores», destaca la investigadora. Lo anterior está provocando el resurgimiento de minas. «Se reciclan tan pocos componentes electrónicos que casi todos los metales necesarios proceden de una extracción intensiva, que a menudo es contaminante».
Un estudio publicado por la revista científica Nature Computational ScienceEnlace externo revela que la IA generativa produjo un total de 2.600 toneladas de residuos electrónicos en 2023. Los investigadores a cargo de este trabajo estiman que la cifra podría alcanzar los 2,5 millones de toneladas en 2030, lo que equivale a unos 13.300 millones de teléfonos inteligentes desechados. En materia de utilización de agua, la OCDE estima que la IA podría consumir hasta 6.600 millones de metros cúbicos anuales del «oro azul» en 2027Enlace externo, el doble del consumo anual de Suiza.
Una gran falta de transparencia
La inteligencia artificial está avanzando a mayor velocidad que nuestra comprensión de sus consecuencias medioambientales. «Resulta casi imposible calcular el consumo energético real, ya que las firmas gigantes de IA se rehúsan a revelar esta información»», se lamenta Sasha Luccioni, autora de un estudio pionero sobre el tema que fue publicado en junio.Enlace externo
Los resultados generan sorpresa: en mayo de 2025, el 84% de las solicitudes enviadas a robots conversacionales fueron procesadas por modelos aparejados a una huella medioambiental completamente opaca, una lista que también incluye a ChatGPT.
Actualmente, solo el 2% de los modelos están comunicando el impacto que tienen sus emisiones de carbono. «Lo más inquietante es que el uso de la IA aumenta constantemente, al tiempo que la transparencia disminuye», alerta la experta Sasha Luccioni.

Imagen de un centro de datos en Zúrich.
Keystone / Christian Beutler
Esta falta de transparencia favorece la propagación de cifras dudosas y frecuentemente erróneas, por ejemplo, la afirmación de que ChatGPT consume al menos 10 veces más energía que una búsqueda en Google. En un blog publicado en junioEnlace externo, el director general de OpenAI, Sam Altman, adelantó que cada solicitud hecha a ChatGPT consumía unos 0,34 vatios hora de energía. «Aunque estas cifras no son verificables, se toman al pie de la letra», afirmó la investigadora.
«Incluso si esta estimación fuera exacta -lo que aún está por demostrarse-, cuando es multiplicada por los miles de millones de solicitudes diarias, el consumo total de energía es colosal. Y lo anterior no incluye la generación de imágenes, que consume mucha más energía», añade.
¿En busca de una IA más sostenible?
Las Naciones Unidas adoptaron una resolución Enlace externoa favor de la gobernanza mundial de la inteligencia artificial en 2024, pero son principios que están tardando en materializarse. «La IA evoluciona tan rápido que es difícil regularla. Lo más urgente es acabar con los monopolios de las grandes tecnológicas (big techs, en inglés) », señala Sasha Luccioni. En su opinión, en la medida en la que las figuras centrales de este sector se diversifiquen, se fomentarán la transparencia y la responsabilidad medioambiental.
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Hay algunos centros de datos que intentan reducir su huella ecológica, especialmente recuperando el calor producido por sus servidores. Para Sasha Luccioni, una vía de mejora sería el desarrollo de modelos de IA menos ostentosos: «Los modelos más pequeños y especializados consumen menos energía y son más accesibles para los desarrolladores independientes». También le parecen viables alternativas más ecológicas, como motores de búsqueda parecidos a Ecosia, que opera gracias a las energías renovables.
Más allá de las empresas, Luccioni pide a los tomadores de decisiones exigir más transparencia: «Es aberrante que no exista ninguna información clara sobre el origen de la energía o el consumo real de estos sistemas. Actualmente, incluso las empresas que se preocupan por su propio impacto medioambiental carecen de los medios para tomar decisiones con un conocimiento de causa».
Un proceso de concienciación que también debe alcanzar el nivel individual, replanteándonos la forma en la que hacemos las cosas. «Utilizar la IA generativa para obtener información objetiva, como el horario de una farmacia o una receta, es semejante a encender los focos de un estadio para buscar las llaves».
A mediados de junio, un estudio del MIT Enlace externodemostró que ChatGPT podría reducir nuestra actividad cerebral de forma considerable, especialmente en las zonas vinculadas con la atención, la planificación, la memoria y el pensamiento crítico. «Esto es particularmente preocupante porque la IA a menudo produce informaciones falsas, las famosas alucinaciones. Así que nos estamos volviendo dependientes de una tecnología poco fiable», advierte Sasha Luccioni.
Pese a su relevancia el tema del impacto medioambiental de la IA sólo ocupó un lugar marginal en la cumbre AI for Good de Ginebra, cuyo objetivo central fue destacar las aplicaciones positivas de la IA.
«Varios métodos de IA no generativa permiten detectar fenómenos climáticos extremos o acelerar la búsqueda de materiales más duraderos para las baterías o los paneles solares», destaca la investigadora. La Organización Internacional para las Migraciones (OIM), por ejemplo, colabora con Microsoft en la misión de utilizar la IA para anticipar los movimientos poblacionales vinculados al cambio climático.Enlace externo
«Debemos seguir exigiendo respuestas sobre la fiabilidad, el rigor y la huella medioambiental de la IA, como haríamos con cualquier tecnología que se incorpore a nuestras vidas», concluye Sasha Luccioni.
Editado por Virginie Mangin. Adaptado del francés por Andrea Ornelas / CW.