
Demanda global de dispositivos móviles, un parteaguas para la minería – Entrepreneur
La minería es tan invisible como indispensable. Está en el cemento de tu casa, en el aluminio del desodorante ambiental que usamos en nuestros hogares, en la batería del coche y, sobre todo, en el teléfono móvil que no sueltas ni para dormir. Pero, aunque la usamos todos los días, seguimos tratándola como un tema lejano y técnico y eso es un error.
Tomemos el smartphone como ejemplo. Cada uno contiene más de 40 minerales distintos. El cobre lleva la electricidad que enciende la pantalla. El indio permite reacciones al tacto. El litio, el cobalto, el tantalio, las tierras raras… todos son ingredientes invisibles de nuestra vida digital. Sin minería, no hay mensajes, selfies ni series en streaming.
Pero esta relación va mucho más allá de la procuración de la comodidad. Los minerales críticos —como se les conoce— son la columna vertebral de la transición energética: baterías para autos eléctricos, paneles solares, turbinas eólicas, redes de transmisión. El mundo se está electrificando, y dependemos cada vez más de estos minerales para hacerlo realidad.
México, claro, no es espectador. Es protagonista. O al menos, debería serlo. Tenemos litio, oro, cobre, plata y potencial geológico de clase mundial. Sin embargo, estamos atrapados en un debate polarizado entre quienes ven a la minería como una amenaza ambiental y quienes insisten en seguir operando como en los años 80. El resultado, parálisis.
Ahí está el caso del litio. En 2022, el Gobierno federal nacionalizó su explotación, pero dos años después no hay producción, ni inversión clara, ni una ruta tecnológica para procesarlo. El «oro blanco» de Sonora duerme bajo tierra mientras otros países avanzan con velocidad de crucero. ¿Vamos a mirar cómo se nos escapa otra oportunidad?
Mientras tanto, el 70% de los minerales críticos que el país necesita para la transición energética siguen siendo importados. Dependemos de cadenas globales que son cada vez más frágiles y más caras.
La pregunta es: ¿queremos ser consumidores pasivos de tecnología o actores activos del nuevo mapa económico global?
El desafío no es menor. La minería enfrenta cuestionamientos legítimos: afectaciones ambientales, conflictos con comunidades, corrupción en concesiones. Ignorarlos es necio. Pero usar esos problemas como excusa para bloquear cualquier avance es aún peor. Hoy el verdadero liderazgo está en quienes saben equilibrar tres cosas: rentabilidad, sostenibilidad y responsabilidad social.
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Aquí es donde viene el cambio de enfoque. Ya hay empresas en México invirtiendo en exploración con inteligencia artificial (IA), aplicando drones para reducir el impacto ambiental, automatizando procesos para mejorar la seguridad y trazando cadenas de suministro con blockchain. ¿Son la mayoría? Aún no. ¿Marcan la ruta? Sin duda.
La transformación de la minería no es un lujo ni una tendencia. Es una condición de supervivencia. El mercado ya no perdona a quienes no se adapten. Los consumidores exigen trazabilidad. Los inversionistas buscan verdaderos criterios ESG (ambientales, sociales y de gobernanza), no solo discursos. Y los gobiernos, tarde o temprano, tendrán que dejar de improvisar políticas públicas.
Volvamos al celular. Ese objeto que por muchos años pareció sacado de una película de ciencia ficción, encierra una historia que empieza en las entrañas de la Tierra. Una historia que, si no se gestiona bien, puede terminar en contaminación, inequidad y dependencia económica. Pero si lo hacemos de manera inteligente y estratégica, puede ser motor de desarrollo tecnológico, empleo calificado y transición energética.
Una vez más, la minería no es el enemigo. Lo son la opacidad, el rezago y la negligencia. Hoy, la demanda global de celulares, baterías y tecnologías limpias no deja de crecer, y con ella, la necesidad de minerales como litio, cobalto y tierras raras. Ya no son solo recursos: son piezas fundamentales en la competencia global. Por eso, en lugar de rechazar la minería por prejuicio o desconocimiento, necesitamos exigir que se haga bien: con reglas claras, visión y responsabilidad ambiental.
Porque de nada sirve tener litio si seguimos sin saber qué hacer con él. Peor aún: si dejamos que otros decidan por nosotros cómo, cuándo y a qué precio explotarlo.
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