Elena Poniatowska: Nacha Rodríguez, líder estudiantil del 68
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entro del movimiento estudiantil, dos valientes mujeres destacaron mucho por su compromiso, Tita Avendaño e Ignacia Rodríguez, la Tita y la Nacha, las dos conocidas por su liderazgo y la fuerza de su compromiso. A Tita, muy gordita, simpática y dicharachera, la visité en el hospital López Mateos hasta el momento de su muerte. Mi cercanía con ella fue mayor que la que tuve con la gran acompañante de sus días de lucha, la Nacha, Ana Ignacia Rodríguez, a quien vuelvo a encontrar ahora con admiración por el recuerdo de su valentía a toda costa y su capacidad de resistencia.
–Nacha, admiré tu valentía y tu entereza las veces que te visité con Adelita Castillejos en la Cárcel de Mujeres situada casi a la entrada de la autopista a Puebla.
–La cárcel está en el kilómetro 16, en medio de la carretera a Puebla. En ese momento era un lote baldío y ahora ya no puedes ni llegar de tanta gente que hay.
–Recuerdo que las carceleras eran sumamente respetuosas contigo y con la Tita, por tanto, resultaron amables con sus visitantes. También a ustedes las estimaban, porque ustedes se asomaron a la calle por una ventana….
–Sí, siempre las vi muy positivas y nosotras dábamos la mejor cara. Ya lo que vivíamos adentro era difícil, porque nos tocó convivir con gente muy nefasta, como La Viuda Negra, así llamada porque cuando se aparea mata al macho. A ella la acusaron de asesinar a sus maridos. No los mató, pero ese era su apodo; era prestamista. Su hermano estaba en Santa Martha Acatitla, la cárcel de hombres. Tenía nexos con unos paisanos míos, de Guerrero, los Cueva Urióstegui, que eran sicarios y tienen en su haber varios asesinatos cometidos bajo el mando de la señora prestamista. Nosotras, como estudiantes, no teníamos que haber estado con presas comunes, y mucho menos con ellas. También estaba La Tamalera, que hizo tamales de su marido…
–¿Tú la veías?
–Convivíamos, éramos presas, pero nunca se nos reconoció como presas políticas. Fuimos ganando espacio como las consideradas presas políticas que participaron en la guerrilla. Seguro conociste a Ana María Rico Galán.
–A ella no, pero sí a Rico Galán que vi subir la escalera de la revista Siempre!, en la calle de Vallarta…
–Ella estaba por guerrillera. Me las he encontrado y son como ocho sobrevivientes de varias guerrillas. A algunas las encerraron después de torturarlas; nos tocó convivir con ellas.
–A ustedes no las torturaron.
–No, no puedo mentir. Con Tita nos tocó el secuestro de la Federal de Seguridad con Nazar Haro, y ella estuvo en una casa de seguridad. A mí me tocó con el compañero El Che, Antonio Pérez Sánchez, quien todavía vive. Nos llevaron a las caballerizas del campo militar número uno; nos tuvieron varios días. De ahí, los hombres salieron a Lecumberri y las mujeres a Santa Martha Acatitla.
–¿De qué las acusaban?
–De lo que acusaron a todos los principales líderes, como Raúl Álvarez Garín y Gilberto Guevara Niebla; todos teníamos ocho delitos comunes y dos políticos. A la Tita y a mí nos echaron lo mismo, ocho delitos comunes: robo, homicidio, lesiones y más, ataques a las vías generales de comunicación; los delitos políticos fueron sedición e incitación a la rebelión.
“¿Qué hicieron las autoridades? Hicieron un secuestro y un desbarajuste, y nos sacaron en una modalidad de ‘libertad bajo protesta’, porque no aceptamos la amnistía, no teníamos porqué pedir perdón; ¿bajo protesta de qué? Nosotros teníamos que protestar por la violación a nuestros derechos. En la historia de México se ha omitido que fuimos víctimas de tortura física, pero a mí me tocó ver la tortura física de los preparatorianos en Tlaxcoaque con una manguera para apagar incendios, que lanza un chorro espantosamente fuerte que lastimaba mucho. Después de mojar al detenido, le aplicaron la picana en los testículos, y a mí me obligaron a ver esa tortura por orden del jefe de la policía, el general Cueto. Bajo su mando estaba el mero mero de los granaderos −que dicen que ya desaparecieron ese grupo, pero es falso, sólo les pusieron otro uniforme.
“La verdad he sido un ser privilegiado, Elena, porque primero, estoy viva. Soy sobreviviente, mírame bien. Me da mucha tristeza que la mayor parte de mis compañeras del 68 están muertas: Adela Salazar de Castillejos junto con su marido Armando, preso en Lecumberri. Me tocó estar con Amada Velasco, acusada de complicidad por vivir con un líder de maestros; no recuerdo su nombre pero a quien más extraño es a la Tita, que se fue muy joven, y éramos grandes amigas. Vivimos dos años juntas. La convivencia es lo más difícil y estar en un lugar pequeño, las dos viéndonos la cara todos los días durante dos años, porque la Tita no salió en libertad cuando yo salí. Me dijeron: ‘se va usted mañana’; yo pregunto: ‘¿la Tita?’ ‘No, ella se queda’. ‘No, no quiero salir sin ella; venimos juntas nos vamos juntas’.
“¿Sabes por qué le echaron un mes más a la Tita? Porque aparece en una foto en una manifestación muy grande, arriba de un autobús del Politécnico.
“Ya sabes cómo era ella, mentándole la madre al bocón horrible que le decíamos La Changa. La Tita no se medía, cantaban canciones subversivas y lo tomaron muy en cuenta. Le echaron un mes más por eso. La Tita adornaba sus conversaciones. Nació en la colonia Doctores, fue hija única; se separaron sus padres, y lo que más le dolió fue que muriera su madre estando ella presa.”
–Una vez acompañé a su mamá en el tren de Tlalpan.
–La Tita era osada, porque se agarraba del tren y se iba así todo Tlalpan, en patines.
–Creo que su mamá iba sentada adentro y le dio ese ejercicio para que adelgazara, pero la veía desde la ventanilla del tren.
–Era osada. Ella bailaba precioso, danzón, música tropical. Un día que andábamos en Acapulco se puso un pareo y me dijo: “En la playa voy a mover la pancita y tú vas a cobrar”. Y así lo hicimos y nos fue muy bien. La Tita era quien era. Sus papás la querían mucho y le llevaban cosas muy ricas de comer a la Cárcel de Mujeres. A mí, los míos me visitaban cada mes, porque mis papás venían de Taxco y no había medios para venir cada domingo. Cuando le llevaban comida a la Tita, me invitaba a comer: “baja a comer”, porque las celdas estaban arriba y nosotros teníamos acceso al comedor general; nunca tuvimos las posibilidades de los presos de Lecumberri que podían entrar a su celda y que sus abogados podían entrar diario, que comían ahí mismo lo que guisaban en la crujía. Nosotras comíamos en el comedor general con las presas comunes.
–¿Hicieron amistad con alguna?
–Sí, sí, algunas se portaron lindas, no puedo quejarme de la amistad de algunas personas que conocí, incluso extranjeras, porque en la Cárcel de Mujeres había muchas muy guapas que estaban ahí por cuestión de drogas; eran de Guatemala, El Salvador, Bolivia, Venezuela. Eran jóvenes muy bien parecidas, las conocían como mula s , porque las usaban para transportar droga que se metían en el cuerpo. Acuérdate de la película El apando, tomada de la obra de José Revueltas. Aparece una señora a la que le metían carrujos en la vagina, no por su voluntad, pero eran las leyes carcelarias. Nosotros sí supimos que a las madres les metían droga en el ano, así como a sus hijitos.
–Recuerdo que “las monas” les quitaban el pañal a los bebés y revisaban a las madres en un apartado.
–Yo me acuerdo mucho de eso, Elena, porque también nos lo hicieron. Tan es así que cuando me secuestraron, la primera vez en mi departamento, que todavía existe, el 1625 de avenida Coyoacán, detuvieron a Antonio Pérez Sánchez, quien todavía vive; es maestro del CCH Oriente, del CCH Sur. Había regresado de Taxco, queríamos jugar con el ajedrez de hueso con plata, regalo de mi madre, y le dije: “no conozco bien las piezas”, y respondió: “paso a tu casa a enseñarte”, y por él llegó la Federal, a mano armada, como si fuéramos guerrilleros colombianos. Yo estuve después en los separos de Tlaxcoaque, pero ahora sabemos que eran las caballerizas del Campo Militar número uno, y ahí estuvimos Antonio Pérez y yo. Tita no estuvo secuestrada ahí, sino en una casa de seguridad. A mí me dijeron: “¿Sabes quién te entregó? La Tita”.