
El Réquiem de Mozart se convirtió en un lamento compartido a 40 años del sismo
El Réquiem de Mozart se convirtió en un lamento compartido a 40 años del sismo
▲ La compañía Barro Rojo Arte Escénico presentó Cuando la tierra habló.Foto Víctor Camacho

▲ La Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco enmudeció por un instante cuando la primera nota del Réquiem en re menor, K. 626, de Mozart se abrió paso.Foto Víctor Camacho
Daniel López Aguilar
Periódico La Jornada
Sábado 20 de septiembre de 2025, p. 2
La Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, enmudeció por un instante. Cuando Scott Yoo levantó su batuta, entre las piedras prehispánicas, la iglesia de Santiago y los bloques de vivienda que aún resguardan historias, la primera nota del Réquiem en re menor, K. 626, de Mozart se abrió paso.
La Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México (OFCM) erigió la noche de ayer un altar colectivo para quienes perdieron la vida en el sismo del 19 de septiembre de 1985. Cuarenta años después, la misa inconclusa del genio de Salzburgo se hizo escuchar gracias a un coro que llevó palabras de aliento y consuelo.
Vecinos y familias se dieron cita, junto con jóvenes que apenas conocen la tragedia por los relatos de sus padres. Según informó un representante de la Secretaría de Cultura capitalina, se instalaron 5 mil sillas para los asistentes. Entre el público predominaban jóvenes y adultos mayores; algunos usaban su celular para capturar audio o video, mientras otros ondeaban banderas de Palestina.
El silencio previo al Introitus creó un instante de comunión entre todos, mientras se escuchaba: “Requiem aeternam dona eis, Domine”, que significa “Concédeles, Señor, el descanso eterno”.
Era el inicio de un viaje sonoro que evocaba aquel amanecer marcado por el rugido de la tierra. La plaza, donde aún se perciben las ruinas del edificio Nuevo León, de 15 pisos y colapsado en dos de sus tres secciones, que dejó entre 200 y 300 víctimas, se impregnó de respeto.
La tercera sección tuvo que ser demolida por los graves daños, testimonio del estruendo que sacudió la Ciudad de México.
“Para mí es un privilegio, pero también una gran responsabilidad”, señaló el barítono Rodrigo Urrutia en entrevista previa al concierto. “Aunque nací en 1986, mi familia sufrió pérdidas en el terremoto. Cantar aquí, con la Filarmónica y con la dirección de Scott Yoo, es rendir homenaje a quienes partieron y también a quienes se levantaron entre los escombros.
“El Réquiem siempre nos recuerda que después de la oscuridad puede hallarse una luz. Ese es el mensaje más profundo: la esperanza.”
El concierto recorrió las secciones más sobresalientes de la obra: Dies irae, Tuba mirum, Rex tremendae, Recordare, Confutatis, Lacrymosa, Domine Jesu, Hostias, Sanctus, Benedictus y Agnus Dei.
Dies irae estremeció la explanada con su dramatismo y reflejó la mañana en que la tierra se sacudió con furia. Más tarde, Lacrymosa emergió como un lamento compartido; algunos asistentes no pudieron contener las lágrimas.
La agrupación también contó con la participación de Anabel de la Mora, soprano; Alejandra Gómez, mezzosoprano; Andrés Carrillo, tenor, y José Peñalver director del coro.
“Tenía 20 años cuando vi caer el Nuevo León”, recordó Rosa Martínez, vecina de Tlatelolco. “Hoy escucho esta música y siento que los que se fueron siguen aquí, acompañándonos”. A su lado, un hombre de cabello cano murmuraba el latín como si recitara un rezo íntimo.
Urrutia explicó la elección de la obra: “La misa de réquiem está dedicada a los difuntos. Mozart la escribió en re menor, tonalidad de sobriedad y misterio.
“Nadie sabe con certeza qué ocurre después de la muerte, pero la música abre un camino hacia otra vida posible. Esa transición de la muerte a la vida es también la metáfora de lo que vivió la ciudad: un resurgimiento después del desastre.”
Antes de que comenzara la música, otras expresiones artísticas ofrecieron nuevas formas de acercarse a septiembre de 1985. A las 19 horas, la compañía Barro Rojo Arte Escénico presentó Cuando la tierra habló: Septiembre, otoño en el olvido, coreografía de Laura Rocha dedicada a Arturo Garrido.
Los cuerpos de los bailarines evocaron grietas, derrumbes y búsquedas, como si la danza pudiera revivir la vibración del desastre. Al mismo tiempo se transmitían audios de autoridades, de personas reclamando a sus familiares y de periodistas informando sobre los hechos; en ellos se mencionaba que fueron “4 mil 500 muertos” por el terremoto, aunque la cifra oficial es incierta.
“Es una apuesta multidisciplinaria que suma a la reflexión”, dijo Urrutia. “La danza, el cine y la música se entrelazan para acercar al espectador a la fuerza de la ciudad y su resistencia”.
También se proyectó el cortometraje Septiembre, de Fabrizio Mejía Madrid y el monero José Hernández. Con imágenes documentales y voces de testigos, el filme mostró a una ciudad que “se salvó a sí misma”, dijo Hernández, a manera de introducción. La pantalla se iluminó con escenas de brigadistas y cadenas humanas removiendo escombros.
Recordamos la respuesta solidaria: Brugada
Clara Brugada Molina, jefa de gobierno de la Ciudad de México, explicó que hace cuatro décadas la tierra se movió, todo crujía y el edificio Nuevo León se vino abajo. “Ese acontecimiento cambió todo, pero recordamos también la respuesta solidaria y ciudadana. Esta ciudad convirtió la rabia en solidaridad.
“Todos los que vivimos en la ciudad tenemos recuerdos que septiembre nos toca de manera muy fuerte”, señaló Urrutia, por su parte.
Entre el público, Ana López comentó: “Vine con mi madre; escuchar el Domine Jesu me hizo pensar en nuestra familia y en lo que hemos superado juntas. Es como si la música abrazara nuestra historia”.
Otra asistente, Claudia Paredes, subrayó: “La experiencia es indescriptible. Siento que la ciudad sigue presente a través de estas notas y que permanecemos conectados con quienes no están”. José Ramírez añadió: “Traje a mis hijos para que comprendan que lo que vivimos no es sólo historia, es algo que sentimos y compartimos todos los días”.
Cuando la música llegó al Agnus Dei, no era sólo un homenaje a los muertos, sino también a la solidaridad que nació en medio del desastre.
“El Réquiem de Mozart es universal porque siempre nos dice algo. Aquí nos recuerda que, incluso frente a la muerte, puede haber resurrección. Y que cuando el pueblo se levanta, se mantiene unido”, concluyó el barítono.
Tras los últimos acordes, los aplausos se prolongaron durante varios minutos, únicos sonidos que acompañaron el cierre de la velada.