Minería en Mendoza: ¿Cobre o progresismo?
Con la minería en Mendoza, la provincia está frente a la posibilidad económica más grande de los últimos cincuenta años, aunque todavía parece no darse cuenta.
Mendoza tiene un potencial minero de escala internacional, con reservas cupríferas que podrían convertirla en protagonista del mercado global de minerales críticos.
El Plan Pilares lo dice sin rodeos: si se desarrollan los pórfidos de cobre proyectados, Mendoza podría alcanzar una producción de 500.000 toneladas anuales hacia 2050, movilizar más de USD 349.234 millones entre inversión y producción, y sumar USD 213 millones por año en recaudación fiscal apenas los proyectos entren en fase productiva. Ninguna otra actividad mendocina ofrece números similares.
El impacto laboral también es contundente: más de 129.000 empleos durante la construcción de los proyectos y más de 39.000 empleos en operación, con salarios que superan en un 30% los de la construcción y hasta un 41% los del turismo y la hotelería. Para departamentos como Malargüe, este no es solo crecimiento: es transformación estructural.
Todo esto bajo un marco legal que deja tranquilo hasta al más miedoso, hoy es uno de los más estrictos y del país. La nueva Ley de Regalías obliga a usar el 50% de lo percibido por los municipios sólo en infraestructura, y nunca en gasto corriente; la trazabilidad digital del mineral garantiza transparencia; y el Fondo Hídrico, financiado por las empresas, permite que el costo ambiental se convierta en inversión pública. La modernización del Código de Procedimiento Minero completa un andamiaje jurídico que da previsibilidad a un sector históricamente paralizado.
Sin embargo, en Mendoza todavía se insiste en una discusión que ya suena anacrónica: la supuesta dualidad entre minería y agricultura. Una falsa dicotomía que ignora principios económicos básicos.
Si existiera algún conflicto real —que no lo hay— es el mercado, no el activismo con dudosos fines , el que tendría que decidir en qué sector los recursos productivos rinden más. Además, hoy la vitivinicultura, la actividad insignia mendocina, depende tanto del vino como de su gran subproducto: el turismo. Y el turismo, guste a quien le guste, no compite en lo más mínimo con la minería. No utiliza los mismos recursos, no requiere los mismos territorios, no afecta la rentabilidad del vino, ni se cruza con la localización de los yacimientos metalíferos. Presentarlo como un “uno u otro” es intelectualmente deshonesto. Mendoza no tiene que elegir entre minería o vino: puede —y debe— desarrollar ambos.
De hecho, el corazón de la minería en Mendoza está en Malargüe, una zona con 27 proyectos en marcha, 71 proyectados a futuro y obras logísticas ya iniciadas, como los accesos al proyecto El Perdido. Un distrito minero que no compite con viñedos ni bodegas, sino que abre un nuevo polo productivo en un territorio históricamente relegado.
El verdadero problema, el que nadie quiere decir en voz alta, es otro: Mendoza no avanza porque no explora. Y sin exploración no hay reservas, sin reservas no hay minas y sin minas no hay nada de lo que muestran las proyecciones. Mientras acá seguimos encerrados en debates circulares, San Juan tomó otra decisión: avanzar. Allá los proyectos tienen estudios de factibilidad, inversiones concretas y empresas internacionales trabajando sobre terreno. Acá recién empezamos a destrabar trámites para pórfidos que llevan décadas esperando .
La comparación es incómoda, pero necesaria: Mendoza tiene 20 años de atraso frente a San Juan. No por falta de geología, sino por falta de decisión. Por un marco jurídico que durante años espantó inversiones y por un clima social que hizo de la incertidumbre una política pública.
Por eso, aunque el futuro minero mendocino es prometedor, no es color de rosa. Dependerá de que la provincia sostenga su marco regulatorio, permita la exploración, mantenga la seguridad jurídica y no vuelva a caer en la parálisis que ya nos costó dos décadas.
El potencial está ahí, empleo, dólares, infraestructura y una nueva matriz productiva. Lo que falta es lo de siempre: que Mendoza finalmente decida si quiere desarrollarse… o si prefiere seguir viendo cómo San Juan se lleva la delantera mientras nosotros nos quedamos con el mismo PBI que hace 20 años pero con un hermoso marketing de bodegas y fiestas electrónicas.
Por Juan Cruz Giménez